Si esto es un hombre, Primo Levi

La historia se construye a medida que pasa el tiempo y nos parece un poco más absurdo lo que fuimos capaces de hacer.

Si esto es un hombre es un libro que leí por referencia de otro: El Impostor, de Javier Cercas, que recientemente reseñé para este espacio. Cercas cuenta a su hijo una anécdota de Primo Levi: que a la hora de almorzar en Auschwitz la vida dependía de la profundidad del cucharón en la sopa; si este tocaba el fondo o solo la superficie podía definir la demacrada línea entre la vida y la muerte.

Efectivamente, en Auschwitz, en los lagers, en los campos de concentración nazis, un ruido, un susurro, un olor, una presencia inesperada, la suerte, el azar, un sí, un no determinaban esa frontera delgadísima. También las simples ganas de vivir o de morir.

Hay suficiente bibliografía del espanto para tratar de comprender qué siente un hombre cuando sus esperanzas están totalmente consumidas, cuando no sabe si habrá mañana o si el mañana valga la pena; ello no ayuda, sin embargo, a eliminar nuestra obstinada ignorancia sobre lo que no hemos experimentado en carne propia. Una reflexión sobre esto abre el libro, en forma de poema, que luego va a desgajarse en el testimonio de las más terribles y temibles circunstancias que acompañaron a aquellos hombres durante los últimos meses de la guerra en el peor campo de exterminio judío…

Si esto es un hombre

Los que vivís seguros

En vuestras casas caldeadas

Los que os encontráis, al volver por la tarde,

La comida caliente y los rostros amigos:

Considerad si esto es un hombre

Quien trabaja en el fango

Quien no conoce la paz

Quien lucha por la mitad de un panecillo

Quien muere por un sí o por un no.

Considerad si es una mujer

Quien no tiene cabellos ni nombre

Ni fuerzas para recordarlo

Vacía la mirada y frío el regazo

Como una rana invernal.

Pensad que esto ha sucedido:

Os encomiendo estas palabras.

Grabadlas en vuestros corazones

Al estar en casa, al ir por la calle,

Al acostaros, al levantaros;

Repetídselas al vuestros hijos.

O que vuestra casa se derrumbe,

La enfermedad os imposibilite,

Vuestros descendientes os vuelvan el rostro.

Aquellos hombres retaron a la muerte sin estar seguros de ser capaces siquiera de sobrevivir el invierno. El invierno sería el penúltimo de los obstáculos antes del fin del horror; la liberación, el último. Muchos de los que desafiaron las impávidas heladas polacas sin abrigo, sin alimento, sin fuerzas, murieron camino a la libertad.

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