Jerusalén ha sido la zona de más prolongados conflictos en la historia humana. Se levantan allí los sagrados templos del mundo y sus peores ruinas.
A finales del siglo 19, el avance del movimiento sionista abrió las puertas a lo que sería la constitución del Estado de Israel. Los judíos tendrían por fin su ansiada Tierra Santa. Sin embargo, para los palestinos significó, según algunos autores, una catástrofe (nakba, en árabe).
Aunque la inmigración judía no había encontrado especial oposición de los árabes palestinos, con el auge del sionismo en Europa, y el aumento de ésta, el rechazo se hizo latente. En la década de los veinte, 100 mil inmigrantes judíos entraban a Palestina; no judíos sólo 6 mil.
El tema judío es de los conflictos más dilatados de la historia y difícil de analizar de manera objetiva.
Jerusalén fue la Tierra Prometida para las tres principales religiones monoteístas (abrahámicas): judaísmo, cristianismo e islam. Para el islam, es la tercera ciudad sagrada, a la que miraban los primeros musulmanes al rezar, antes de hacerlo de cara a La Meca (la segunda es Medina, en Arabia Saudita, después de La Meca). Para los cristianos, allí predicó Jesús, fue crucificado y resucitó. Los judíos la tienen en una categoría especial: es la más sagrada de sus ciudades y el epicentro espiritual de su pueblo desde el siglo 10 a. C. Es difícil aseverar, pues, que éstos, después de largo peregrinar, no merecieran regresar al suelo patrio, tanto como los musulmanes que lo habitaban.
El sionismo propugnaba el restablecimiento de una patria para el pueblo judío en Israel; movimiento oficialmente establecido por el periodista austrohúngaro de origen judío, Theodor Herzl, a fines del 19. La idea de formar un Estado propio de mayoría judía se plasma luego en la declaración de Balfour, cuando Gran Bretaña (cuyo mandato se extendía sobre los territorios en cuestión desde 1917, con la caída Imperio Otomano), se muestra favorable a la creación de un Hogar Nacional judío en Palestina.
La historia colocaría luego a los judíos en una posición de ventaja frente a la opinión pública global. Recién terminado el holocausto nazi, donde murieron varios millones de ellos, la Resolución 181 de la ONU (1947) establece el Plan de Partición, legitimando la creación del Estado de Israel. Se pretendía resolver el conflicto entre árabes y judíos en Palestina, dividiéndola en un Estado judío, otro árabe y con una administración internacional para Jerusalén.
El nacimiento de Israel, el 14 de mayo de 1948, encontró el apoyo propicio. Al día siguiente, los británicos abandonaban las tierras bajo su señorío. Ese mismo día, los ejércitos de Egipto, Transjordania, Siria, Líbano e Irak cruzaban la frontera del novel Estado. La primera guerra árabe-isarelí estaba comenzando.
Uno de los conflictos más escalofriantemente prolongados de la última centuria, ha sido atractiva historia para investigadores y aficionados. Sus detalles se recogen en Oh, Jerusalén, de Dominique Lapierre y Larry Colins, una obra ya clásica. Cinco años de búsqueda, miles de entrevistas y testimonios, y el examen de numerosos documentos avalan el análisis de sus autores, apoyado en la visión de cada parte implicada. Ello confiere a esta novela dimensión histórica sobre un conflicto que pervive, y de cuyas brasas ardientes brota la eterna guerra en los territorios de Oriente Medio.
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