El cuerpo expuesto, Rosa Beltrán

“Solo al final de una vida sabes a qué y para qué te has adaptado”

La teoría de Charles Darwin de la evolución de las especies a través de la selección natural (por adaptación), sus viajes a las islas donde recopiló las especies o especímenes necesarios para, 20 años después, publicar El origen de las especies son elementos que conviven con y a pesar del hombre mismo. Ni Dios niega ya lo que la capacidad de observación humana ha conseguido y la ciencia, afrontado. Este es uno de los principios de los que parte Rosa Beltrán en El cuerpo expuesto.

Sin embargo, en su obra conviven dos historias, la del maestro del naturalismo y la de su “último seguidor”, un hombre moderno que, a través de un sitio en internet, intenta completar los estudios de Darwin: las especies que no se adaptan, desaparecen, las que sí, evolucionan. Pero el hombre es la única que, “al tiempo que se expande, involuciona”.

Una novela rara, apasionante, que me llevé al Pacífico mexicano después de que un amigo la trajera a mi hogar, en calidad de préstamo, firmada por el puño de su autora. Honor que no me tocaba, pero que tuve la gracia de degustar juntos a los vinos de la Baja California.

Al término de su lectura dormí como hacía meses no lo hacía, apaciguada por la brisa del viento que entraba por el balcón de mi cuarto de hotel, en una tarde cálida. Esto, después de haber eliminado definitivamente la ilusión, acaso la presión de creer que nosotros, hombres y mujeres, somos la raza, la especie superior de este planeta.

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