Uno de los asesinatos más célebres del siglo 20, el de León Trotsky, fascina aún a historiadores y aficionados. ¿Qué lleva a un hombre a matar a otro?

Es agosto 20 de l940. León Trotsky, quizás el personaje vivo más respetado del comunismo internacional, lee confiado en su casa de Coyoacán. A sus espaldas,  Ramón Mercader, catalán entrenado por el Kremlin, calcula nervioso. Trotsky voltea y, antes de ver el arma que le quitará la vida, un piolet se encaja en su cabeza. El grito de dolor quedará en el recuerdo del asesino hasta la hora de su propia muerte, y en las páginas de la historia del siglo 20.

El relato pormenorizado del asesinato de Trotsky ha sido llevado a la literatura una y otra vez; en la última década, en dos importantes novelas: El grito de Trotsky: Ramón Mercader, el asesino de un mito, de José Ramón Garmabella, y El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura. En su conjunto, acarrean una pregunta: ¿qué lleva a un hombre a asesinar a otro? ¿Son tan fuertes o ciegas las convicciones ideológicas como para conducir al homicidio?

Mercader fue entrenado durante los mejores años de su juventud para un objetivo que transformó su existencia en pesadilla. Al salir de la prisión en México, 20 años después, estaba trastornado y lo ahogaba el silencio. Enfermo y lejos de su tierra, era acosado por el recuerdo de un grito.

Para Garmabella, Mercader fue producto fiel de una época. “Todo era fidelidad ciega, absoluta, a la URSS”. Español de nacimiento, Mercader sabía que los soviéticos fueron el sostén de armas de la República Española. Por otra parte, en algunos círculos se veía a Trotsky como aliado del fascismo, o eso creyó Mercader.

¿Se supuso destinado para una obra noble? Sólo así un hombre es capaz de poner la vida a disposición de una causa. Mercader fue entrenado especialmente por el Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (NKVD). Los servicios de seguridad soviéticos han sido reconocidos mundialmente por su eficacia. Este caso no fue la excepción.

Padura recrea lo que presume sucedía en la conciencia y sentimientos del español mientras era adiestrado. Llega el instante, incluso, en que se confunde con sus entrenados alter egos, que no sabe con exactitud quién es, cuál es su misión y por qué. Aún con el despliegue de imaginación del autor de El hombre que amaba a los perros, no es difícil pensar, con el conocimiento de lo que significaron el comunismo soviético y el estalinismo, que una mente ejercitada para matar en nombre de una convicción debió ser una mente perturbada. Mercader fue sólo un medio para un fin, un instrumento del poderosísimo aparato estalinista.

¿Qué hace a este crimen más aterrador que los miles o millones de asesinatos bajo el régimen de Stalin? ¿El piolet, herramienta para escalar montañas, considerada anticuada como arma blanca; las dudas de Mercader, presumidas por sus biógrafos, ante la misión de quitarle la vida al mayor enemigo del implacable dictador; la desaparición física de Trotsky?

¿Habría sobrevivido Mercader de haberse negado a ejecutar la orden? Nos queda el enigma de lo que callaron los protagonistas. Mercader cargó solo con el peso de esa muerte y el alarido final, repetido luego en tantas páginas. Pagó un precio muy alto: soledad y juicio de un siglo mordaz. ¿Lo comprendió antes de morir? No es imposible que haya intentado todo lo contrario.

Originalmente publicado en

http://www.comofunciona.com.mx/historia/7071-el-asesinato-de-trotsky/

Ver también:

https://a4manos.aquitania-xxi.com/resenas-literarias/2014/01/el-hombre-que-amaba-a-los-perros-leonardo-padura/

 

 

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