-¿Has leído a Javier Marías?
– No, no sé quién es…
Uta, casi me da sentimiento de culpa no conocerlo…
– Acabo de terminar un libro suyo, buenísimo; Corazón tan blanco…
– ¿Y?
– Te gustaría…
Eso fue todo. Así de esa manera tan solitaria alguien te dice que hay un nuevo autor (o viejo autor) que merece ser leído y tú de ignorante ni lo conoces. Unos días después descubrí el libro referido en el librero del mismo amigo, y como soy una ladrona incontrolable (solo con los libros), lo tomé.
-Es el que me dijiste…
– Sí, ¿te lo quieres llevar? Aunque los libros no se prestan…
– Sí, me lo llevo-, dije antes de que se arrepintiera.
Luego le comenté a todos los amigos con los que hablo de literatura, que sí, que existía un Javier Marías, escritor, español, madrileño, que yo desconocía por completo y que colecciona novelas y premios. Uno de mis amigos hasta se molestó porque me había hablado de él y yo no le había hecho demasiado caso (ninguno, creo). Pero es que no lo había tenido en físico. Mi tentación de hurto y lectura desesperada empieza como con todo, con la vista. Cuando lo veo, leo la contraportada, lo acaricio, sazono con mis dedos y nariz, entonces me lo quiero llevar, con éxito en la mayoría de los casos. A quienes les gusta leer les encanta ver a alguien más apasionado ante una nueva obra.
Corazón tan blanco cumplió varios objetivos: Uno: mató mi ignorancia sobre Javier Marías, con quien sin dudas había que codearse ya. Dos: me enseñó sobre una profesión que nunca me había cuestionado: la de intérprete. Tres: me llevó una y otra vez a La Habana, ciudad de mis zapatos y crepúsculo de mis más lastimadas nostalgias.
No sentí que fuera una novela incomparable, como dice Marcel Reich-Ranicki en la nota de contracubierta. No, en absoluto es única, a pesar de que todas las obras son lógicamente únicas. Sin embargo, lo que la distingue la hace una gran novela: el análisis sicológico, vivencial y social del ser humano ante distintas situaciones, pero sobre todo en el matrimonio. Yo que he coqueteado con ese status, sentí que es una reflexión excelentemente lograda, y necesaria quizás para quienes deciden compartir vidas, camas, almohadas, futuro. Al final resulta que Javier Marías nunca ha estado casado.
¿Lo más impactante? la apertura: “No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto del baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados”…