Antes que anochezca es la autobiografía que Reinaldo Arenas terminó poco antes de suicidarse en Nueva York. De esas obras que te cambian la vida, sobre todo si naciste en la absurda y bella isla que nos ha dejado tanto bueno y terrible. Yo había solo “escuchado hablar” de este compatriota. En Cuba logró un nivel de censura tal que yo, niña-adolescente-joven capaz de devorar a cuando autor y obra se me posaran delante, jamás vi un libro de Reinaldo. Era de esos mitos, como Cabrera Infante, cuya obra más conocida se repetía, sin embargo, con cierta frecuencia, quizás por lo cacofónico y burlesco de su título: Tres tristes tigres.
Ahora tengo varias obras de Arenas en mi librero: me dan terror y al mismo tiempo una seducción malsana. Justo eso que me provocó su autobiografía, narrada de manera directa, pero con lenguaje que nace de dentro, como las voces de los árboles al rozarles el viento: ese que la vida y sus desgarramientos ponen en la garganta para gritar.
Reinaldo nació en la miseria de los campos cubanos, se alzó en la Sierra Maestra cuando los guerrilleros iban a hacer la Revolución (aunque no disparó un tiro) y trató de integrarse al proceso que vivía la Cuba posrevolucionaria, pero no pudo. Su forma de pensar, las letras a las que estuvo indisolublemente ligado y su homosexualidad lo apartaron definitivamente de lo que la política cultural cubana exigía entonces de sus intelectuales.
Vivió una vida loca, libre y condenada, excesiva en muchos sentidos. Fue preso político procesado por causa común, vivió en las célebres mazmorras de la fortaleza de La Cabaña, cortó caña en los campos de trabajo forzado y escribió, perseguido por sus detractores, en donde le fue posible. Salió como exiliado a Estados Unidos donde completó su obra de fugitivo, varias novelas, poesía, donde enfermó de Sida y se quitó la vida a los 49 años.