La cojera del gato descansa
en el cojín de sosegada penumbra.
La humedad arremete contra la fachada,
los horcones se resienten durante
esos fragmentos de humedad.
La estación suelta frío humo de difunto,
de arrabal brumoso. De la bocina emerge
la estantigua figura de bardo:
voz novísima ardía en operetas, pero
ahora gotea y cesa
de repente, tose y calla despectivamente.
Qué ardid de las mangas.
Campanas dobladas: tañidos bajo la saya
de la madre, aun cuando madre es un falso péndulo
con resfrió. Narices de estaño no tiemblan.
Pero estornudos suyos estremecen los horcones.
De la pared cuelga su retrato adolescente. La vieron
sacar un pañuelo de colores que no acostumbra
a lágrimas. Con ese lujo se sopla estornudos.
El juego de cartas españolas abre
en abanico. Toca madera grasienta y
ruido de vasijas. Muerte es la continuación
del viaje: ella pretende ser pasajero y nave.
Juegan a ganar o perder los sobrevivientes:
ríen a ratos sin dejar de contemplar,
con el rabillo del ojo: la suerte real acontece
en los naipes. De amor hablan los vivos.