Ya podemos envidiarnos libremente

Hace un tiempo pasé un curso de “Redacción Sin Dolor” con el poeta, ensayista y maestro, Sandro Cohen. En sus clases aprendí algunas cosas de redacción, pero sobre todo se volvió a despertar mi animal dormido que de vez en cuando me inspira a escribir unas líneas. Luego Sandro se convirtió en un tutor, y las tareas de aquellas clases quedaron escondidas en una carpeta de mi pc. Creo que alguna vez publiqué una o dos en este espacio, hoy les comparto una más, esperando no abusar de la confianza de mis buenos lectores. La idea era eliminar uno de los pecados capitales.

Yo siempre pensé que la envidia estaba de más en el grupo de antiguos pecados, ¿o de menos? Bueno, sobra; tanto es así que antes de que el papa renuncie a su cargo será eliminada de manera oficial.

Quizás algún día fue una falta, pero la envidia es hoy algo así como un pasatiempos. En las tardes, cuando no tenemos nada que hacer, comenzamos a envidiarnos unos a otros; en ocasiones también en las mañanas: ¡El último novio que consiguió esa niña, la de cabellos de risos rojo, que tiene tanta suerte! Nunca reconocimos que también queríamos un chico así, que nos regalara anillos de diamantes, se comprometiera y nos jurara un viaje a París. Decíamos que el amor no tiene precio, aunque el amor en París es más bonito que en las calles de este viejo pueblo. ¡El viaje a Argentina programado y pagado por la empresa de Lucía!; y eso que a mi no me gustan los viajes programados, pero si pudiera quitárselo y quedármelo, lo haría.

Todos pensamos lo mismo, pero mientras era considerado pecado nos callábamos para no parecer gente mala. Nos mordíamos los labios para no confesar que, con gusto, cambiaríamos nuestros departamentos compartidos de la colonia popular por la mansión de ese que, además, tiene otra propiedad en la playa.

La suerte es que ya pronto estaremos libres de este pecado y podremos envidiar a los cuatro vientos. Sólo espero que cuando llegue al infierno nadie pretenda coserme los ojos por envidiosa, porque a mi también me han envidiado siempre, aunque nunca me quedó claro qué.

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