Una gotera en el techo (II parte)

Con relación a temperaturas, climas y cambios meteorológicos, las opiniones son diversas. Según algunos, diez años es el lapso de tiempo justo  para frenar el calentamiento global y salvarnos de la catástrofe. Otros, oportunistas o ignorantes, no obstante, se muestran  optimistas en la corriente de un mundo atropellado y convulso.

El hecho radica en que el cambio climático es atribuido de forma directa e indirecta tanto a la variabilidad climática natural como a las crecientes  actividades humanas. El hombre no dejará de ser responsable nunca de los problemas que destruyen el planeta a mayor o menor ritmo.

Es el hombre, en definitiva,  quien más contribuye al calentamiento, ya sea por el sobreuso de los recursos o por la quema de combustibles fósiles y la tala y quema de bosques, acciones, las dos, que liberan  dióxido de carbono a la atmósfera.

Las consecuencias del calentamiento global para la subsistencia en la tierra son, de golpe, dañinas y hasta mortales. El hombre deviene víctima a la vez que criminal. El criminal se asesina, se automata o  suicida en inocencia. El resto de los seres vivos simplemente  padecerán  o morirán, arrastrados por el torbellino, según la suerte que les toque en el ciclo de la vida.

La atmósfera y sus procesos no reaccionan a la misma velocidad con que suceden los períodos humanos. En los tiempos que corren, las capacidades autorreguladoras de la atmósfera son elevadas a sus límites, a veces sobrepasados. La presión poblacional y de desarrollo actúa por encima de las posibilidades de los recursos naturales y los sistemas ambientales terrestres.

Para el siglo XXI, se han predicho infinidad de modelos sobre los cambios climáticos reales que sobrevendrían con el decursar inminente del tiempo.

Conclusiones de varios  modelos de circulación general (GCMs) que  intentan simular los cambios antropogénicos futuros (teniendo en cuenta solo los componentes atmosféricos), predicen un calentamiento global entre 1,5 y 4,5 grados Celsius aparejado a un enfriamiento significativo de la estratosfera.

El entibiamiento superficial sería mayor en las altas latitudes en invierno, pero menor durante el verano. Habría un incremento global de las precipitaciones entre tres y 15 por ciento, con mayor protagonismo en los extremos boreales y australes y disminuciones en áreas tropicales.

Modelos más recientes, que acoplan los componentes oceánicos  a los atmosféricos, han entregado estimaciones más precisas. Es el caso de un calentamiento global promedio de 0,3 grados en las temperaturas aéreas superficiales por década, en caso de que se asuman políticas que no contrarresten esa negativa tendencia.

En general habría cambios significativos en la mayoría de los patrones regionales de temperaturas y precipitaciones.

Todas las previsiones se basan en modelos de simulación. Hasta las más optimistas de acumulación de gases invernaderos no pueden prevenir un cambio significativo en el clima global de un siglo que recién comienza.

Entrando en materia de desastres apelamos a que el calentamiento global no acabe con los componentes ecológicos, pero es grande la incertidumbre con respecto a magnitudes y tasas de cambio, tanto de temperaturas como de patrones de precipitaciones. Y se desconocen ciertamente las alteraciones en los ecosistemas globales que estos puedan acarrear.

Por lo pronto sobrevendría un deshielo de los casquetes polares que produciría un incremento del nivel del mar suficiente para inundar ciudades costeras en zonas bajas y deltas de ríos. Habría una alteración, por tanto, de la producción agrícola internacional y los sistemas de intercambio.

Mientras mayor sea la cantidad de vapor de agua en el aire (seis por ciento más por cada grado Celsius que suban las temperaturas) más grandes serán, por supuesto, las precipitaciones en el planeta y los cambios atmosféricos. Se agravará la situación en regiones propensas a inundaciones o erosión de los suelos. Mientras, el desigual incremento de lluvias traerá mayor aridez en zonas ya excesivamente desérticas o infecundas, como es el caso del África.

Podría producirse un colapso súbito en el ingente sistema de corrientes de agua del Atlántico, que se encarga de trasladar al norte agua caliente desde el Ecuador. Se produciría un aumento de varios grados de las temperaturas europeas.

James Hanson, primero en alertar sobre el efecto invernadero (en la ya lejana década del 80) que nos ubica hoy al borde del precipicio, conjetura que solo un grado más de calentamiento sobre los niveles actuales, llevaría al planeta a cambios no vistos desde al menos medio millón de años.

Se darían contradicciones naturales y regionales, pues el hielo antártico oeste podría colapsar provocando aumento del nivel del mar entre uno y cinco metros por siglo, inundando costas de todo el mundo. Sin embargo, las áreas que sufren escasez de agua podrían enfrentar por décadas temibles megasequías.

Según los cálculos de Hanson, con la acumulación de gases invernaderos y la construcción de nuevas plantas para quemar combustibles fósiles, en una década el tercer planeta del sistema solar, la Tierra, ya no tendría alternativas al naufragio.

Mientras esto sucede, los trabajos científicos sugieren que los rangos de especies arbóreas podrían variar. Cierto es que los cambios radicales de los ecosistemas planetarios pueden devenir agudos desequilibrios económicos en el globo, cuando demasiados países dependen casi totalmente de sus recursos naturales.

De igual forma, un calentamiento global traería la expansión del área de enfermedades infecciosas tropicales, con impacto directo y negativo principalmente sobre el propio ser humano. Otros efectos pueden ser: tormentas de mayor intensidad e incalculablemente devastadoras, tsunamis repentinos, epidemias imprevisibles en animales, plagas, extinción masiva de especies, tanto de plantas como animales, etcétera.

Entre las medidas que pueden tomarse para combatir o prevenir la calamidad que se nos avecina, está la sobreficiencia energética, especialmente para automóviles y un mayor control de los gases invernaderos.

Muchas veces las medidas requieren  inversiones cuantiosas para lograr tecnologías y desarrollo industrial y energético más ecológicos, menos contaminantes. Pero ello es el precio de la vida y de las civilizaciones construidas por nuestras manos. Además, la ciencia y la tecnología han demostrado también que reciclar y proteger es más rentable no solo a largo plazo sino de inmediato.

De alguna manera y aceleradamente, hay que desarrollar estrategias integradas y detallados programas para frenar y revertir los efectos de la degradación ambiental y promover el desarrollo adecuado y sustentable de la comunidad de países.

Hoy, un dilema mayor, entre muchos, radica en estimular conciencias sobre la necesidad de proteger este, nuestro “pequeñito” mundo. Asimilar que somos en gran cuantía los causantes y culpables.

Pero, a la vez, las únicas criaturas con poderes e inteligencia para cambiar el curso de la amenaza  que proyecta sombras  mortales sobre la admirable y dramática historia de la humanidad y el planeta Tierra.

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