Reminiscencias mojadas en ternura

Ha muerto un hombre y están juntando su sangre en cucharitas,

querido Juan, has muerto finalmente.

De nada te valieron tus pedazos

mojados en ternura.

Gotán, 1962; Juan Gelman

Hoy, muchos años después, recuerdo aquella temporada que pasé en lo que denominábamos escuela al campo en la isla, siendo adolescente, cuando mi padre me llevó el domingo una carta hermosa que decía algo como: “Desde que te fuiste los días parecen semanas y las semanas meses, y entonces hace como un siglo que no te veo…”. Obvio, abuso de la memoria; es mi padre mucho mejor poeta y con su carta hizo llorar a todo el campamento, que pasó por mi cubículo, uno por uno, a leer aquella carta milagrosa de llantos.

De alguna forma rara esa anécdota viene hoy a la memoria, encontrada con muchos sentimientos entre los que siempre pervive de soslayo la nostalgia. Esta, sin embargo, ha sido de esas semanas felices en las que pasa casi una vida dentro. He vuelto a trabajar en esa Historia inconfesable, que amenaza con convertirse en una nueva novela que, de seguro, me dará también muchos dolores de cabeza. Esta semana del otro lado del mar, de la España, llegó la noticia de que Bahía de Sal se iba a imprenta, y de que pronto habrá que presentarla, y de que trae una portada hermosa, de un pintor segoviano, Amadeo.

Además, este proyecto nuestro, de Jorge y mío, de echar a andar una maquinaria cuyos motores se mueven con técnicas narrativas como el storytelling, da pasos seguros, que requieren esfuerzos pero dejan complacencias en el alma.

A mediados de semana la sorpresa me atrapó en New Orleans, una ciudad loca, donde sentí que las cosas pasaban diferentes a otros destinos norteamericanos. Conocí el río Mississippi, corrí por sus orillas, atravesé sus aguas, y me regalé un par de lindas carreras por el French Quarter, donde la gente me miraba estupefacta, borrachas ya de alcohol y de música, mientras yo me afanaba en darle a una pierna tras otras a más de 30 grados de temperatura. Al final…, unos minutos de recuperación de yoga en la azotea de un rascacielos (mi hotel), y a mis pies la hermosa ciudad de músicas, hombres y mujeres de todas partes, carteles iluminados y el fondillo de una trompeta, un trombón o un saxo, que recordaban una tonada triste de la historia de estas ciudades templos.

Una noche fui a The Spotted Cat, a escuchar a la banda de ocasión, y fue magnífico ver que en esta metrópolis, pequeña y por momentos peligrosa, la gente baila el jazz como yo bailo la salsa. Era imposible, por el ambiente y por la gente misma, no imaginarme dentro de una película viejita que ocurría más de medio siglo atrás en el sur de la Louisiana: un asiático y una negra con todo el estilo; un gringo con una mujer de rostro posiblemente árabe; un músico trasnochado con una chica que podría ser de cualquier parte… Al final de la escena yo, esta cubano-mexicana, convertida en muchas cosas y en ninguna, observando como espectadora de una vida que no parecía ser la mía propia…

El último día de la semana me sorprendió en la Ciudad de México, esta loca urbe a la que ya pertenezco irremediablemente, después de casi siete años de haber cruzado el mar, y corriendo por el Paseo de la Reforma para terminar, armoniosamente, mi quinto medio maratón y mi décima medalla desde que empecé a dar los primeros pasos en este mundo solitario y maravilloso de las carreras. Me acompañé de viejos amigos y amigas, con los que he corrido muchas veces y que siempre dejan cosas buenas en cada jornada con aquello de ser un equipo. ¡Qué inevitable esto de pertenecer a un grupo, querer y dejar que te quieran!

Cuando la semana casi termina, para dar entrada a otro ciclo que, por fortuna, no espero menos intenso, me encuentro rebuscando en la memoria aquellas líneas extraviadas de mi viejo y unos versos de Juan Gelman que dicen: “Tu cuerpo era el único país donde me derrotaban”. Una amiga querida me escribe desde las montañas y anuncia su próxima llegada. Desde la ventana de mi estudio, un atardecer revienta detrás de los edificios que me han construido y obstaculizan mi vista. En el cielo, un avión surca el azul, porque a las aves no les gusta la contaminación de esta cité. Otros amigos llegan con noticias gratas vía mail, y yo no entiendo bien cómo se juntan tantas cosas buenas en tan pocos segundos. Han de ser las dopaminas de la carrera que están haciendo sus efectos en este cuerpo de mujer, que todavía no se deja derrotar.

 

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Guest
Ma
July 31, 2017 1:02 pm

Muy linda tu crónica hija, buena mezcla de vivencias y diferentes épocas o momentos de la vida, que han quedado atrapados en tu memoria y que haces llegar muy bien a la de quienes te leemos. Me gustó mucho.