Un cuento chino no está siempre exento de autenticidad, y en este caso puede ser, incluso, parte de la historia de enigmáticas civilizaciones. Entonces, por qué negar categóricamente lo que el intrépido Gavin Menzies pone en nuestras manos, sin daños ni costos. Dejemos que el tiempo nos legue o quite la razón.
Al retomar nuevamente el libro de este denodado marino e historiador aficionado, nos nutrimos de teorías que atribuyen al año de 1421 el inicio de una regia expedición china que habría de recorrer el mundo, llegando a rincones del planeta a los que muchos años más tarde llegarían los ¿primeros? colonizadores europeos.
Cierto es que la ciencia y tecnología chinas de esa época, llevaban ventajas de siglos a las restantes. Igual ocurría con los conocimientos de ingeniería civil y militar, demostrado en la construcción de la Gran Muralla China y que le permitió al país sobrevivir por encima de las grandes civilizaciones antiguas.
Antes de 1421, el Emperador había logrado un proceso de sometimiento al sistema tributario chino, que incluía el Sudeste asiático, junto a Manchuria, Corea y Japón. Toda el Asia Central se sometía al poder chino, cuyos barcos dominaban el océano Índico, abriendo al paso la ruta de la seda desde su país de origen hasta Persia.
Hay hechos incuestionables, y las condiciones chinas saltaban, con creces, por encima del resto de las civilizaciones que emergían. Desde una más antigua y rica tradición marítima, con seis siglos de exploración oceánica y navegación astronómica, hasta una potencia económica que les permitía la creación de vistosas flotas, que vendrían a ratificar su dominio en los mares. Los juncos chinos eran más grandes y resistentes que cualquier embarcación europea y contaban con avances desconocidos en Occidente.
Las evidencias del marino Menzies son tenaces, de alto valor y exponen detalladamente cómo encontró objetos y artesanías chinas de ese período a lo largo de sus viajes, durante muchos años de investigación. También demostró cuáles plantas y animales chinos correspondientes a esa época llegaron a los nuevos territorios, al igual que las especies endémicas de las descubiertas tierras, fueron llevadas de regreso a China.
Es así que cuando los europeos llegaron al llamado Nuevo Mundo, ya crecían allí los más importantes cultivos, de los que habrían de alimentarse al llegar a estas tierras, lo que ocurrió también en la Polinesia y el resto de las regiones.
Íntegramente, estas teorías nos transfieren miles de evidencias por demostrar o ya explicadas. Las flotas chinas habían explorado prácticamente todos los continentes, navegado 62 archipiélagos con más de 17 000 islas, cartografiado el mundo, determinado la longitud por medio de los eclipses lunares, pues ya se conocía como calcular la latitud, pero los europeos mostraron en esos años problemas en el cálculo longitudinal.
Atravesaron, además, el Océano Índico hasta el África occidental, doblaron el Cabo de Buena Esperanza hasta las islas de Cabo Verde, navegaron el Mar Caribe hasta Norteamérica y el Ártico, descendieron hasta el Cabo de Hornos y la Antártica, Australia y Nueva Zelanda y atravesaron el Océano Pacífico. Fue así que se completó el primer mapa del mundo tal, como hoy lo conocemos.
Estos viajes permitieron el aumento del imperio comercial, la creación de colonias permanentes en la costa pacífica de Norteamérica y por el sur, desde California hasta el Perú, el establecimiento de asentamientos en Australia y en otros recodos del Océano Índico hasta el África oriental.
No fue, lógicamente, un paseo color de rosa, como en cualquier historia con posibilidades de ser real. Solamente cuatro barcos del almirante Hong Bao y uno de Zhou Man regresaron a China. Con la pérdida de por lo menos 50 embarcaciones, quedaron atrás miles de vidas. En 1423, de los nueve mil hombres que acompañaban a Zhou Man, solo estaban de regreso 900: el resto murió o debió quedar desperdigado por el planeta.
Estos grandes sacrificios, consecuencias de efectuar la más quijotesca obra posible en tan remota época, llevaron al autor del libro a afirmar que “fue una hazaña histórica sin comparación en los anales de la humanidad”. Y acompañó este criterio con otra importante aseveración: “los descubrimientos europeos no habrían sido posibles si China no hubiera abierto el camino”.
Pero el tiempo en China no se detenía y la existencia del Emperador estaba plagada de acontecimientos impredecibles. Doce meses después de que partiera la armada de Zheng He, estalló una violenta tormenta sobre la Ciudad Prohibida. Era el comienzo del fin. A causa de un fulminante rayo se produjo un devastador incendio que destruyó palacios, tronos e, incluso, arrancó la vida de la concubina favorita del Emperador.
Era la destrucción total de Zhu Di: los dioses exigían cambios y el Emperador cedió el poder temporalmente a su hijo Zhu Gaozhi. Humillado, enfermo, trastornado y abandonado por los dioses, Zhu Di enfrentó problemas políticos y grandes insurrecciones que dieron al traste con sus majestuosos proyectos, tanto presentes como futuros.
Una crisis diplomática aceleró la desintegración de su gobierno. El 12 de agosto de 1424, murió a los 64 años de edad. En septiembre su hijo accedió definitivamente al trono e impartió la orden de interrumpir los viajes de los barcos del tesoro.
En el momento del regreso de las flotas, los mandarines desmantelaban el aparato del imperio mundial que Zhu Di había estado tan próximo a constituir.
China se incomunicaría por siglos del mundo exterior, con la destitución de los almirantes, la destrucción tanto de los barcos como de los mapas, cartas náuticas y cualquier documento que registrara las hazañas. Los logros de este reinado fueron repudiados, ignorados y olvidados con los años.
Todo el legado de Zhu Di y las gallardas flotas fue borrado: no solo se destruyeron diarios y registros, sino que el recuerdo de estos viajes fue borrado de forma que parece que nunca ocurrieron. China se impuso su propio e inmenso aislamiento del resto del mundo, quizás el aislamiento más acatado de la historia humana.
A pesar del éxito editorial de este ejemplar en los Estados Unidos, los historiadores norteamericanos se han limitado a plegarse en sus puestos y amonestar las teorías del ex marino británico, a las cuales catalogan de “especulaciones sin fundamento, donde las evidencias que se presentan no solo no son insuficientes, sino que la teoría de Menzies no se sostiene”.
El hecho de que no se relaten estas odiseas en ninguna de las crónicas chinas es lo que más alarma, unido a los razonamientos actuales de que las dos cartografías, la oriental y la occidental, evolucionaron de forma independiente y se ignoraban entre sí.
Se plantean severas interrogantes: ¿Por qué no llegaron a Europa, si pretendían llevar la dinastía Ming al resto del mundo? ¿Por qué a pesar de la destrucción de los registros, no existe en el país ninguna tradición oral, ni base técnica anterior, ni constancia alguna? ¿Cómo llegaron a Europa con tanta facilidad y rapidez los mapas que constituían secretos militares?
Creo que no debe haber respuestas apresuradas. Hay que espulgar la historia y por supuesto este imprescindible volumen, y dejar que el tiempo decida. No es posible, mientras, negar ciegamente las evidencias que el autor nos expone de forma exhaustiva y sin preámbulos.
La Junta de Turismo de Singapur, que opera con fondos gubernamentales, fue uno de los principales grupos en apoyar una valiosa exposición que tuvo lugar entre el 10 de junio y el 11 de septiembre del 2005 en el Paseo de la Marina, donde se revelaron nuevas informaciones y evidencias sobre estas teorías.
La exposición fue organizada en parte por el propio Menzies, e incluyó detalles sobre una base naval que se cree Zheng He estableció en un punto geográfico canadiense conocido como Nova Cataia.
Sin embargo, mientras unos apoyan, hay otros que desacreditan o contradicen. Tal es el caso de un historiador chino, quien desde una universidad de Singapur afirma que le “encantaría que esta teoría fuera cierta, pero el trabajo de Menzies no tiene nada que ver con la academia. No hay metodología en su investigación ni evidencia que sustente sus declaraciones. Hace conjeturas que de repente se convierten en hechos”.
Cierto es que miles de científicos a lo largo de la historia, repitieron los argumentos ya escritos, mientras que Gavin Menzies se lanzó al mar, navegó e investigó durante 15 años, y este solo hecho le vale reconocimiento y derecho de ser escuchado además de cuestionado, pero no denostado.
En definitiva, las probabilidades de que la historia sea cierta, de manera parcial o total, pudieran ser holgadamente amplias. Algunos aspectos de la Prehistoria y la Historia, por no decir muchos, no están dilucidados aún, y el tiempo y las investigaciones deberán aclararlos como el agua vital que tenemos derecho a beber.
El conocimiento se hace de tesis y antitesis.
Demos un paso adelante y pongamos nuestras cabezas en el futuro, aunque para ello debamos replantearnos el pasado, pues la verdad es algo que debemos afinar constantemente, como a un piano.
VER I PARTE: