Este octubre, como lo había soñado, como lo había anticipado desde hace años, me fui a Buenos Aires a presentar mis Nostalgias… —Nostalgias de La Habana—. Esas páginas malditas que escribí en una habitación del centro de la Ciudad de México, cuando parecía que la vida se me estaba acabando —emigrada y heredera de lo cubano—, fueron el impulso para seguir sonriendo, la certeza de haber encontrado aquel camino, además del viaje sin retorno, en el que habría de vivir irremediablemente: las letras.
Vencido el tiempo y todos sus desastres, esas Nostalgias… habrían de llevarme por los senderos de la fe, a descubrir una ciudad que he amado en viejos tangos y gritos melódicos, en los versos de sus cantoras y cantores, en las líneas de sus poetas, en las estrofas del alma ardiente que me ha dejado un Borges.
Hoy reivindico al poeta y a mis propias palabras desesperadas: “He cometido el peor de los pecados que una mujer puede cometer, he sido feliz”.
En los caminos de Buenos Aires me he reconciliado con mi historia, he abrazado a una mujer hermosa, que muy de cerca, desentrañó los vericuetos de mis memorias ante un público que parecía conmovido por algo de lo que no tenía la menor idea. Ella, a quien escribo, sabe que estas líneas son también por ella. Un editor que nos miraba en la distancia de una librería hermosa, hizo realidad este sueño, y en el bregar de los días, sin saberlo, me regalaba un par de nuevas ilusiones, aunque yo todavía no las hubiera vislumbrado.
Buenos Aires me reencontró con los queridos amigos de la primera juventud, con los anhelos, con los paisajes coloridos que la memoria inventa y las explosiones de un tango que se respira más de lo que se baila. Pero también me reconcilió con esa Plaza de mayo donde yo también me puse a gritar, ¿dónde estás?
De sus aromáticas avenidas, en el Alto Palermo, emprendí el camino a Mar del Plata, donde habría de dejar las lágrimas no vertidas por una Alfonsina Storni que los presuntos poetas del siglo XXI tanto hemos lisonjeado. Ese rumor de caracolas, que la Sosa inmortalizó, fue escuchado bajo la lluvia, mientras las olas grises se arrinconaban entre los sueños de otra poeta rota.
Yo que fui allí a depositarle mis Nostalgias… a un público ajeno, me he llevado todas las Nostalgias de Buenos Aires, las vividas y las que no. Me he dejado el corazón en una esquina cualquiera, y también junto a Mafalda, Alfonsina, Borges, Gardel. Confieso amor a esa tierra, ¡escúchenme los porteños!, donde se han roto todas las corolas de mi vida. Esta no es una crónica. Es un réquiem. Es una elegía.