Mi felicitación silenciosa a Elena

Cuando supe que vendría a México (la primera vez: 2009), el libro inaugural de un mexicano que leí con el afán de irme “mexicanizando”, fue El tren pasa primero, de Elena Poniatowska; el segundo, Hasta no verte Jesús mío, de la misma autora, magistral novela, de las más conmovedoras que he leído en los últimos años. Claro que había leído antes a otros autores, pero ella abriría las puertas a un mundo hasta entonces solo disponible en libros y películas del Cine de Oro Mexicano, que eran las que aún pasaban en Cuba.

Pocos meses más tarde, y por el aniversario número 50 de Prensa Latina (agencia para la que trabajaba y por la que vine a México), me pidió mi jefe que entrevistara a la Poniatowska. Para entonces ya había leído Querido Diego, te abraza Quiela, la emblemática Noche de Tlatelolco y Tinísima, que me pareció estupenda (en Cuba había tratado de conseguirla sin suerte). La entrevista no pudo ser como yo deseaba: Elena no estaba bien de salud y tenía múltiples ocupaciones (como era de esperar). Yo no, yo solo tenía la misión y el ansia de entrevistarla, así que insistí hasta que un día hablamos por teléfono. Luego intercambiamos varios correos y finalmente salieron sus palabras publicadas en la agencia, pero yo no logré mi objetivo: verla.

En esa época conocí a Gustavo Reyes Terán, Director del Centro de Investigación de Enfermedades Infecciosas del INER. Con el tiempo nos hicimos amigos y en menos tiempo que eso, supe que era amigo de Elena. Había terminado de leer su última novela: Leonora y tenía “algunas preguntas” que hacerle. Le pedí a Gus que me llevara a conocerla, pero esas cosas no se dan así de fácil.

En mayo de este año, mi amigo celebró su cumpleaños en un agradable sitio de jazz en Polanco. Fui con mi compañero. Como no conocíamos a mucha gente, o sí, pero no éramos del equipo médico del doctor (que era mayoría), nos sentamos en una mesa aparte, que estuvo vacía, con solo nosotros y nuestras hambres durante una hora. La comida, y sobre todo el espectáculo eran inigualables: varios artistas, jazzistas (porque a mi amigo le encanta el género) interpretaban piezas para él. Ese día vi a Iraida Noriega en vivo (por primera y única vez) y me fascinó. Llena de la emoción y amor que aquellos artistas le brindaron a mi amigo (también de ellos), sus interpretaciones fueron para mí exquisitas. Pero las sorpresas no habían terminado. Un rato más tarde llegaron varias mujeres (de las cuales yo conocía solo a Chaneca Maldonado, amiga y casera de Gustavo), y como nuestra mesa era (para esa hora) de las pocas disponibles, Gustavo las trajo con nosotros.

A mi lado, y sin que yo aún me diera cuenta, estaba sentada la mismísima Elena Poniatowska. Pasó un buen rato, hasta que alguien la llamó “Elena”, para confirmar que era ella. La verdad es que estaba radiante esa noche y parecía tener 20 años menos. Hablamos algo, pero sospecho que no nos escuchamos la una a la otra. Noriega estaba increíblemente armónica e inspirada, y los acordes del piano reventaban contra nuestras palabras que se disolvían sin ser oídas.

Elena y sus amigas estuvieron un rato y luego se marcharon (tenían otro compromiso, nos explicaron). Un poco después nos fuimos nosotros. Al despedirme, Gustavo me dijo: “ya te cumplí la promesa de presentarte a Elena”. Claro que estaba insatisfecha y tenía ganas de reclamarle, pero algo de la emoción de la noche me recorría aún. Era su cumpleaños, así que le di un abrazo. Me fui feliz y algo acongojada quizás.

Esta mañana, llegando a la editorial leo que Elena ha recibido el premio Cervantes 2013 de las letras españolas.

http://www.bbc.co.uk/mundo/ultimas_noticias/2013/11/131119_premio_cervantes_elena_poniatowska_mxaponiatowska_mxa.shtml

http://cultura.elpais.com/cultura/2013/11/19/actualidad/1384879460_009295.htm

http://aristeguinoticias.com/1911/kiosko/10-libros-de-poniatowksa-premio-cervantes-2013/

Aunque nunca ocurriera la larga plática que había imaginado, ni nos hayamos hecho amigas para siempre; aunque sea de esta manera silenciosa, quiero transmitir a Elena mi gratitud por todos los buenos momentos que he pasado leyéndola y por aquella noche anónima en que cenamos juntas, aunque ella ni siquiera lo sospeche.

 

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