“La primavera sabe que la espero en Madrid”

Foto: Gabi Guerra

“A mitad de camino, entre el infierno y el cielo, yo me bajo en Atocha, yo me quedo en Madrid”.

Yo me bajo en Atocha, Joaquín Sabina

Madrid era para mí una canción. Una y mil canciones españolas, que convertían aquella tierra, a la cual pertenecieron mis antepasados, en un lugar cercano y familiar. Por eso, cuando bajé los pies de un tren, en el centro de sus avenidas, yo sentía también que me bajaba en Atocha y me quedaba en Madrid.

Alguna vez, escuchando que “un taxista que pasaba, quedó, mudo al ver como empezaban las Cibeles a llorar”, yo soñé con verlas derramar esas lágrimas. Pero fueron mis suspiros, emocionados, los que agobiaron la esquina de las estatuas.

Ahí estaba, viendo pasar el tiempo, aún, la puerta de Alcalá, y a su alrededor, innumerables necios que como yo querían entrar por sus arcos, como si allí comenzara el mundo. Y estaba la Puerta del Sol, barrida por infinidad de olas de manifestantes, y que no es, por ninguna esquina, una puerta. Y unas calles más abajo se remozaba la Plaza Mayor, en cuyos adoquines una vuelve a poner las plantas como si pisara una plaza habanera, de muchas maneras similar.

Me deben haber faltado pocos lugares que visitar; o al menos visité no pocos, porque mis amigos, cubanos, emigrantes como yo, que han encontrado en la tierra de las canciones un espacio de vida, me hicieron conocer cada sitio, cada monumento, cada puesta de sol, cada noche encendida, cada barriecito muy madrileño, con sus aceras repletas, sus restaurancitos y cafés, sus mercados, sus estatuas y museos, sus manjares, ¡ah, sus manjares! Mis memorias llegan ahora atravesadas por la conmoción de lo vivido, por la evocación del reencuentro con la gente que he querido desde siempre, y que un día, sin quererlo ni unos ni otros, nos tuvimos que abandonar.

Esta noche no hay una razón para que Madrid vuelva a mis neuronas y a mi sangre, excepto que su olor, traspasado por la nostalgia, se aviva en mis células, embriagado por las cañitas, los sabores ibéricos y la soledad de las despedidas.

Atocha es, desde entonces, un paradero de vida, y los trenes de cercanía, animales que brotan de una canción y tocan la puerta de mi casa sin avisar, una noche cualquier.

Hoy hace un mes que regresé de ese viaje sin nombre, y apenas comprendo cuánto de mujer dejé en las calles de Barcelona, Madrid, París, y cuánto me traje, apeñuscado en el alma, de todas ellas. Lo peor de todo, es que ya no es primavera ni las cigüeñas vuelan sobre nuestros brazos de decir adiós.

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Guest
Norka
July 12, 2015 2:32 pm

Manita, déjate de suspiros y vuelve…vuelveeee!!!! Que aún queda mucho por descubrir aquí y allá. El corazón se nos aprieta cuando pensamos cuán estricto es el tiempo que no nos alarga un minuto, ni en milésimas de segundos.Él,que nos parece eterno y siempre avanza en grandes zancadas, se nos escapa…..

Guest
Ivette Semanat
July 20, 2015 6:40 pm

Y seguirán viniendo crónicas nostálgicas porque de eso vive Madrid; de quedarse en la mente de muchos y en el corazón de todos. Un abrazo mi gabucha.