La novela corta, un Caballo de Troya

Gabriela Guerra habla con Rodrigo Sandoval sobre la novela corta

Desde hace unos años la novela corta ha emergido como un género que los lectores prefieren, tal vez por su brevedad, y que los escritores eligen, quizás por lo mismo, pero, también, creo, por las opciones que ofrece a las letras actuales. En la literatura latinoamericana del siglo XX tengo siempre presente dos obras esenciales (al menos para mí): Aura, de Carlos Fuentes, y Boarding Home (o La casa de los náufragos), de Guillermo Rosales.

El género se hace atractivo por su valor testimonial, real o ficticio, para entrar al relato que sobrepasa las opciones narrativas del cuento en la profusión de personajes y tramas, pero que no llega a la complejidad de una novela. Se hace vivo en un tiempo en que no solo el público en general, sino los editores, privilegian la lectura corta, la edición rápida, la salida vertiginosa al mercado en la conquista de nuevos ojos y nuevas formas de leer. Aún incipientes, pero cada vez veo más concursos de novela corta, y criterios diferentes sobre la extensión a considerarse (entre 60 y 150 páginas). A preguntarnos todos si es la extensión lo que la determina, o solo la extensión. Yo, en lo personal, no lo creo.

Sus orígenes están en el relato corto medieval. Cortázar la ubicarían en el galope de un caballo, que viaja entre el cuento y la novela. Rodrigo H. Sandoval, autor de Los crímenes de los sirgueros guadalupanos, tallerista de novela corta, nos comparte en esta que se antoja charla virtual por el afán de que participen todos, y que iniciamos hace un tiempo en un café del bosquecito de mi casa, su particular punto de vista sobre lo que la novela corta contemporánea propone a sus lectores. Para él, la novela corta es un Caballo de Troya…

“Un viejo que espera a la entrada de un pueblo para contar una historia que ha escrito por siempre”.

Gabriela Guerra Rey (G. G. R.) ¿Qué debemos entender por novela corta?

Rodrigo Hernández Sandoval (R. H. S.) Históricamente la novela nace en la Modernidad, pero tiene un descendiente que halla su mejor momento en el presente, esta hija es la novela corta. Por lo tanto, es un género literario de extensión breve y lectura de una sentada, y que ha de ser leída varias veces, en ocasiones con calma y otras con premura. Un género más cercano a los rituales colectivos de escucha oral que a la tradición monacal escrita.

Me gusta pensar la novela corta como uno de esos viejos que esperan en la entrada de un pueblo antiguo a que alguien los salude para contar una historia que toda su vida han escrito en su cabeza.

G. G. R. ¿Qué diferencias tendría con la novela tradicional o la novela contemporánea?

R. H. S. No temo decir que es la más contemporánea de las novelas. Ahí su valor mayor: sufre y se nutre de actualidad. Por esto mismo es hermana de la nota periodística, porque se extiende hasta donde se agota su propia historia, la noticia. Su palabra clave es: economía. La novela corta aspira a ser precisa, a tener concisión; busca ser una pieza artística decantada, y además espera con paciencia a un lector atento que la complete, seducido por sus densas proporciones.

Como Michel de Montaigne, apela a la buena fe de un compañero de viaje, el amigo “escucha” adecuado. Es un universo infinito en el anhelo de diálogo. Se ocupa del ritmo; tiene una mano metida en el campo de lo lírico. Su cortedad nos recuerda la potencia de cada palabra, cada frase y sus múltiples caminos. Los escritores de novela corta corremos el riesgo de creer que por ser un género breve será más fácil su concepción. Los aciertos pueden ser más vistosos, pero los errores también.

G. G. R. ¿Qué es lo importante a saber o entender sobre este género narrativo? ¿Lo consideras un género per-ce?

R. H. S. Es una expresión humana y todas ellas se convierten en algo, que en ocasiones llamamos “arte”. Y cada arte tiene un modo de acción, una manera de comunicarse y decir al resto de las expresiones: ¡Esto soy! No se me confunda con otra. Cada género tiene necesidades propias y alcances singulares. La novela corta no es solo la extensión o el número de las palabras que lo constituyen, que opera más en la cabeza de los editores, los mercaderes del libro, la industria editorial; la novela corta es de los que la escriben y los que la leen. Cada canon, cada prescriptiva, cada manual se termina nutriendo de la relación entre el artista y su público. ¿No fue así con La Poética de Aristóteles? El pensador describió su experiencia ante el hecho dramático… Con esto quiero decir que les toca a los artífices de la novela corta, pero también a sus cómplices, decirnos qué creen que es una novela corta. Aquí también la creencia ayuda más que el dogma.

G. G. R. ¿Cuáles han sido tus referencias en la novela corta?

R. H. S. Horacio Quiroga, en principio. De él aprendí que un autor puede contar una historia sobre una estructura sencilla, tratando, sin embargo, el tema y los personajes de forma íntima, lo mismo que la narración y la anécdota que los envuelve. Quiroga hechiza a sus lectores, los hace reflexionar sobre quién en realidad toma las decisiones en la vida… ¿El individuo? ¿Algo más allá que desconocemos? ¿O algo dentro de nosotros que es igual o más misterioso y desconocido?

Otro autor que me ayudó a comprender las virtudes y alcances de la novela corta fue José Joaquín Pesado con El inquisidor de México, de 1838, donde descubrí lo que yo llamo la concreción, destilada, narrativa, con la cual el escritor de novelas cortas permite mostrar al lector lo necesario para seducirlo con la historia, como la época, los personajes y la posición crítica del autor. Esto último es de cuidado porque se puede caer en el discurso pontificante o moralizador. Muchos escritores han utilizado el género de la novela corta para tratar de influir y persuadir a gran número de lectores sobre lo que está bien o mal de la humanidad. Lo perverso de esto es tratar de imponerlo a los demás como verdades únicas.

G. G. R. Háblanos de Los crímenes de los sirgueros guadalupanos y de tu taller de novela corta. ¿Qué fue primero?

R. H. S. Yo fui el primer tallerista de mi experimento. Necesitaba conocer el género en la práctica. Tomé el coraje para escribirla con Las fieras cómplices de Quiroga, y también le tomé prestada la estructura para contar la historia que se me quemaba en las manos. Partí de una anécdota terrorífica que viví en el metro de la Ciudad de México, y de un final explosivo que me tenía secuestrado el ingenio.

Tuve que sincerarme conmigo mismo para llevar a cabo la empresa, para elegir bien la voz narrativa, las anécdotas con las cuales plantar mis ideas, mi crítica a elementos de mi cotidiano y maquinar los trucos para los lectores.

G. G. R. ¿Cómo trabajas con los nuevos escritores? ¿Qué métodos o procesos empleas?

R. H. S. Primero, instándolos a alcanzar el sueño de escribir su primer libro. Porque en el imaginario es usual pensar que nuestra primera publicación será una novela. Es raro que aparezcan otros géneros en nuestro radar, como la poesía o el cuento. Pareciera que la novela es la ambición primordial de quienes escribimos. La confianza es lo primero y después el compromiso: se requiere una planeación detallada, después escribir durante un largo plazo, ya luego disposición a la relectura y a las revisiones, que toman más tiempo que la escritura. Y por último, recomendarles tolerancia a la frustración; el camino para publicar, conseguir editorial, editor y lectores de Indias puede ser tortuoso.

En cuanto al proceso de trabajo de la novela corta, la metodología que empleo es la de elegir un tema o una historia que nos haya elegido antes. El siguiente paso, elaborar dos esquemas: uno donde se ubique el escritor sobre cómo y qué escribir, y a través de qué voz narrativa y qué cortes capitulares hacerlo. El otro sirve para agendar el trabajo durante las horas que podamos dedicarle al proceso de escritura. Cada caso es distinto, como cada autor, cada novela; esto obliga a la reflexión personal sobre la entrega a esta actividad tan misteriosa.

G. G. R. ¿Cómo o dónde ubicarías la novela corta dentro de la literatura que actualmente se escribe, o mejor, dentro del mundo que hoy tenemos que inventar a diario?

R. H. S. No es descabellado pensar la novela corta en un lugar privilegiado, por los tiempos que corren y los lectores actuales. No es porque esté de moda, eso no lo sé; lo que sí tengo claro es que el mundo en que vivimos nos ha robado el tiempo y nos ha metido en una aceleración sin precedentes, además de instalarnos en un universo de ofertas de entretenimiento bárbaras. ¿Puede competir una novela corta con una app? Sí, siempre y cuando uno se invente un Caballo de Troya para lograrlo. La brevedad es la esencia de este caballo.

Los consumidores de historias tienen demasiados distractores; el escritor debe competir con las series, las películas o los videojuegos. Con mi novela de Los crímenes de los sirgueros guadalupanos intuí que, como dice, Roland Barthes, tenía que decirles a mis lectores “léeme”, probar que es una historia que desea ser leída. Así que decidí entregar una novela que se antojara por la posibilidad de consumirse en un rato y reventar la cabeza del consumidor por medio de la concreción, destilada, narrativa, echando mano de imágenes potentes bien elegidas, descripciones de cosas de las cuales el lector ha sido testigo, para que las completara; reflexiones sobre un personaje con el que se identificara por empatía o aversión hacía realidades compartidas. Traté de hacer partícipe al lector de algo donde pudiera poner su voz, su filosofía, su imaginario. Ese algo que yo cuento como el viejo, que ha esperado toda la vida un escucha a la entrada de un pueblo llamado literatura.

G. G. R. Cuéntanos sobre Los crímenes de los sirgueros guadalupanos. ¿De qué va? ¿Cómo nació? ¿Qué ha pasado con sus primeros lectores?

R. H. S. Es la historia de una misteriosa organización qua actúan a la vista de todos en la Ciudad de México, pero oculta y guiada por un fervor religioso de gran peligro. Un periodista, aspirante a escritor, sigue los pasos de estos maleantes para obtener una historia que contar, al mismo tiempo que lo orilla a cuestionarse si puede hacer algo para detenerlos.

Nació de historias que viví, de meditaciones neuróticas orientadas desde los campos donde me muevo: la antropología, el periodismo, la escritura, el análisis con perspectiva de género, el quehacer teatral… y que me constituyen como un chismoso social. A los lectores que ha encontrado la novela los ha perturbado, por fortuna, porque esa era mi intención. Al ser, dijéramos, una novela corta “interactiva”, cada uno plasma en ella sus miedos e inquietudes. Mi Caballo de Troya instala un virus de malviaje, de incertidumbre, de pesadillas con demonios personales que entablan una relación con los demonios del lector.

G. G. R. Más allá de la propuesta narrativa, ¿qué distingue a la novela corta de hoy?

R. H. S. La novela corta es lo más cercano a lo arrabalero, a lo marginal, al lenguaje del hoy. Opera con la lógica del barrio, con el ánimo del rebelde que trata de fugarse de lo épico, de las historias contadas de la misma manera. La novela corta ama la crítica social, la sátira, gira en las fronteras de lo que nace y muere, riéndose, lamentándose a la deriva. Por eso, cuando se le intenta traducir, se debe reescribir. El escritor debe sentirse libre de experimentar con las formas y registros de la realidad y los lectores, ser participantes activos de esta literatura ritual.

Ver más del entrevistado: https://a4manos.aquitania-xxi.com/author/rodrigo/

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