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Fotos: José Jiménez

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Hace años que no caminaba de noche por el malecón. En mis fugaces visitas a La Habana llegaba hasta donde se pone el sol -ese boquete de salida de la bahía que conserva las más bellas y tristes escenas de mi vida-, respiraba un poco de sal, y me regresaba por donde había venido. El malecón se había vuelto peligroso. El cubano desesperado, cansado, iba allí a canalizar sus peores demonios, y el espacio, un fantástico corredor de más de cuatro kilómetros, de cara al mar, se había convertido en ese sitio por el que no valía la pena pasar, ni con el fresco nocturno dispuesto a bajar los sudores de la jornada.

Ha pasado casi un lustro desde que ese camino dejó de ser mi camino cotidiano. Y hoy he vuelto a él buscando no sé qué. Encontré a cientos de cubanos contra el muro, que en vez de mirar el mar, miraban a la calle vacía, miraban con ojos vacíos, con ganas vacías. Me dejaron, no más, esta sensación de insondable tristeza.

Caminar un sábado en la tarde por las principales calles del Vedado, por 23, por Línea, por la Avenida de los presidentes, y no encontrar más que tres o cuatro coches americanos viejos y extraviados, es una señal desoladora de que algo está pasando. Desandar el malecón en la noche, y que la gente beba su trago, coma su helado o simplemente permanezca, todo en silencio, es un martirio para el emigrante que, como yo, llega a la isla con ansias de recostar su distancia en las raíces.

Una Habana silenciosa es como una ciudad fantasma. Eso sí, irreconciliablemente bella, hermosa y pura hasta el dolor, pero vacía de frenesí. Quizás este sueño guajiro de algunos de que Cuba se abra al mundo sea el que necesitamos después de tanto y de todo.

Mientras, cierro los ojos y respiro la sal de otra época, en que bajaba la Rampa hacia el mar y chocaba con la gente, y se me atravesaba un amigo, y saludaba a un par de conocidos, y un hombre me decía un piropo y otro una cochinada. Cierro los ojos y trato de imaginar que todos los amigos de la vida están todavía allí. Injusta e irreverentemente me niego a aceptar que ya no tengo casi a quien encontrar en La Habana, y que ni yo misma logro hallarme siempre entre los añejos callejones de mi vida pasada.

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Guest
elder
March 6, 2015 1:29 pm

Yo también fui a una parte de la isla y entre tanto pasado y presente, aún no encuentro la certeza del futuro que sobrevendrá de alguna manera por más que se resignen a “cuidar” ciertas ¿conquistas?¿logros?¿triunfos? Definitivamente Cuba es un estrés constante en todo su espectro y resonancia;en todas sus “visiones” Triste e ilusionado; guarachero y musical; melancólico y fugaz; hondo y familiar. Siempre volveré porque allá están los que duelen y amamos. Así es Gabi, “Ha pasado casi un lustro desde que ese camino dejó de ser mi camino cotidiano. Y hoy he vuelto a él buscando no sé qué. Encontré a cientos de cubanos contra el muro, que en vez de mirar el mar, miraban a la calle vacía, miraban con ojos vacíos, con ganas vacías. Me dejaron, no más, esta sensación de insondable tristeza”