(Xtrail México, Cañón del Paraíso, Peña Miller, Querétaro-12 de marzo, 2022. Crónica de una escritora que corre).
Fotos: Israel Quezada
Diez años, recuerdo que Xtrail México cumple diez años, y viene a mis ojos el recuerdo generoso de cañones cortados por el infinito del tiempo. Claro que quiero correr, porque además de los diez de celebración, pasaron dos eternidades entre 2020 y 2022. Así que regresar la vista, la memoria y las piernas al Cañón del Paraíso −paraje que hace honor a su nombre− me parece una bendición sin tacha que esta mujer recibe con gratitud.
Isra y yo emprendemos el camino hacia ese pueblo que de tanto visitar es ya otra casa: Peña de Bernal. Allí me han sucedido cosas: Hice mi primera escalada deportiva en roca, sobre las rugosidades del antiquísimo y gigantesco monolito. Dormí pegada a sus raíces con la vista en las estrellas y soñé. Caminé los adoquines pueblerinos de un lado a otro, e incluso los corrí. En la terraza del hotel Casa Mateo, una vez que Miguel me recibió como si hubiera ganado un Grammy o un Oscar, presenté una de mis obras más importantes. Allí admiré a una mujer, abracé a un amigo, caminé con mi madre, corrí con Isra, mi cordada de vida.
Allí enfrentamos, hace apenas un sábado, y por tercera vez, la ruta de 18 kilómetros sobre la hondonada que arrincona los secretos del universo. De tantas veces, ahora siento que la conozco, a la montaña, sus peñascos blancos y negros, curtidos por el viento, el agua y el recuerdo; sus lajas y selvas, también los caminos áridos y, sobre todo, los cañones rasos: naranjas, ocres y amarillos, que van cerrando entre sus paredes el rumor del agua.
¡He reconstruido tantas veces este sueño en la cabeza que… !Cómo no me di cuenta antes! No están cortados, son olas y rizan las laderas de la montaña. Es un océano empedrado de la edad del mundo. Y yo, e Isra, que además toma las fotos para esta crónica, y mil corredores nadamos sus marejadas, nos dejamos llevar por el ritmo de las pendientes, nos aventuramos al río para llegar a los extremos de la ruta, subimos y subimos los riscos, hasta el paroxismo visual, y luego descendemos contra el viento pertinaz, algo nuevo por estos lares. Todos esperábamos los 40 grados de temperatura con que nos habían estimulado durante el arranque de la carrera. Pero ese amanecer el viento golpeaba los cuerpos en las orillas rotas por el vértigo de lo salvaje.
Xtrail tiene, en su primera década, cuatro episodios que se han convertido en tradición de quienes somos parte de sus rutas: 1- El Cañón del Paraíso: para corredores de convicción es una carrera obligada, por la exigencia y la belleza de sus paisajes. 2- Bernal-Viñedos −en junio−, que quien escribe estas líneas también corrió hace unos años, con la sorpresa de que llega hasta el monolito, en el corazón de Peña de Bernal, y regresa a los cultivos de uva y las cavas de espumoso. 3- Pinal de Amoles: −este año se celebra en agosto−, que recuerdo tan exigente o más, a causa de la altitud, de la niebla, el calor, los bosques y sus sigilos. Y 4- Ixtapa-Zihuatanejo: para mí, el plato fuerte, aunque aparezca en el lugar del postre: es la única carrera de Xtrail que aún no he descubierto, sucede en el edén de otro sitio muy especial en mi vida y en el mes de mi cumpleaños.
Me gusta apropiarme las celebraciones. Celebrar la vida a pesar de la muerte. Me gusta sentir que mientras soy cierva allá arriba, sobre los techos del mundo, lo ayudo a sanar, a ponerse bueno, a reponer sus múltiples carencias. Y sí, parece un sueño de loco o de utópico. ¡No es acaso lo que más necesitamos hoy? Este sábado éramos mil soñadores destejiendo las sombras de la Sierra Gorda y esculpiendo más vida en sus arterias, para salvarnos nosotros.
Gracias, Jorge Duck; gracias, Xtrail México; Gracias, Isra y todos los amores que me cuidan a diario. Gracias a los compañeros de aventura con los que compartimos el honor del Paraíso. Un mimo especial a Bonie, si en algún lugar le leen estas líneas.
Se ven muy atractivos los paisajes, casi de ensueños. Se advierte lo inhóspito del terreno y el silencio acogedor enemigo de las grandes ciudades. Siempre es bueno vivir un instante en el olvido del bullicio urbano y salir de la letra a la acción. Un abrazo y sigue así.