No lejos de donde,
apilados unos sobre otros,
viven los hombres su decadencia
de colmenas verticales
—erigidas en la tóxica yuxtaposición de vidrio, muro y escalera—,
se obstina un vergel secreto,
desafiando la “prosperidad” del mono más audaz.
Allá las cortaderas danzan la coreografía que les susurra el viento
y un rumor salado que viene del este
impregna esos pagos con la música y el sabor del mar.

A la vera de una transitada ruta, al final de un caminito al costado del mundo, parteaguas es una tranquera; luego huella y después médanos: altares móviles, tortugas gigantes de arena. Rodeadas de marisma y de ciénaga. Milenario ecosistema.

Último refugio de naturaleza autóctona costera.

En esa pausa del opresivo cemento,
he visto al brujo búho con el cuis entre las garras,
al tuco tuco correr entre las matas,
y al ígneo rey robarme el sueño en las mañanas.

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