UNA GOTERA EN EL TECHO (I PARTE)

La historia afronta para el siglo XXI, todavía incipiente, una amenaza incierta y desoladora. Amenaza que engrosa una lista interminable de dramas demasiado conocidos por la raza humana. El hombre nuevamente conspira contra la existencia originaria del azul planeta Tierra.

El cambio climático, es, sin dudas, un hecho incuestionable que mantiene hoy día en fuegos y desvelos a científicos y ambientalistas. Viene a unirse  a una larga cadena de penurias que padece nuestra estirpe, pero que al mismo tiempo se retroalimentan y engrosan.

Incrementos poblacionales, pobreza, uso insostenible de los recursos no renovables, deforestación y desertificación con su consecuente disminución en la biodiversidad de las especies, los efectos dañinos en la capa de ozono, entre otros, para no extendernos en calamidades.

Esta vez el efecto invernadero vuelve a levantarse como causante primordial del fenómeno en cuestión, producido por el calentamiento global de la superficie terrestre. Para adentrarse en el problema es necesario sintetizar cuál es la médula del clima global del planeta.

El clima opera a consecuencia de vínculos entre atmósfera, océanos, capas de hielo, organismos vivientes y suelos, sedimentos y rocas. Deviene interrelación de flujo de materia y energía en la atmósfera.

Tanto la atmósfera como los océanos desempeñan un papel imprescindible y delimitador de las variaciones del clima, actuando como presupuesto energético y determinando el estado final del clima global. Se trata de un metabolismo bien complicado donde cada factor influye y es influido. El planeta tiene sus temperaturas y de ellas tomamos las nuestras los seres vivos.

La atmósfera, específicamente, es una capa gaseosa que rodea el globo y se divide teóricamente en varias capas concéntricas sucesivas desde la superficie hasta el espacio exterior. Sus nombres: troposfera, tropopausa, estratosfera, estratopausa, mesosfera y termosfera.

La atmósfera constituye mezcla de gases y aerosoles, o lo que es igual, mezcla de partículas líquidas y sólidas en suspensión. Su rol principal para los seres que habitamos la tierra, es mantener las condiciones aptas para la vida.

El caso de los océanos es bien particular. Son los vientos superficiales los que se encargan de movilizar corrientes oceánicas también superficiales y globales, que son las que asisten en la transferencia latitudinal de calor.

Las aguas cálidas se mueven en dirección polar y viceversa aconteciendo una real transferencia de energía. Lo mismo sucede con la evaporación. El agua de la superficie oceánica almacena calor, que luego es liberado, una vez que el vapor se condensa, forma nubes y acaecen las inevitables y necesarias lluvias.

El vasto y misterioso océano se convierte una vez más en fuente inagotable de vida. Tal es el caso, que en las extensas aguas se almacenan proporciones energéticas mucho mayores que en la atmósfera, pues no solo concentran una mayor capacidad calórica (más de 4 veces), sino también una mayor densidad (1000 veces más). Esta es la razón de que pequeños cambios energéticos en los océanos se traduzcan en grandes cambios de temperatura y clima a nivel mundial.

La sal contenida se mantiene disuelta en las aguas oceánicas cuando se forma el hielo de los casquetes polares, lo que trae un aumento de la salinidad que, aparejado al frío, proporcionan a las aguas una mayor densidad, esto las obliga a hundirse transportando consigo considerables cuotas de energía.

Con el fin de mantener los equilibrios del flujo de masas de aguas existe una circulación termohalina cuyo rol es básico en la regulación del clima global.

Es de forma general e integrada, que el clima terrestre depende del balance energético entre radiaciones, la solar y la emitida por la tierra, a lo que se adiciona la emisión de energía geotectónica. Los gases invernaderos vienen a desempeñar un papel crucial.

Gracias a nuestra atmósfera, tan solo una fracción del calor que se recibe de la energía solar, vuelve al espacio exterior, quedando retenido el resto en las capas inferiores de la atmósfera donde gases como vapor de agua, CO2, metano y muchos otros formadores de los clorofluorocarbonos, se calientan y una parte del calor vuelve a la superficie terrestre.

Es lo que conocemos como efecto invernadero que, aunque el proceso no es exacto como el que ocurre dentro de un invernadero, ha pasado a la historia con ese nombre a causa de semejanzas en los dos procesos.

Un incremento de calor acarrea mayor evaporación de agua de los océanos, lagos o suelos, de manera que la atmósfera más cálida retendrá más vapor de agua y aumentará el calentamiento producido por el afamado efecto invernadero.

Ya en la actualidad los gases han retenido en la atmósfera suficiente calor como para aumentar la temperatura media del aire en la superficie unos 0,5 grados Celsius desde que comenzó el siglo XX, ya plagado de peligros.

Según el panel internacional sobre cambio climático (IPCC), una duplicación de los gases invernaderos, por solo aportar una referencia, incrementaría las temperaturas entre 1 y 3,5 grados. Sería lo equivalente a volver a la última glaciación, pero en dirección discrepante, retornando a un pasado remoto  y superado por los termostatos de la estirpe humana.

El aumento de temperaturas sería el más rápido en los últimos 100 mil años, haciendo muy difícil que los ecosistemas del mundo se adaptaran y retuvieran una porción considerable de sus criaturas vivas.

Por otra parte, los gases invernaderos, aunque naturales, son menos de 1 décima del 1 % del total de gases atmosféricos, pero actúan como frazada vital alrededor de la tierra. Si careciéramos de ese manto protector la temperatura mundial sería 30 grados Celsius más baja y no sería posible nuestro ciclo natural de vida.

Por tanto, solo se exige y necesita lograr un equilibrio que sostenga a la atmósfera sin llevarla hasta los mayores límites en cualquiera de los dos sentidos: frío o calor. Crear una paz bien sencilla entre  los sistemas que interactúan en el planeta, y esta en la raíz de la biodiversidad y la vida. De ellos depende un mundo casi ideal o al punto del cataclismo.

Para salvar un globo dinámico y en peligro el Protocolo de Kyoto se alza en defensa de su protección y cuidados. El cambio climático global es un hecho que deja clara la globalización del problema, es inútil enfrentarlo sin una empresa que involucre y armonice a todas las naciones.

Actualmente y de manera sostenida, Kyoto ha luchado por hacerse escuchar y procurarse un lugar en la historia. A pesar, no obstante, de que el Protocolo reclama medidas insuficientes, como pequeñas curas de mercurocromo en un tiempo muy dilatado.

Pero, países, grandes potencias como la norteamericana, limitan sus derechos a concebir y lograr un mundo más limpio, puro e imperecedero. Sus tomas de decisiones, las de ese gobierno,  se basan en la economía del egoísmo y las ganancias, la superioridad militar, el hegemonismo y la arrogancia política. Sin descontar la ignorancia y el oído sordo en dirección a la ciencia.

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