Sobre innúmeras especies pesa el cada vez más célebre peligro de extinción. Muchas son las causas. Pero hay una, inescrupulosa, severa y escasamente sancionada, que mata hasta sin matar: se trata del tráfico de animales, el tercer negocio ilícito más lucrativo del planeta.
Tras el tráfico de armas y drogas, el comercio ilegal de animales ocupa un lugar atractivo y deviene rentable. Según Naciones Unidas, por este ejercicio se mueven entre 5 mil y 10 mil millones de dólares al año. Otras fuentes dan cifras más elevadas y escandalosas, rozando los 20 mil millones.
Del ya remoto año 1973, data la Convención Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre. La historia le concedió en este período de tiempo muchos aplausos y la ratificación por parte de 123 países. De cualquier manera, las medidas aplicadas resultaron insuficientes y los castigos muy mesurados ante la degradante práctica.
Solo en Argentina el tráfico de fauna mueve al año unos 100 millones de dólares. Los principales destinos: Europa, Estados Unidos y Japón. Prefieren monos, víboras, tortugas, iguanas, yacarés y aves, fundamentalmente loros.
Los loros se venden vivos; suerte y privilegio que acarrean en el plumaje. A las iguanas, sin embargo, se les mata y extrae el cuero, codiciado por el ávido mercado internacional de zapatos y carteras.
Entre las muchas especies que padecen el acuciante peligro de la extinción se encuentran, básicamente, aves, primates y otros mamíferos. La caza, la captura y la introducción de especies no autóctonas son la fuente indiscutible de riesgo. El resultado final de las actividades es, por lo general, el tráfico ilegal.
Brasil es un ejemplo que arrancaría lágrimas a cualquiera. El número de víctimas del contrabando se estima en 12 millones de ejemplares, siendo el país más perjudicado, a la par que tiene la mayor diversidad de especies del planeta. Un 20 por ciento de los animales con los que se trafica, provienen de la región.
En territorio brasileño pesa el riesgo de desaparición sobre más de 200 especies. Mientras, se capturan al año más de 38 millones de ejemplares y un 90 por ciento muere en los procesos de caza y transportación.
El arare azul de lear, ave del mismo país, tan exótica como amenazada, llega a alcanzar un precio de hasta 60 mil dólares. Un tucán del brasil, por su parte, se cotiza en siete mil dólares en los Estados Unidos. Son las cifras que se pagan por algún ejemplar supuestamente extravagante, al tiempo que el hambre mata a millones de personas en el planeta.
Donde la zamba impera se extiende la magnífica selva amazónica, que dota a la región de perfección y diversidad sin par a nivel mundial. Allí mismo, se dictan legislaciones vulnerables y no aplicables. Si algún individuo es detenido por abuso o tráfico de alguna espectacular especie, paga una fianza de 100 dólares y queda en libertad.
El mercado internacional se estimula, en primer lugar, con sujetos que andan en la búsqueda de especies “raras”. Segundo, con el desarrollo de la industria farmacéutica, que consume gran variedad de especies venenosas como arañas y serpientes. Por solo unos centavos, la biopiratería consigue especies para alimentar el fructífero avance de la producción de medicamentos.
Los destinatarios internacionales son coleccionistas de animales exóticos, zoológicos que muestran la paradójica vida salvaje en cautiverio, y ambiciones de ricos y caprichosos maniáticos que añoran desde un abrigo de pieles en el escaparate hasta un colmillo de elefante adornando alguna habitación olvidada de sus aposentos.
Las empresas farmacéuticas, por unos pocos centavos, adquieren todo tipo de animales para investigar. Se olvidan que los animales no están irracionalmente a disposición del hombre. ¿Qué es el hombre, en definitiva, sino otra especie? El consumo debe ser razonado e impuesto por leyes nacionales e internacionales.
En 1990, se prohibió la caza del elefante en todo el continente africano. Sin embargo, cada año se sacrifican 70 mil ejemplares para un comercio que ronda las mil toneladas de marfil. Lo mismo ocurre con los rinocerontes blanco y negro, cuyos cuernos se consideran afrodisíacos; con la desaparición del animal, se presume, se evaporará la ilusión de virilidad de muchos representantes masculinos del Viejo Mundo.
Todo vale en el gran antro del tráfico internacional de animales. Los traficantes lo mismo falsifican documentos oficiales, que sobornan, evaden impuestos o hacen declaraciones aduaneras fraudulentas. Es muestra clara del crimen organizado y permitido contra la naturaleza y la vida.
Como ocurre con cualquier fenómeno social, político o natural del sistema internacional de distribución y propiedad, los países exportadores son los del Tercer Mundo. Poseen una riqueza natural carente en el hemisferio norte, pero de igual manera, la venden o intercambian por un puñado de monedas.
América Latina y África son los continentes donantes por excelencia, los más devastados y agredidos. América del Norte, Europa y ciertas regiones asiáticas, compran a diestra y siniestra para alegrarse los hogares con colores, cantos y piruetas foráneas que no les pertenecen.
Por desgracia, el negocio ilegítimo requiere de silencio absoluto, incluso para los animales. Esa situación favorece el exterminio de muchos ejemplares que nunca llegarán con vida a las lejanas tierras a que se les transporta desafiando el criterio del hábitat natural.
Se estima que solo uno de cada diez animales con los que se comercia llega a su destino final a salvo, aunque no necesariamente sano. Las condiciones de carga son aterradoras, escondidos para no ser descubiertos, muchas veces no pueden ni respirar.
Una red de información y cooperación contra el comercio ilegal de animales y plantas está en construcción en América del Sur, donde la alta biodiversidad atrae a los traficantes de especies.
La estrategia espera frenar un negocio vinculado además al narcotráfico. Fue legalmente acordada en la primera Conferencia Sudamericana sobre el Comercio Legal de Fauna Silvestre, que reunió a defensores y autoridades en Brasilia.
El tráfico prospera ante tanta tolerancia social y sigue la lógica implacable de las ganancias. Las especies más escasas obtienen los mejores precios y son, por tanto, las más cazadas, acentuándose el riesgo de su extinción.
Para casi nadie adquirir hermosos plumíferos o primates u otros mamíferos salvajes, extraídos de su tradicional hábitat, es un verdadero delito. El contrabando goza en la actualidad de gran impunidad, la necesaria para seguir ramificando y desarrollando tan ventajoso mercado.