¿EN QUÉ MUNDO VIVIRÁN LOS ELEFANTES?

Y Félix Guerra

Entre 1975 y 1985, es decir, diez años, la caza legal y furtiva eliminó del planeta a unos 500 mil elefantes africanos. Así comienza esta historia. Si a alguien le dicen que va a ganar 500 mil dólares le costará contar cada billete o saber qué hacer con tal cifra, igual cuesta mucho imaginar tal exterminio de paquidermos. Medio millón de elefantes murieron en solo una década, ah, bendita naturaleza que permite tales excesos y sigue ahí, pujando por la vida.

En 1989, hace apenas 20 años, fue que se prohibió la explotación comercial de paquidermos, la mayor de las especies terrestres. Antes de esa fecha, el comercio de marfil estaba en pleno auge y ponía en situación crítica al gran cuadrúpedo amenazado entonces por ambos flancos, la casa legal y el furtivismo.

Cifras citadas por la revista Natura indican que entre 1975 y 1985, la población se había reducido en casi un 50 por ciento, de 1,3 millones de ejemplares a 750 mil. Al parecer fue el acelerado proceso de eliminación lo que llevó a centrar esfuerzo y pensamientos en los colosos africanos, derivando finalmente en la ley que prohibía la caza comercial. Así, en 1989, el elefante africano era incluido oficialmente en el Apéndice I del Convenio sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestre (CITES). Se prohibió la venta de marfil y otros derivados entre los países firmantes, a excepción de Sudáfrica, que se negó a aceptar la decisión.

Los resultados en la década de los 90 fueron impresionantes. Un estudio del departamento internacional del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) en seis países (Zambia, Tanzania, Malawi , Zaire, Camerún y Costa de Marfil), demostró que el furtivismo había disminuido considerablemente, y con ello se redujo la exportación a los países consumidores, entre ellos al principal: Japón.

Pasado el tiempo, el peligro acuciante de la caza ilegal, aunque no desaparecido, fue desplazado por otros, la pérdida de hábitats y la competencia con los hombres.

El elefante africano (Loxodonta africana) es capaz de recorrer largas distancias en busca de agua y necesita demasiada comida para sobrevivir, lo que lo enfrenta al ser humano, quien también se tambalea en sus propios riesgos y dilemas.

La competencia por el espacio y los alimentos entre paquidermos y seres humanos, saltó en África al primer plano en los últimos años. Miles de hombres y mujeres, ancianos y niños, se establecen en regiones a las que antes otras criaturas animales emigraban constantemente en busca de comida. En ocasiones, esos corredores naturales y ancestrales, convertidos en huertas, son arrasados por los elefantes que buscan salida a sus encierros y comestibles para sus penurias. La lógica de la subsistencia cotidiana enfrenta entonces a los rivales, con las consiguientes guerras y víctimas. Y esto ocurre y volverá a ocurrir cada vez que el forraje disminuya en una zona y los elefantes deban rastrear su alimento vegetal en otras, porque ellos son grandes comilones y, como cualquiera, no saben controlar su apetito durante demasiado tiempo.

Cuando los elefantes, por otro lado, se ven impedidos de utilizar las rutas migratorias y escapar, se concentran a ingerir cuanto brote verde encuentran en los territorios de encierro. Los perjudicados, además de los propios gigantones probóscides, son el resto de las especies que conviven con ellos: búfalos, cebras, ñus y otros, que ven disminuir con rapidez sus manjares, sin ninguna solución a mano, pues también sus corredores migratorios se encuentran cerrados. Otra consecuencia tan lógica e inmediata como las anteriores, es que el ciclo reproductivo de la vegetación carece de tiempo para crecer una y otra vez y ofrecer alimentos, con lo que nuevamente se hacen palpables las conexiones ineludibles entre espacio y tiempo aclaradas por la física moderna.

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José Alejandro Carro Sánchez
April 29, 2019 11:11 pm

¡Qué triste!