Palabras Gabi Guerra premio Juan Rulfo a primera novela 2016

Foto: Jorge Ruiz Esparza

 

Hace un par de semanas, reunidos en mi casita de La Habana,

mis viejos y yo recordamos aquella tarde,

cuando todavía iba a la escuela primaria,

en que llegué a casa y les recité un poema de un escritor

que hoy sigue siendo conocido solo en Cuba

–Juan Cristóbal Nápoles Fajardo, El Cucalambé–,

que me dejó conmovida hasta las entrañas de niña.

Entonces, mi padre recorrió la casa en busca de algo

que habría de cambiarme la vida.

Un par de minutos más tarde, me ponía en las manos

una antología del primer poeta siboneyista,

desaparecido antes de cumplir los 30 años.

Así, más o menos, sucedió con Martí, con Vallejo, Darío,

Neruda, Benedetti, Borges, Sor Juana;

de la poesía al cuento, a la novela, hasta atravesar una lista de autores

que me han acompañado en los desvelos

y que casi siempre encontré en los anaqueles y libreros de mi hogar.

Yo me sentía entonces protegida,

y pensaba que no había mejor lugar en el mundo

que entre esas líneas y versos donde se me acurrucaba el alma.

 

Hace un par de semanas, en mi casita de La Habana,

sentados en el balcón de las reflexiones, mi padre,

Félix Guerra, poeta y escritor, y Roberto Manzano,

otro distinguido poeta de la isla, hablaban de la necesidad

de crear una especie de logia mundial en rescate de la literatura

y la poesía, que hoy parecen importar cada vez menos.

De ese encuentro nacieron grandes ideas que espero podamos impulsar,

pero también fue el instante en que supe que recibir un premio literario

no se trataba más que de reconfigurar la manera de ver las letras

y hacer un réquiem para que esos viejos poemas de amor

no agonicen en el recuerdo.

 

En diferentes momentos, los poetas han sido sofocados o asesinados,

en muchos lugares del mundo, por escribir sus versos.

Así de peligrosos se les consideraba: Sor Juana Inés de la Cruz,

Miguel Hernández, Federico García Lorca.

Hubo una época en que eran perseguidos por el poder que tenían

de mover a las masas: José Martí, Rubén Darío, Pablo Neruda.

Hoy, poetas y escritores mueren prematuramente

por la falta de interés de la industria editorial.

Convertimos este arte,

que solía mover masas y hacía temblar reinos,

en un negocio… un entretenimiento comercial.

Tenemos mucho que trabajar, en una logia

como proponen los poetas cubanos, o cada quien desde su trinchera,

para que la literatura vuelva a ser la fuerza que mueva al mundo…

y al hombre.

 

Decía Walt Whitman en “No te detengas”:

“Aprende de quienes puedan enseñarte.

Las experiencias de quienes nos precedieron

de nuestros ‘poetas muertos’,

te ayudan a caminar por la vida

La sociedad de hoy somos nosotros:

Los ‘poetas vivos’.

No dejes que tu vida pase

sin que vivas eso.”

 

Este, conmemoramos cien años del nacimiento

del escritor mexicano Juan Rulfo. El suceso es grande.

Rulfo ha inspirado a muchos desde El llano en llamas, y se ganó

un pedestal en la literatura universal con solo dos libros,

incluida su novela Pedro Páramo. Una metáfora más para reconocer

el valor de las letras en la vida de esta humanidad que nos anda al lado.

Si en algún pueblo mexicano pude inspirarme para escribir Bahía de Sal,

fue en su Comala.

A lo mucho que se dice y hace este año en su memoria,

solo puedo agregar el orgullo de recibir esta distinción

que lleva el nombre del maestro.

 

Bahía de Sal es la historia de un pueblo cualquiera de nuestro continente,

ubicada en el siglo XX, pero sin tiempo exacto ni lugar preciso.

Allí todo ocurre de manera cíclica: las lluvias, las sequías,

las migraciones, los retornos, las crisis, la vida, el amor, la muerte…

Aunque el pueblo deviene protagonista, la narradora y personaje central,

María de la Sal, contará su historia y la de su gente como el último recurso

para rescatar un pasado que convertirá el futuro en un sueño promisorio,

dándoles a los habitantes de Bahía de Sal un derrotero allende el mar.

 

Comencé a escribir esta novela a principios de 2015

en la oficina de la editorial donde trabajaba.

Mi director editorial, Jorge Ruiz Esparza, no sabía entonces

que yo me escapaba de vez en cuando para escribirla.

En aquel momento editábamos un bookazine

sobre la historia de reyes y reinas europeos

en un período de varias centurias, y yo me entretenía

poniendo por apodo a cada miembro del equipo

el nombre de un soberano famoso de la historia.

Un día, Jorge pasó por mi lado y me dijo: tú eres Leonor de Aquitania.

Me encantó, al punto de que comencé a buscar más

sobre la vida de esta reina medieval y lectora,

que vivió entre 1154 y 1189 después de Cristo,

y llegó a ser soberana consorte de Francia e Inglaterra.

Al poco tiempo nos cerraron la revista que editábamos,

así que me vi obligada a seguir escribiendo.

Una vez concebida, Bahía de Sal crecía dentro de mí.

Me robaba vida, días y sueños,

y yo era Aquitania detrás de un teclado que no paraba de sonar.

 

No fue difícil, pues, decidir que el seudónimo con el que quería competir era este.

Jorge se había convertido, además, en editor de Bahía de Sal.

A él debo la limpidez y coherencia de esa prosa,

si es que puedo hablar de tal.

 

Actualmente, Jorge y yo estamos creando nuestra editorial-agencia de contenidos,

a la que llamamos… Aquitania.

Es ambicioso pedirle tanto a los reyes muertos,

pero ojalá nos dé la misma suerte que con Bahía de Sal.

En todo este proceso, salí ganadora: pues no solo hoy recibo,

plena de honor, agradecimiento y orgullo este reconocimiento,

sino que además gané al colaborador más cercano,

al mejor editor y a un amigo entrañable.

A ti, Jorge, quiero dedicar, en primera instancia, este premio.

 

Quiero agradecer a todos los que han hecho posible este momento,

desde el Instituto Nacional de Bellas Artes, el Instituto Tlaxcalteca

de la Cultura y la Secretaría de Cultura y Turismo de Puebla,

todos auspiciantes del premio y que han estado cerca en estos meses.

En especial a Dalia, que tuvo tantas consideraciones y paciencia.

También, por supuesto, al jurado: Maritza Buendía, Ethel Krauze

y José Luis Martínez. Gracias por haber elegido Bahía de Sal,

y por haberme hecho creer nuevamente que los escritores

todavía tenemos oportunidad.

 

Agradezco a todos los amigos que me acompañan esta tarde,

a los lectores, los amantes de la literatura, y a los que no pudieron venir,

pero me han amparado en esta carrera solitaria;

a todos los que han creído en mí.

 

Quiero darle las gracias a mi viejo, poeta y escritor cubano,

que ha sido mi tutor intelectual desde mi nacimiento.

Él me formó en los oficios del periodismo y la escritura

sin que haya manera de retribuirle tal aporte.

Finalmente, dedico todo lo importante de mi vida a mi Marina,

porque ha sido la mejor madre y amiga,

porque ha estado de mi lado en cada acto de vida y creación,

ayudándome en esta tarea infinita que es creer en el arte,

en el milagro y en el amor.

 

Termino pidiéndoles a los escritores jóvenes, a los no publicados,

a los noveles como yo, que no pierdan la fe.

Escribir es un acto de voluntad, y es una necesidad imperiosa.

Cuando te das cuenta de que, si no puedes escribir, no puedes vivir,

entonces no hay nada que hacer: la suerte está echada.

Las glorias, lleguen o no, son efímeras.

Solo las obras perduran.

 

Muchas gracias.

 

Gabi Guerra, palabras premio Juan Rulfo primera novela 2016, Tlaxcala
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Guest
Jorge Ruiz Esparza
April 4, 2017 3:10 pm

Gracias por tus palabras, querida Aquitania. Solo ayudé un poco a que brillara más tu talento. Te felicito, tienes un gran estilo y muchas cosas que decir.