La Isla Infinita, una editorial casera e independiente en plena Habana.

Y una de las enseñanzas de Orígenes fue que la más honda certeza “se engendra en lo que nos rebasa”

DECLARACIÓN DE PRINCIPIOS

Damas y Caballeros:

 

Escuchad una fábula para la fundación de La Isla Infinita; que es el nombre de nuestra colección de libros.

 

En los días eternos del Paraíso, Dios colmó de dones materiales y espirituales a la Primera Pareja. Muy especialmente les regaló el Primer Lenguaje, con el que establecieron los nombres de todas las cosas y pudieron hablar con todos los animales. Luego Adán y Eva tuvieron que salir del Paraíso porque el Diablo, mediante engaños, provocó que los expulsaran. Los descendientes de la Primera Pareja siguieron, no obstante, utilizando el Primer Lenguaje. Y la gente, es decir, el género humano, pudo conversar, entenderse, componer canciones, conjuros, trabalenguas, y un largo etcétera. El Diablo empleó entonces la tentación de la Torre de Babel. Con esta eficaz  astucia maldita consiguió que el Primer Lenguaje quedara destruido. Muchas lenguas diversas surgieron y lucharon entre sí. Hasta este punto la historia es más o menos conocida.

Ante semejante caos, Dios no resucitó el lenguaje de Adán sino que aprovechó y bendijo la diversidad. Entregó nuevos dones a todas las culturas. Por ejemplo, inspiró la invención de los alfabetos, los ideogramas, los quipus, los códices, las runas, más recientemente la imprenta, y con ella, los actuales libros, revistas y periódicos. Tengan la bondad de observar este detalle: Dios nunca deshace directamente las fechorías del Diablo, sino que actúa siempre en otro plano, empleando magistralmente eso que los guionistas llaman puntos de giro.

Ni siquiera con la ayuda de los terroríficos fantoches que tiene siempre a su servicio pudo el Maligno impedir que se escribieran y leyeran buenos libros, porque tampoco él puede deshacer directamente lo creado por Dios. Sin embargo, la revancha diabólica se hizo esperar apenas unos siglos, cuando El-Que-No-Es animó la industria del libro y avivó la codicia de las editoriales de tal modo que el número de libros se multiplicó, mucho. Hoy en día es muy confuso entrar en las librerías, pues la mayoría de los libros son distorsiones o corrupciones de los pocos libros nutridores, esenciales, que justifican en cada quien el hábito de la lectura.  Se imprimen muchos libros que no parten del corazón de nadie, y como consecuencia natural, la gente lee cada vez menos.

Pero Dios no se amilanó (¡cómo iba a amilanarse el Creador!), y aportó una solución sencilla y eficiente: inventó al amigo, que recomienda el libro ideal en el momento justo. Maravillosa invención. ¡El Diablo se puso furioso!

El Diablo y Dios combaten hoy y siempre. Su constante duelo recorre los siglos. El Otro estorba el acceso a los buenos libros creando en torno a ellos una selva oscura donde la vía recta se ha perdido; el Uno crea talleres y círculos de lectura, donde se comparten oscuridades y revelaciones; la Vieja Serpiente hace subir el precio del papel; el Altísimo vigila cuanto es verdadero nacimiento. No se sabe cuál de los dos inventó los lectores electrónicos, pero las buenas ediciones digitales las inspira, claro, el Espíritu Santo.

Como las bibliotecas ya no arden, la selva de libros trepa ahora por las paredes del mundo virtual. Sin ocupar mucho espacio, es cierto, pero amenazando con ocupar todo el Tiempo. Ahora es más que nunca necesario el amigo que recomienda. Y ese es el principal sentido de la colección llamada La Isla Infinita, un proyecto pensado para compartir nuestros hallazgos, “para aprendernos mejor la conmovedora belleza del mundo”, y reencontrar “el alimento innombrable: lo real”. Así sea, Damas y Caballeros, porque leer es compartir, y el corazón al corazón habla. Cor ad cor loquitur. En otras palabras, aquello que partió (verdaderamente) de un corazón, es lo que tiene más esperanzas de llegar a otro.

Damas y Caballeros… Damas y Caballeros…  la persistencia de estas dos palabras nos recuerda que el Ideal de la caballería, aunque duro de seguir, resulta también difícil de abandonar del todo. Justamente de cosas como esta —cosas irrenunciables y marcadas por una antigua frescura— es de lo que está hecho este empeño que llamamos Colección La Isla Infinita.

Cualquier labor realizada a conciencia durante cierto periodo tiende a destilar alguna filosofía, y la realización de estos libros no es una excepción; cosa que resulta muy conveniente a la hora de presentarlos: de otro modo, no tendríamos ahora nada interesante que decirles.

¿Diremos algo sobre el infinito a que alude el nombre de nuestra colección? No es saludable para el alma emplear palabras vacías ni invocar nombres en vano, de ahí que sintamos cada cierto tiempo el impulso de meditar sobre este título: La Isla Infinita. Y a veces descubrimos “enormes minucias”, como esta de que una multitud es más numerosa que un hombre, pero un hombre es tan infinito como una multitud; luego, lo infinito no es un atributo cuantitativo, sino una cualidad. Lo infinito no es una cantidad inalcanzable, sino una cualidad alcanzable. Lo infinito es una cualidad prodigiosa pero tangible, como lo es la propia vida. Cualquier salto cualitativo en nuestra vida espiritual —ya sea el cumplimiento de nuestro auténtico quehacer, la experiencia del arte, o la revelación del amor— va acompañado por un vislumbre de lo infinito. José Lezama Lima vislumbró en la revolución cubana “la era de la posibilidad infinita, que entre nosotros la acompaña José Martí”, por cuanto creyó ver en ella un paso de lo cuantitativo a lo cualitativo: el inicio del viaje conjunto de lo pequeño y lo grande hacia lo infinito, hacia lo sin tamaño, hacia eso que puede caber “en un grano de maíz”, o “debajo del ala de un colibrí”, pero que colma lo insondable de nuestro corazón, y rebasa nuestra lógica sin quebrarla. Mientras se piensa en pequeño, los gobernantes son déspotas o lacayos, e inevitables malversadores del tesoro de la nación; cuando se piensa en grande se promueven la salud y la educación y el orgullo nacional resplandece; cuando se piensa en infinito (y entre nosotros afortunadamente ha habido quien lo ha hecho), resplandece tanto la dignidad individual como la de la sociedad entera —el brillo de cada fragmento inmensurable—, y no hay quien separe la fuerza del Estado, devenido estado poético, del tejido germinante de los empeños individuales. Cintio Vitier, quien fundó la revista La Isla Infinita en 1999 a petición del entonces ministro cubano de Cultura, había dicho antes al Estado en un poema: “No halagues mi vanidad, busca mi fuerza, que es la tuya.” Así pues, esta colección, que continúa y amplía aquella revista, publicando todo lo que no cabe en ella, ¿es un proyecto estatal, o un proyecto independiente, personal? ¡No se sabe! Ojalá pudiera ser ambas cosas. Por una parte, somos todo lo independientes y personales que cabe ser —pues hacemos cada libro con amor, con trabajo gustoso, y hasta ahora con nuestros propios recursos—, y por la otra, estamos todo lo comprometidos que deseamos estar con la polis y el cielo estrellado. ¿No debería ser así el proyecto de Cuba? ¿No está en esa indeterminación la fuerza de un país?

Rinaldo Acosta, uno de nuestros editores, me llamó la atención sobre esta característica del pensamiento occidental: dice él que los “occidentales” tendemos a catalogarlo todo como verdadero o falso; es decir, a no aceptar lo indeterminado, ni menos aún lo desconocido, como una tercera categoría válida o permanente. Nuestros libros de ciencia rara vez hacen hincapié en la magnitud de nuestra ignorancia, y en el carácter especulativo de muchos de nuestros conocimientos, sobre todo acerca de fenómenos extremadamente lejanos en el tiempo o en el espacio, o aquellos que involucran eso que llamamos, de manera vaga y exacta, el alma. Entre las cosas que yo propondría colocar en la categoría de lo indeterminado-pero-exacto —junto con el alma, Dios, el Tiempo, y otros infinitos— es la cuestión de nuestra identidad nacional. Considero que los estereotipos y prejuicios que imperan entre nosotros acerca de qué cosa es “lo cubano”, vuelven irreconocible lo que, dejado a su natural albedrío, tendería a ser mejor reconocido y amado. ¿No es suficiente el hecho de que tantos cubanos anónimos o eminentes no se amolden al supuesto perfil del cubano típico, para que comprendamos que dicho estereotipo merece ser abolido o cuando menos revisado? Conozco un numeroso puñado de gentes que son, en mi opinión, cubanos típicos; digo que son cubanos típicos porque me parecen unos tipos humanos bastante originales y excepcionales, y yo no esperaría menos de Cuba, la tierra que me ha enseñado cuanto sé sobre originalidad y excepciones. Sin embargo, hasta el día de hoy, ninguna de estas personas se reconoce a sí misma como un fruto típico de su tierra; en mi opinión, esto se debe a los muchos prejuicios que enturbian el sorpresivo manantial de nuestra identidad. Para cualquier país, semejante enajenación de sus tipos humanos más genuinos debería tener visos de encrucijada trágica. Antes de hacer peligrar el árbol de nuestra nación, sería preferible que el misterio de la identidad siguiera siéndolo. Un sabio, que para mi gran suerte era vecino mío, ha dicho: “Nuestras raíces nos sustentan porque están ocultas”. Y una de las enseñanzas de Orígenes fue que la más honda certeza “se engendra en lo que nos rebasa”. Asimismo, Félix Varela demostró lógicamente que la idea que no puede definirse es la más exacta. Pienso que un buen ejemplo de idea exacta que no debería intentar definirse es, justamente, el vislumbre solitario de nuestra identidad personal, nacional, o planetaria, revelación que sólo puede experimentarse avanzando a contramano de los estereotipos y de las falaces campañas mediáticas que los alientan. Alegrémonos si nuestra fe más profunda no cabe en un aforismo, ni en una definición, ni en una consigna: las madres no saben exactamente por qué quieren a sus hijos, y no hay amor más grande.

Tanto el nombre de La Isla Infinita como su contenido estimulan el desdibujo de los prejuicios en torno a nuestra nacionalidad. En La Isla Infinita tendemos a publicar cosas, cubanas o extranjeras, cuyo denominador común es que las hemos hecho nuestras, en primer lugar a través de la lectura gustosa, y luego también a través de la edición, la traducción, la ilustración y el diseño. Todo este proceso de apropiación creativa tiene como fin armar una colección, no solo bella, sino verdaderamente nuestra; haciendo, colateralmente, tabula rasa con la procedencia de los textos publicados. De ahí la frase de Lezama que al principio no entendíamos y ahora no deja de aparecer ante nosotros en su meridiana claridad: “La ínsula distinta en el Cosmos, o lo que es lo mismo, la ínsula indistinta en el Cosmos.”

Damas y Caballeros, respetable público… habiendo hablado brevemente (pero aun así más de lo debido), acerca de lo infinito (pero alcanzable) y lo indeterminado (pero exacto), los dejamos por fin con la primera triada de libros de esta colección llamada La Isla Infinita, una editorial casera e independiente en plena Habana. Hemos estructurado nuestra colección en tríadas, como los antiguos bardos, para favorecer el recuerdo, y también porque el tres parece resumir una totalidad: el Tres, según Lao Tsé, dio lugar a las diez mil cosas; y bueno, también el tres, al menos el tres cubano, bien tocado, encierra el Universo. Comienza la función.

 

José Adrián Vitier, La Habana, 2014

Escrito en el aniversario del grande vuelo de la ballena codorniz, un 15 de marzo, como hoy, hace veinte años.

 

 

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