En el año 1980, marcado por los ofensivos editoriales en Granma y las agresiones y mítines de repudio en las calles de todo el país, que construyeron uno de los momentos más oscuros de nuestra historia, tuvimos la partida de dos mujeres emblemáticas de la Revolución cubana: Celia Sánchez, en enero, y Haydée Santamaría, en julio.
Más de cuatro décadas después, en La Habana, acaba de morir, a los 99 años de edad, Fina García Marruz.
Alguien podría preguntar: ¿qué tienen que ver esas dos figuras con esta otra, emblemática de las letras cubanas?
A botepronto les respondería que la poesía las une, no porque la cultivaran, sino por los matices de sus trayectorias, que defendieron lo humano a veces en circunstancias adversas.
No existe expresión más cercana que la poesía. Ella siempre une. Y a menudo quienes quedan al margen no son los que jamás han leído un verso o escuchado una canción, sino los que han perdido el alma. Aquellos que nunca se han sentido atraídos por el perfume de las flores o el sonido de las olas encrespadas, les molesta el picotear de los pájaros en los vidrios de sus ventanas y desconfían de la protección que ofrecen los árboles.
Ellas tres eran de otra especie. Fina, a quien abordo hoy, nunca traicionó sus sentimientos. Más allá de cualquier polémico juicio, ahí está su obra para demostrarlo. La poesía, su ensayística, se mantuvieron encriptadas en la emoción, intocadas por las creencias, coyunturales o no. ¿Era su identificación con Martí? ¿Fue la esperanza de construir una patria para el bien de todos? Puede ser, pero lo cierto es que más allá de los premios recibidos y la laureada biografía, Fina perteneció a una estirpe de humanistas que lo fueron por encima de las ideas circundantes. Como humanistas místicos, los recibo. Supieron defender sus posturas, con pasión incluso, y tuvieron la sabiduría de apartar de ellas la amistad y el amor a los suyos —Gastón Baquero es solo un ejemplo.
Eso es lo que los hace universales.
Fina no quiso esperar su centenario. A sabiendas de cuan alérgica era a los elogios, cierta vez la entrevisté para un proyecto de reportaje sobre la familia Diego-García Marruz y, cuando la tuve ante mí, me espetó: “¿Y qué interés tiene mi vida?”. Nunca aceptó las razones que le di, pero aun así respondió mis preguntas, a condición de que no la grabara.
Hoy la recuerdo, repaso sus libros y vuelvo a leer algunos poemas marcados por el signo de mi propia selección. Entre ellos, el favorito: En la muerte de una heroína de la patria, que dedicó a la asaltante del cuartel Moncada (1953) Haydée Santamaría, tras su suicidio el 28 de julio de 1980.[1]
Pónganle a la suicida una hoja en la sien.
Una siempreviva en el hueco del cuello
Cúbranla con flores, como a Ofelia.
Los que la amaron, se han quedado huérfanos.
Cúbranla con la ternura de las lágrimas.
Vuélvanse rocío que refresque su duelo.
Y si la piedad de las flores no bastase
Díganle al oído que todo ha sido un sueño.
Ríndanle honores como a una valiente
Que perdió sólo su última batalla.
No se quede en su hora inconsolable.
Sus hechos, no vayan al olvido de la yerba.
Que sean recogidos uno a uno.
Allí donde la luz no olvida a sus guerreros.
Tal como lo hice en agosto de 1980, ahora lo interpreto: no fue solo la despedida de Haydée; fue como admitir que el espíritu del Moncada desaparecía con ella. Pues si alguien aún lo encarnaba, en toda su humanidad, era esta suicida.
Lo increíble en ese poema es que viniera de la pluma de Fina. Y la única explicación que encuentro es que salió de su alma, en esos actos imprescindibles que sorprenden al poeta y en los cuales la mano es solo una herramienta maquinal de la emoción y el pensamiento interviene únicamente para regular la precisión del verso. El dogma, llámese religión o convicción política, queda recluido en la sombra, sin presencia alguna en el discurso. Algo que se hace posible cuando tras esa mano hay una humanidad que supera la creencia, al punto que logra abatirla.
Catorce versos bastan para dibujar a la protagonista y comunicar, aún a quien no la conozca, quién era. No es necesario decir su nombre para saber que fue una valiente guerrera que luchó no solo contra los males externos, sino contra los interiores, que no dejaron de acosarla nunca.
- ¡Pónganle, cúbranla, vuélvanse rocío, pidan alivio a las flores, háblenle, ríndanle honores a quien perdió una única batalla!— exclama Fina con un dramático tono de impotencia.
Y si la piedad de las flores no bastase
Díganle al oído que todo ha sido un sueño.
Ríndanle honores como a una valiente
Que perdió sólo su última batalla.
No se quede en su hora inconsolable.
Sus hechos, no vayan al olvido de la yerba.
Que sean recogidos uno a uno.
Allí donde la luz no olvida a sus guerreros.
Estos versos son demoledores. Es como si en los primeros seis presentara a la suicida, y en los sucesivos ocho nos dijera lo que Fina quiere que escuchemos, en ese éxtasis creativo al que la lleva la poesía. Y me pregunto: ¿Por qué no bastaría la piedad de las flores? ¿A qué otra piedad apela la poeta para que aquella heroína no se quede inconsolable en su hora final? La amenaza del olvido es la peor de todas, y Fina exige de nuevo a los que la quisieron para que las acciones sean recogidas y enviadas a la luz donde gobierna la memoria.
He saltado a propósito un pedido que hace Fina, el más trascendente: “Díganle al oído que todo ha sido un sueño”. ¿Qué es todo? ¿Qué ha sido todo? ¿Cuál es ese sueño vivido? Las respuestas que nos dimos entonces eran aún inciertas, pero presiento que en ese momento de iluminación que siente el auténtico poeta, Fina García Marruz las conoció.
Lo sorprendente es que una católica ferviente como ella haya perdonado a Haydée su suicidio y el dogma no haya sido capaz de hacerlo. No queda más que comparar una humanidad con la otra. Los comunistas no se suicidan, pareció gritar la doctrina cuando decidió que su cadáver fuera velado en la funeraria Rivero de la calle Calzada y no en la base del monumento a José Martí, en la Plaza de la Revolución, donde se honraba a las figuras trascendentes del país.
Se trata de que el sistema de justicia cubano no admite como atenuantes los méritos anteriores a la falta cometida por el señalado; más bien se constituyen en agravantes, a fin de fundamentar las exageradas sentencias.
Pagado el precio de su desobediencia, recibió el homenaje popular en la avenida que se colmó de personas frente al recinto funerario. Y especialmente en las calles por donde una multitud la acompañó hacia el cementerio de Colón, mientras los vecinos lanzaban flores al paso de la carroza y banderas cubanas flotaban en los balcones.
Fue un desmentido a la decisión de no velarla al pie de José Martí y es probable que haya sido el primer acto de resistencia ciudadana a los decretos oficiales, tras los hechos de abril de ese año. Fue como declarar: tú impones esto; yo creo lo contrario. Y con ello convertir de nuevo a Haydée en una protagonista.
Después la autora volvió a su realidad, pero el instante en que se sustrajo nos legó una de las grandes joyas de la poesía cubana. Son esas piezas únicas que los autores integran como un fragmento más del conjunto de su obra, cuando habría que construir un templo para ellas, en el cual no tengo duda que En la muerte de una heroína de la patria sería diosa.
Firmado: Minerva Salado / 29 de junio de 2022.
[1] Aunque la versión oficial refiere el día 28, existen testimonios muy cercanos a Haydée de que ocurrió el 26 de julio. En el Moncada habían muerto su hermano Abel y su novio Boris Luis Santa Coloma. Para ella ese día era devastador y en 1980 el sentimiento de pérdida y abandono de buena parte de lo que amaba se acumuló. No lo resistió. El cambio de día concuerda con el criterio de no ensombrecer la fecha patria con un duelo tan sensible para el pueblo.
Gracias Fina! Sin vanagloria fui parte de la muchedumbre que a su paso entrego flores y rindió honores a la heroína.
Se hacen presentes en tantas actos humanos hermosos, Fina, Celia, Haydee.