Entrevista a Gabriel Artaza Saade

¿Qué encontrás en la escritura de ensayos? ¿Son un medio de expresión? ¿Por qué elegís ese género a la hora de escribir?

El último libro que acabo de publicar con Qeja es un conjunto de ensayos que tienen una continuidad y están atravesados por la pregunta acerca de lo masculino o más bien por la pregunta acerca del deseo en el varón: ¿Qué desea un varón? La respuesta clásica que los psicoanalistas dieron fue reducir la sexualidad masculina a lo fálico, que es como decir “todos los hombres son iguales”, es decir el reclamo histérico sobre lo masculino. Habría que pensar si los psicoanalistas no reprodujeron este disgusto en sus teorizaciones acerca de lo viril. Mientras que el tema de la sexualidad femenina se teorizó desde Freud como un enigma, fue una de las razones principales por la cual los psicoanalistas escribieron miles de libros acerca del misterioso goce femenino. Sin embargo, es curioso que el propio Lacan expresara tardíamente —específicamente en la última clase del Seminario 16— lo siguiente: “Resulta divertido que después de setenta años de psicoanálisis aún no se haya formulado nada sobre lo que es el hombre. Hablo de vir, del sexo masculino”, y precisamente en esta última clase va a dedicar un comentario a un película inglesa de esa época llamada If, protagonizada por Malcolm McDowell, el protagonista de ese conocido film La Naranja Mecánica

Hoy la pregunta que cabe hacerse es acerca del extravío masculino en el campo de las relaciones sexo-afectivas, de la impostura masculina (Ricardo, el personaje de Rodrigo de la Serna en la serie Okupas),  de la posición melancólica del psiquismo masculino bajo el disfraz hedonista (Donal Drapper en Mad Men), de la posición de niño del varón seductor (la película No soy un hombre fácil en Netlfix) y muchas otras más que intenté abordar en los diversos ensayos a partir de personajes como Bart Simpson, del protagonista de la serie irlandesa de Normal People, como así también del artista británico Bansky y hasta del Indio Solari y la lírica de las canciones suyas y ricoteras, solo por mencionar algunos que están presentes en estos ensayos. 

Este libro a su vez está escrito en clave de divulgación, es decir que apunta al lego en psicoanálisis, lo cual constituye una ejercicio más arduo en la escritura porque siempre es más fácil hablar para dentro de la parroquia, como nos gusta bromear a los psicoanalistas. Sin embargo, asumo la aventura de escribir articulando con las formaciones que la cultura produce hoy en tanto logran representar los problemas típicos con los que nos enfrentamos los varones de esta época. 

¿Por qué usás series, películas y canciones para pensar conceptos del psicoanálisis? 

En la serie sobre la vida de Maradona, hay una escena que me gustó mucho porque condensa y resume muy bien la posición del varón seductor como un nene de mamá, como te decía recién. Ya jugando al fútbol en Nápoles y con Guillermo Coppola como su representante y amigo de “aventuras”, se recrea una situación —que todos imaginamos que habrá tenido cientas de esas el Diego— en la cual ingresan a una disco por la noche y nos exhibe un exceso de drogas, alcohol y mujeres de estos amigos. Lo siguiente que nos muestra la serie es a ellos saliendo al día siguiente a plena luz del día. Escena siguiente la vemos a Claudia —en ese momento novia de Maradona— y la esposa de Coppola haciendo ejercicios y se detienen para conversar, esta última capta la preocupación de Claudia por los excesos de su compañero y le da un consejo, le dice que no se preocupe por las amantes, sino que se preocupe por cocinar bien, criar a sus hijos, etc., ya que ellas no compiten con sus amantes, sino con la madre. Entonces te decía que esa escena condensa ese aspecto del varón seductor como aquel varón que hace de su esposa un sustituto de mamá. 

Pero más allá de eso me interesan las series, ya que actualmente toman un lugar predominante en el consumo audiovisual de la población, el éxito de las distintas plataformas que hoy se multiplicaron exponencialmente a partir de producir cientas, dan cuenta de una forma de goce del consumidor que es parcial, fragmentaria, y que vienen a ocupar el lugar que antes tenía la literatura de folletín o las novelas radiales. Pero a su vez es un placer paradojal, porque parece que son “inofensivas” (apenas 30 o 45 minutos nos demandan), sin embargo, los espectadores hacen “atracones de series” o “maratón” y se bajan una temporada en una noche de desvelo. También es interesante pensarlas como una forma retórica de este mundo en crisis permanente (como las plantea Gerard Wacjman), esto se vio reflejado muy bien el último tiempo a partir de la pandemia por coronavirus, todo el tiempo escuchábamos a especialistas y políticos repetir el sintagma “es el día a día”, es decir que la información nos llegaba con la forma de un capítulo de una serie, de a poco, fragmentada, por eso decía que las series asumen una forma retórica que terminan moldeando —de alguna manera— el mundo de hoy. 

En el caso de la utilización de las canciones —como dice un amigo— ocupan el lugar que antes ocupaban los refranes, es decir que no sabemos muy bien qué quieren decir, pero no podemos dejar de tararearlas, ya que hablan de la posición del sujeto en relación a temas universales como el amor, la muerte, la decepción, etc. En este sentido me detuve en “Nunca es suficiente” la canción de Natalia Lafourcade para dar vueltas en torno a esa denominación de “intensidad” con la cual son nombradas más la mujeres que los varones en el campo sexo-afectivo. La frase Nunca es suficiente condensa un sentir universal del sujeto en estado amoroso: la demanda en el amor es inagotable, “siempre quiero más de ti”. En el libro me detengo detalladamente en está canción —no solo porque es una de mis preferidas de los últimos años sino— porque toda su letra nos permite situar las posiciones masculinas y femeninas en el amor. 

En definitiva, utilizo series, canciones y películas porque ellas nos enseñan y explican lo que intentamos decir los psicoanalistas con nuestras teorizaciones. 

Psicoanálisis y literatura son una dupla que marida bien. ¿Te sentís más escritor o más psicoanalista?

Te lo respondo en forma muy personal. Hace poco tiempo falleció mi madre, ella tenía el título de licenciada en Letras, en sus últimos años de actividad laboral enseñaba literatura argentina en la universidad de mi provincia. A su vez en mi niñez y adolescencia teníamos un videoclub, de chico nos llevaba a mi y mis hermanos al cine a ver películas como “Volver al futuro” y otras de esa época, recuerdo. Así que en mi niñez la literatura y el cine eran mi mundo, aunque me empecé a interesar más por los libros “serios” en mi adolescencia. Así fue que en mi dormitorio —porque en mi casa había libros por todos lados— encontré La interpretación de los sueños de Freud. En una noche de insomnio me pareció interesante el título y posterior a esa lectura —por lo que causó en mí— decidí que quería dedicarme al psicoanálisis. Mi madre también tenía seminarios de Lacan (las primeras ediciones que me las apropié) y me fue guiando para orientarme en la lectura de Borges, Cortázar, Sábato, Roberto Arlt, Ricardo Güiraldes (que era su preferido de los argentinos), como así también clásicos y universales como Shakespeare, Chejov, Dostoievski, Sófocles, etc. Es decir, me transmitió un deseo por la literatura y de alguna manera entendí que me serviría conocer esos autores para entender mejor el psicoanálisis. 

El mote de escritor en su forma literaria es una denominación al que le tengo mucho respeto, es por eso que prefiero pensarme como un psicoanalista que ejerce la escritura de ensayo. Ahora bien, creo que la literatura como el psicoanálisis tienen muchas cosas en común y quizás la más importante es que ambas saben hacer con la pérdida, es decir, que “enseñan” de algún modo a crear una narrativa, a ficcionalizar a partir de un duelo. Creo que el escritor que escribe desde la completud no crea una narrativa interesante, como así tampoco es un buen psicoanalista quien no haya duelado su posición narcisista. Y ese aspecto es transcendental tanto para el psicoanálisis como para la ficción literaria. 

¿Qué diferencia estableces entre machista y machirulo? ¿No son lo mismo al final del día?

La palabra “macho” se convirtió prácticamente en una mala palabra, al punto que es casi impronunciable para los distintos géneros. En el capítulo introductorio del libro realizo un recorrido por las distintas nominaciones que constantemente surgen —muchas son anglicismos que los feminismos adoptan—, por eso decidí llamar al libro a partir de los dos extremos más difundidos con los cuales se quiere apresar a lo masculino en la actualidad, el machirulo y el varón deconstruido. Mi hipótesis es que el machirulo en definitiva es un machista enmascarado, es decir aquél que no se declara abiertamente machista, sino que en sus argumentaciones aparecen razones científicas (las cuales casi siempre son patriarcales y heteronormativas), por eso, un modo en el que se enmascara es a través de aquel que da explicaciones a las mujeres, el mansplaining, por ejemplo. 

¿Te considerás deconstruido?

Una de las cuestiones que plantea el libro es tomar esas nominaciones que mencionaba recién, pero tratando de ir un poco más allá de considerarlas como categorías estancas, es decir, entendiendo que no hay una “esencia” del ser —por decirlo de un modo filosófico—, sino tratando de “revelar” qué se esconde tras de ellas y qué tiene para decir el psicoanálisis acerca de las mismas, a pesar que ni Freud ni Lacan hablaron en esos términos; sin embargo, dedicaron gran parte de sus teorizaciones a pensar en diversas posiciones masculinas. Creo que el análisis para un varón es de algún modo una forma de deconstrucción masculina. No me considero un deconstruido, sino un analizante, que lleva muchos años de análisis y al cual le faltan muchos más. 

Ni machirulo ni varón deconstruido
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