¿Cómo se te da la escritura de cuentos y relatos? ¿A partir de qué?
Un cuento es un amor de una noche: uno no quiere conocer toda la vida del otro. Algunos se arman en mi cabeza casi enteros en un instante, o en un par de días. Pueden ser originados por una idea súbita o algún disparador de la vida real. Otros van tomando forma cuando releo anotaciones que llevo siempre en una libreta negra. Peep Show Borda, por ejemplo, surgió de la necesidad de mandar una crónica a una revista en la que participaba; ese mes no tenía nada real que enviar, así que me senté a inventar una. Algunas historias creen que van a ser cuentos y terminan en novelas; ahí la noche se convierte en algo más, no necesariamente mejor.
¿Cómo fue que los cuentos del volumen La felicidad es una zanahoria capitalista terminaron reunidos? ¿Quedó algún cuento afuera?
Los cuentos del libro los fui escribiendo a lo largo de años porque sí, o a pedido de diversas antologías o revistas en las que tomaron parte. En determinado momento sentí que quería juntar todos esos cuentos dispersos en publicaciones, o inéditos, en un libro propio, una manera de traerlos a casa. La cuestión era, como con toda reunión de amigos que no se ven hace mucho tiempo, qué los unía. La respuesta en este caso: la diversidad. Un espíritu rector a la hora de escribirlos había sido probar algo nuevo, un formato, una temática, un género distinto; así incluí, además de la falsa crónica, una entrada de Wikipedia, un cuento construido sobre un diálogo, una especie de nouvelle, un diario privado, un cuento de terror, realismo extraño, un poco de romance, algo de ciencia-ficción, un cover con elementos de una novela reconocida. Compartían además un humor algo cínico, la preocupación por lo que definimos como realidad y las diferentes etapas que se presentan en las relaciones de pareja. Y sí, quedaron algunos cuentos afuera, incluso uno que creo es el mejor, pero lo pienso como parte de un futuro libro.
¿Por qué un hombre del Siglo XXI como vos elige escribir y publicar?
El uso de la palabra en la era de la imagen es casi un acto de resistencia. Al igual que publicar en papel. Pero no resistencia al cambio, sino al exceso. Una búsqueda de equilibrio, tal vez.
¿Cuál es la distancia que establecés con tus personajes? ¿Hay alguna? ¿Estás de algún modo en tus historias?
La gente puede decirte: ese sos vos; y no, no sos vos. Me gusta mucho, por ejemplo, que más de una vez los personajes protagonistas piensen de manera diametralmente opuesta a mí. En realidad, que piensen lo que piensen. Podemos incluso discutir. Hoy en día parece que hay que tener cuidado con lo que se dice, todo puede ofender a alguien, todo tiene que ser como yo porque sino me daña o me indigno. Si el personaje de un libro dice o hace cosas reñidas con la pseudo moral imperante, entonces parece significar que el autor es quien lo dice, y hay que erradicarlo y hacer de cuenta que nunca existió. Cada uno es dueño de su propia pobreza, pero así no hay creación posible. Los personajes son como esos montículos de hojas de distintos árboles que junta el viento en otoño; alguna de esas hojas, por supuesto, se puede haber caído de mis ramas.
¿De qué modo influye tu mirada cinéfila en la escritura?
Creo que influye en el contenido de algunos cuentos, por conocimiento de causa, pero sobre todo por el peso de la imagen a la hora de contar. También mi formación en guión, en el momento de construir la estructura. Mi amor de siempre fue la literatura. Al empezar a estudiar cine el trabajo con la imagen me voló la cabeza, pero cuando escribía guiones me decían que eran demasiado literarios. En algún momento volví a mi viejo amor y ahora escribo textos que muchos dicen son bastante cinematográficos. Está bien, siempre me gustó la mezcla que se genera en las zonas de frontera. Las formas puras con el tiempo se esclerosan y mueren.
¿Cómo fue la experiencia de incorporarte a la editorial Qeja? ¿Qué es lo mejor y lo peor de trabajar con ellos?
La experiencia fue genial. Yo a Leticia Martin la conozco de hace muchos años y apenas les mandé el libro le pusieron muchas ganas y entusiasmo. Lo peor es que tienen tan buena onda que no puedo discutir con ellos.