Este sábado, 4 de enero, el poeta cubano Félix Guerra (mi padre) ofreció en el centro cultural El Juglar una lectura de sus poemas más recientes, y otros un poco menos. Muchos de ellos publicados en este sitio en las secciones “La letra del escriba”, “SERIE ODAS” y “Poemas de la sangre cotidiana”, otros inéditos y también del libro “Islas y otros continentes”. Félix fue presentado por un elenco de lujo: el escrito Jorge F. Hernández y los poetas Paco Martínez Negrete, Valerie Mejer y Sandro Cohen. La revista Proceso publicó una nota sobre el evento, así como la hermosa presentación de Cohen, que les comparto en los siguientes links.
Cálido recital del poeta cubano Félix Guerra en El Juglar
http://www.proceso.com.mx/?p=
Félix Guerra: poeta de la dulce amargura
A continuación reproduzco las palabras de Paco Martínez Negrete, agradecida por su poesía que fluye sola, porque como dijo Jorge F. Hernández, Paco es un poeta desde la primera línea suya que lees.
De la tierra de José Martí y Julián del Casal que tantos poetas y músicos queridísimos ha regalado al mundo nos llega ahora, con la brisa habanera y la inquietud multiparlante del bongó, la aguerrida poesía de Félix Guerra. Que tal calificativo se desprenda de su patronímico no es casualidad sino mera extensión natural de su potencia. Porque la de Guerra es poesía que incide, inquiere, y hace del poema un campo de batalla entre fuerzas y pulsiones con frecuencia antagónicas, pero, también, porque dista de complacer y amodorrar los sentidos del lector o del oyente. Nacida de una forma de inquietud, si bien escrita en un tono menor, coloquial, que nos acerca a la prosa y que es extensivo a gran parte de la poesía escrita en las Américas en los últimos 50 años, la de Guerra busca sacudir la conciencia del espectador, e involucrarlo en el proceso tocando sus más íntimas fibras éticas y sensuales para contagiarlo con la contundencia de su veneno crítico qué, como yagé o curare, primero enturbia los sentidos para mejor aclararlos en el entendimiento de un orden superior, el de la sobrenaturaleza de la Imago tan cara a Lezama Lima. Como en “Afilado por el sol” donde el poeta inquiere:
¿En qué horarios desmochar almendros
o ansiedades, sembrar habichuelas o decapitar palmeras?
¿Cuál ideología para leer pronósticos
del aire y observar la meteorología del cultivo?
¿Qué suelo para plantar papas, frijoles, café, caña o
las preliminares vigas del hogar? ¿Qué almizcle
para endulzar mi jarro de serpiente?
Y luego prosigue:
Desgasté fuerzas por un jornal diminuto, para mínimos
intestinos, que no subía ni bajaba con el rendimiento o las
insabidurías proverbiales del diletante.
Mis manos no. Gotas de sudor y salarios líquidos
se arremolinaba en las primeras cañerías corporales.
Propiedad todo de Compañías o el Estado.
Y en seguida:
Padecí. Confesé mi fatiga y desilusiones a una mujer.
Mi perplejidad a esa dulzura de beber. Le confié mi puñal
a la puerta de su choza. La tomé como ícono para elevar
plegarias: plegarias no imploraban, no rogaban. Eran
metáforas manuales. La plegaria antes de subir, bajaba.
Con plegarias iba a lo alto, al cielo de su boca,
y los ángeles era primero mis afiebrados dedos.
Amanecíamos ciegos y con substancias en el apego
Y concluye:
Aquel culto no duró demasiado. (…)me devolvió rápido a
las plantaciones de zanahorias,
piñas o henequén, viandas o granos,
donde los dioses cortaban como un cuchillo
muy afilado por el Sol.
Boleto de ida y vuelta al Paradiso al que se accede por vía de la injusticia, como breve consuelo y alivio de una realidad que dista de ser justa, equitativa, idónea. Más allá de la matrix de discursos ideológicos de derecha o izquierda la realidad subyace, y su apropiación por medio del poema no puede estar exenta de conciencia critica. Explotación por los monopolios corporativos o por el Estado no deja de ser explotación. El poeta se ha quitado la venda de los ojos y por eso puede ver a través de la ilusión y el engaño
¿Finjo si afirmo y aseguro, ciego de convicción,
que la imagen penetra al lenguaje y lo fecunda
con la eternidad de la escritura? ¿Finjo si afirmo
que ficción, con el decursar, llega
a ser el único atributo creíble de la realidad?
Es por el desengaño, el desencanto, que el poeta puede salir del trance de la hipnosis colectiva y afirmar:
Lo que escribe el poeta es o será verdad radiante o
exactitudes de escorbuto. Sinceridad, certeza defini-
tiva y vacilante, dolorosa, ambigua e iluminada,
con equívocos costosos e indudables dudas,
aunque al vacilar,
al coquetear con sombras, ¡ah mortal irreducible!,
finja
que siente lo que no siente y sienta lo que no finge.
Comprometida con la vida, con el hecho de que pasa como un sueño, una caricia, un golpe o un poema, y de que su carácter inaprensible sólo puede —paradójicamente— ser aprehendido en el espacio libérrimo —por contradictorio, por humano— del poema, la poesía de Félix Guerra alberga la duda y la certeza, la razón y la pasión por partes iguales, porque todas forman parte del oficio de estar vivo. Es así que puede afirmar en un mismo poema (Oda a las renovaciones)
En la jungla del reloj escondo mi ojo
sano a recordar suspiros.
¿Inverosímil? ¿Con qué miradas las miraba?
¿Estuve ciego y extravié el vistazo?
Y más adelante:
Ahora recomienzo: voy a buscarme una novia roja,
bien roja, como gota de sangre,
que dude de Marx,
como Marx dudaba de todo.
Es ahí, en la confluencia de razón y corazón, en la intersección de lo telúrico y lo humano, que la poesía de Félix Guerra tiene lugar. En algún aforismo, José Lezama Lima afirmaba acercarse a las cosas por apetito y alejarse de ellas por saciedad, o algo así. En el caso de Guerra, el apetito es también descomunal, apetito del poema por nombrar y descifrar al mundo, por zanjar el abismo entre lo individual y lo colectivo, por registrar la invención de la ficción del tiempo y exponer las absurdas contradicciones del presente, por celebrar la divinidad de la belleza femenina hasta el paroxismo de soñarla como Cristo:
La adoré por su boca
Jugosa y el rizado del cabello. Por la hemorragia
de caderas, por el hermoso corazón
a flor de piel.
Y más adelante:
Ya Ella había sido reina
de los cielos y la totalidad de los astros.
Pero sin hacer uso de horcas, escarmientos
autocensuras o censuras. Conversó acerca
del vasto amor universal a todos.
Sermoneó a mi oído. Percibí la cercanía.
El roce lánguido de sus labios pronunciaba dulzuras.
Así, hasta yo me vuelvo creyente. El caso es que coincido plenamente con el poeta ya que ellas, cuando quieren, son lo más divino del mundo, lo más atractivo y naturalmente espiritual. Nacidos de la telúrica condición de ser humano —amor, horror y humor transpiran en sus versos— los poemas de Félix Guerra frecuentemente nos conducen y abandonan al dintel del estupor ante el extraño —por complejo y contradictorio— misterio de estar vivos. Su poesía no marcha sola, grandes manes la acompañan, acaso advierto en ella ecos de Lezama, de Neruda, de Vallejo, de Gonzalo Rojas, grandes de América a los que la voz de Guerra se aúna. Decía Alberto Girri: “Quien habla no está muerto”. Poesía vivísima, al fin, como su autor, a quien hoy celebramos tener entre nosotros. (Francisco Martínez Negrete)
Suspiro de pena por no haber estado allí!!!! Un beso