Sucede que la ciencia explica el mundo con un rastrojo de nombres y apellidos en latín. Un ejemplo somos nosotros mismos, hombres y mujeres autoproclamados homo sapiens. Aunque antes de eso lo fuimos erectus y habilis. Es fácil adivinar cómo buscamos aquello que nos cambió desde dentro. Animales que se cansaron de gatear a ras de suelo. El aburrimiento de los ojos siempre llenos de tierra nos empujó a levantarnos sobre las dos piernas. Bípedos sin plumas. Solo así pudimos ver el cielo.
La ciencia analítica huye de la vanguardia. Del panfleto sentimental. Para ella el hecho es que empezamos a caminar erguidos y por eso inventamos el nombre de homo erectus. Aquel pequeño paso resultó ser toda una revolución. Ese mismo azar de mutaciones nos regaló un par de manos desocupadas que pudieron dedicarse a algo más interesante que servir de palanca. Una maravillosa combinación de guaninas en el ADN que hizo de las manos una herramienta útil, homo habilis. Por fin podíamos usarlas para acariciar o construir escuelas. Para dar canciones, también las mismas de matar. Y, entre tantos millones de manos, hubo una que decidió ponerse a escribir historias. No fue difícil, ya que todos somos cuentistas. Es lo que realmente nos hace humanos. Leer, escuchar una canción, esperar a que se apaguen las luces desde la butaca de un cine o teatro, el maratón de una serie. Arrastrar el dedo por una pantalla es el mayor de los cuentos chinos. Nada nuevo. Desde la oscuridad de la cueva, al caer la noche, el homo habilis se sueña sapiens. El cónclave alrededor de la hoguera se reúne y alguien susurra “érase una vez”. Historias que son unas veces reales, otras mágicas. Puede que reales y mágicas a la vez. La conjunción es importante. Así conocemos una de las primeras que pasó de los versos cantados a las dos dimensiones del papiro. Homero decimos que fue, pero quién sabe. Los dioses de la Ilíada y la Odisea. La gran aventura primogénita hecha de exilios y naufragios. El son de mar que teje y desteje páginas. Una Penélope mecida en el rumor del oleaje.
Encontramos exilio y naufragio en Avándaro, pero descubrimos mucho más. Una familia que cruza fronteras físicas dibujadas por el tiempo. Fantasmas que eligen a quién se dejan ver. Una ventaja por estar al otro lado. Violencia contra ternura. Futuro incierto. Todo escrito a cuatro manos. Siempre las manos. Dos en primera persona. Apolonia, que hace del mundo su cuaderno inexpugnable. Escribe sin miedo al fuego eterno. Hay otra voz, oculta y presente en la tercera persona. Nos vienen a la cabeza las comparaciones más evidentes. La de los cien años de soledad de Gabriel García Márquez o Pedro Páramo de Juan Rulfo. Macondo y Comala. Que quede claro que este cronista improvisado lo reconoce: será la falta de experiencia. Nunca había hecho la reseña de un libro. Confieso, sin embargo, que el circo me ha hecho pensar, por razones evidentes, en la familia de funambulistas de “La eternidad por fin comienza un lunes” de Eliseo Alberto. Un batallón de tragafuegos armados de antorchas como fusiles.
Contaremos ahora, porque nosotros somos también cuentistas, el desembarco de este libro en el puerto de Alhama. Gabriela Guerra es escritora, periodista, investigadora, y dirige, junto a Annia Galano, la editorial de Editorial Aquitania Siglo XXI. Por su parte Annia Galano es científica, poetisa y pintora. Las dos son, además, cubanas de nacimiento y desde hace años las puertas de sus casas dan a una calle en México. Este mes pasaron por Madrid y Sevilla presentando el libro. La geometría es caprichosa. El camino más corto entre dos puntos no es siempre la línea recta. Hicieron un alto aquí. Me debían, por razones distintas, la visita.
De tres días que estuvieron, el primero pasó frente a la Catedral de Murcia, escondida detrás de un andamio. El segundo fue para el avistamiento lejano del Teatro Romano de Cartagena. La eternidad empieza el mismo día que cierran los museos. El tercero en Alhama, apenas algunas paradas estratégicas. Evidentemente, siendo las dos cubanas, el Parque de la Cubana (perdón por la repetición) y su historia no podía faltar. Los baños obligados, saludando a los patos y a una casa digna de un pregón bailado. El Rincón, punto de avituallamiento. Entre ida y vuelta había una cita en la Librería Cervantes, que bien merece una explicación. De México a Murcia vuelan recomendaciones literarias en trayectos circulares. Y así vamos haciendo acopio de libros, construyendo una trinchera. Seguimos un principio tan básico como las leyes de Newton o de la termodinámica. Todos desembarcan de la mano de María Luisa. El encuentro con ella era imprescindible. No existe aplicación comparable a nuestros pequeños comercios. El placer insustituible de perderse entre sus estanterías llenas de entropía, novelas, ensayos, incluso poesía.
Llegamos a esta línea que nos sirve de punto y aparte. Otra frontera. Hasta aquí mi propia introducción. Lo que sigue, menos caótico y mejor redactado, es la nota de prensa de la editorial. Sirva para corregir los renglones torcidos de más arriba.
«Gabriela Guerra, ampliamente reconocida por su éxito con la novela Bahía de Sal, que le valió el codiciado Premio Juan Rulfo en 2016, se ha consolidado como una figura destacada en la literatura contemporánea. Su última creación, Avándaro (Editorial Traveler, 2023), promete ser un nuevo hito en su carrera.
Avándaro es la segunda novela de La trilogía del agua, precedida por Bahía de sal y seguida por Santa Cruz, novela que verá la luz el próximo año bajo el mismo sello editorial. Estas obras, enmarcadas en la literatura contemporánea y, especialmente en el movimiento del realismo mágico, nos plantean y responden interrogantes trascendentales como de dónde venimos, hacia dónde vamos y cuáles son nuestros destinos intermedios.
En un ejercicio de lirismo y poesía en dosis exactas, Gabriela nos cuenta en esta segunda obra de la trilogía, la historia de los miembros de la familia Tolentino-Ibarra, quienes viajan por mar, desde Bahía de Sal hacia tierra continental en busca del paraíso soñado. Se establecen en los bosques de Avándaro, en un país transfronterizo, que podría ser cualquiera, y que enfrenta los desafíos propios de la modernidad: el narcotráfico, la militarización, la violencia y las desapariciones. En el intento por adaptarse a un ritmo de vida desconocido, la familia lucha por librarse de la nostalgia, el desarraigo, la inmensa pérdida y las consecuencias de las modernas enfermedades. A través de la voz de uno de sus personajes, Apolonia Tolentino Ibarra, el lector descubrirá los dramas domésticos y los profundos conflictos internos que ponen a prueba la fortaleza y la unidad familiar.
Con esta obra, la autora nos sumerge en un mundo único y cautivador que invita al lector a reflexionar sobre la vida, el amor y la esperanza en medio de la adversidad, y donde se entrelazan, con especial destreza, los hilos de la modernidad dentro del movimiento del realismo mágico.»