Tomado de A propósito de san Juan y otras miniaturas
El capitán dio la orden. Levaron anclas sin dejar de mirar las cadenas chorreantes; largos trozos de algas lagrimeaban enredados en los eslabones. La tripulación tenía prohibido despedirse. El Golondrina ondeó majestuoso sus velas y, contoneándose, zarpó cuando empezaba la lluvia.
El viejo capitán agitó su pañuelo empapado y luego se alejó tierra adentro, arrastrando los pies cansados en los sucios tablones del muelle.