Les cuento, en términos muy rupestres y sucintos, lo que a mi juicio ocurrió y está ocurriendo en México.
Érase una vez un país que había desarrollado un sistema político extremadamente peculiar en el que la cosa funcionaba a través de un partido único, el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que controlaba todo el aparato estatal y tenía un monarca absoluto: el Presidente de la República, cuya única limitación en lo que a su poder respecta, era que sólo podía ejercerlo por seis años. Al término de este periodo debía designar de manera discrecional a su sucesor. Daniel Cossío Villegas, destacadísimo intelectual mexicano llamó a tal sistema “Monarquía absoluta sexenal, hereditaria en línea transversal”. Lo de línea transversal debido fundamentalmente a que el Presidente no podía designar como sucesor a su hijo o sobrino, por ejemplo, sino a un político destacado de su propia administración.
En fin que aquellos eran los años de gran cercanía entre México y Cuba, esencialmente porque ambos países compartían una característica común, a saber, ambos tenían sistemas políticos no democráticos, uno controlado por una sola persona y el otro por un solo partido. Por eso México siempre defendía a Cuba con el argumento de la autodeterminación de los pueblos y la no intervención, porque al decirle eso al mundo (sobre Cuba), veladamente le estaba diciendo también que esos mismos argumentos eran válidos para exigir que, respecto a México y su democracia cosmética, el mundo no se pronunciara en sentido alguno.
Desde el movimiento estudiantil de 1968 la sociedad mexicana comenzó a despertar y empujar hacia una realidad en donde democracia no fuera una palabra vacía. Los cambios que en el mundo ocurrieron contribuyeron para la intensificación y avance de ese proceso. Se dio la llamada tercera ola democratizadora en América Latina, la transición en Chile, Argentina, Uruguay y Brasil. En fin, que el planeta parecía volverse todo más democrático.
En el caso mexicano, en el que se habían venido manipulando elecciones y resultados electorales desde hacía más de 70 años, se fue desarrollando una legislación, una institucionalidad y una práctica electoral basada en la desconfianza. Ningún país del mundo tiene el aparato electoral que tiene México y las salvaguardas que para cada paso del proceso electoral posee.
El Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales es un mamotreto un poco más gordo que el Quijote y las instituciones electorales son dependencias gigantescas que operan además con absoluta transparencia. Las sesiones del Consejo General del Instituto Federal Electoral (IFE), por ejemplo, son transmitidas en vivo por televisión y lo mismo ocurre con las sesiones del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Todo esto hace prácticamente imposible un fraude electoral de dimensiones tales que pueda cambiar el resultado final. Hay desde luego prácticas de compra de voto, de utilización de recursos públicos, de acarreo de votantes, pero ello no basta para hacer diferencia considerable. Además son prácticas en las que incurren todos los partidos involucrados en el proceso comicial.
Sin embargo, en un país en el que la práctica verdaderamente democrática en lo electoral es muy joven, es muy fácil clamar fraude y que importantes sectores de la población lo crean. Eso ocurrió en México en el 2006, cuando Felipe Calderón le ganó por menos de un punto porcentual a Andrés Manuel López Obrador. Eso está ocurriendo ahora que Enrique Peña Nieto (PRI) le ganó tanto a la candidata oficialista, Josefina Vázquez Mota, como a Andrés Manuel López Obrador, sacándole a este último más de 6 puntos porcentuales de ventaja.
Enrique Peña Nieto además de un ignorante es muy probablemente un corrupto. Sí, eso es verdad. Pero no hay duda de que el electorado mexicano de manera mayoritaria de acuerdo con la legislación electoral vigente y con la Constitución, lo eligió Presidente de la República. Si el ascenso de Peña Nieto a la presidencia significa el regreso del PRI al poder, ello no implica necesariamente el regreso del priísmo. La sociedad mexicana ya es otra y hay instituciones que están lo suficientemente fortalecidas – espero – como para que no vivamos una reedición de aquel sistema de partido único y omnipotente.
¿Lamento que Peña Nieto vaya a terminar siendo Presidente de México? Sí, pero fue lo que el electorado mexicano quiso que ocurriera y hay que aceptarlo, tal como en el 2006 los detractores de Andrés Manuel López Obrador estábamos preparados para que triunfara en la contienda presidencial, sólo que en aquella ocasión sorpresivamente no ocurrió.
Lo que a mi juicio va a suceder en México es que las autoridades electorales van a analizar, y en su caso avalar la elección presidencial. Le entregarán a Enrique Peña Nieto su constancia de mayoría con lo que será ya oficialmente Presidente Electo. López Obrador clamará que el PRI, el PAN, el IFE el Tribunal Electoral y todas las instituciones del país son parte de una gran confabulación mafiosa dedicada en todo tiempo y lugar a impedirle acceder a la presidencia de la república mediante fraudes y prácticas inconfesables. No es así. El tipo está loco y en tal condición desacredita un proceso electoral aprovechándose de que la sociedad mexicana tiene muy poco tiempo viviendo en democracia electoral real y por lo tanto no confía, como si lo hacen, por ejemplo, sociedades como la francesa, la canadiense e incluso la estadounidense. Ésta última vivió lo que vivió durante la elección entre George W. Bush y Albert Gore en el 2000, justamente por la falta de instituciones, de legislación y de mecanismos electorales bien determinados. Falta que se explica por la confianza que sí suelen tener los estadounidenses en su sistema electoral.
Hola, felicidades, de acuerdo. Si embargo creo que hay otro problema al que tenemos que hacer frente, la falta de aceptación de la pluralidad. Asumimos que la propia opinión es la de los demás y con base en ello elaboramos nuestros juicios, así, si no ganamos, creemos que nos hicieron fraude, cuando simplemente otros que pensaban distinto fueron más.
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