Este año quise regalarme la escritura de este texto para mi día especial. Por eso lo titulé, “Es mi fiesta y, si quiero, escribo”.
Quedan tres días para mi gran fiesta multitudinaria (si no ven la ironía en esto, no tuvieron pandemia). Hoy, además, es el día de la poesía y parece que a la poesía también la saluda gente que después no la recuerda el resto del año ni por casualidad.
Voy a ponerme seria: hace un año, cuando el encierro recién empezaba, escribía este texto sobre la pandemia. Fue justo el día de mi cumpleaños cuando empezó el lockdown en el Reino Unido. Vuelvo a leer mi crónica y pienso en el ayer, en el hoy.
Me acuerdo de aquel Boris Johnson hablando en las noticias, diciendo que íbamos a perder a muchos de nuestros seres queridos. Recuerdo haber pensado en la noción de comunidad con mucha más fuerza que nunca. Ese hecho que fue un shock, no lo fue del todo, porque para mis cumpleaños, históricamente, pasan cosas dramáticas. Cosas que no siempre están relacionadas conmigo necesariamente.
Si bien nunca dejé que esos sucesos empañen mis cumpleaños, incluso en plenos festejos, siempre sentí el poder de ese karma en forma de mensajes ocultos, diciendo que nunca debo olvidarme de la realidad, por más distraída y alejada que esté de ella.
XXVI
“Esta fue la primera cosa
que he entendido:
el tiempo es el eco de un hacha
dentro de un bosque”.
Philip Larkin
En contraste con el 2020, en este 2021, la pandemia parecería estar por terminar. En mi isla de residencia, a mitad de octubre, la pandemia empezó con la nueva cepa y la histeria de toda una Europa y resto del mundo asustados y cerrando puertas, y luego continuó con un largo encierro. Durante ese fuerte encierro vimos pasar la noche, el frío, la nieve, la niebla, la famosa lluvia. Recién esta semana vimos salir un sol resplandeciente, por primera vez. Podemos afirmar que el 50% de la gente está vacunada en Reino Unido hoy. Y con eso, todo este gran paréntesis en nuestras historias colectivas parecería estar llegando a su fin.
Me pregunto qué nos deja esta culminación como escritores que siempre estuvimos marginados del mundo económico con nuestras actividades literarias, hecho que durante la pandemia se acentuó aún más. Es decir, se notó la falta de empatía con los artistas. La parte más chocante fue que todos consumieron más arte que siempre. Pero, tristemente, los escritores seguimos escribiendo, seguimos publicando, en este contexto contra viento y marea.
Durante este período que va desde que Boris dio su discurso hasta el día de hoy, me conecté y desconecté con distintas personas, como también lo hice con mis ciudades, con los WIFIs, conmigo, pero, sobre todo, con la escritura.
Es por eso que quise darme este festejo, que no es una sesión de Zoom, ni unos zapatos nuevos, ni una caminata por el parque. Es un texto. Son palabras. Quise regalarme estos párrafos, estos relieves de lo que quiero volver a ver en mis próximos cumpleaños, cuando la pandemia sea un recuerdo borroso de algo que nos cambió las vidas temporalmente y también, para siempre.
Quise regalarme este texto producido en este escritorio repleto de libros desorganizados en un caos sin pretexto alguno, entre cremas de coco, piedras amatistas de viajes que no recuerdo, resaltadores de bajo coste y millones de hojas y cuadernos reutilizados.
Quería un cumpleaños que represente esta otra pandemia: la de la introspección, los libros y la literatura; la pandemia que me mantuvo sana mentalmente en un mundo muy incoherente y desorganizado.
Durante la pandemia pude conectarme con mi ser escritora de manera más radical. Fue uno de los años que más escribí, gestioné, publiqué, colaboré, entre otras actividades.
Un amigo escribió un texto (que no puedo compartir todavía porque es inédito), donde dice que uno no es escritor como se es oficinista. No se puede salir de la escritura como se sale de la oficina. No tenemos una tarjeta para marcar nuestra salida de la escritura. La escritura nos atraviesa en todas nuestras áreas de la vida, es parte de lo que somos. Está en la esencia.
Ser escritor es más complejo que simplemente escribir. Este año cumplo treinta y cinco de ser escritora. Alrededor de veinte años de manera consciente. Y otros doce publicando y compartiendo con el “exterior” mis textos, ensayos, poemas, canciones y otros sin forma alguna.
“Envejecer no es algo para estar avergonzado.
Especialmente cuando toda la humanidad está en eso […]
es un gran privilegio no morir prematuramente”.
Bernadine Evaristo
Aquí estoy: escribo para el adentro, para el afuera. Y, muchas veces, es en ese medio where the magic happens. Me acuerdo que hubo un tiempo lejano en el que escribir para otro era tan aterrador, que prefería no hacerlo. Prefería escribir para mí misma y mis fantasmas. Pero un día decidí romper con esa falsa creencia de que el afuera era aterrador. Sacar las hojas de la vitrina.
Este último período de mi vida comencé a percatarme de que soy una escritora muy consciente de mi tiempo. Tengo un sentido muy afilado de lo que pasa a mi alrededor, sé leer el mundo literario en el que me muevo con mucho detalle, veo cosas que otros no ven con extrema facilidad y rapidez —No se pongan celosos, ustedes también tienen sus dones—. A veces, pienso que si escritores como Cortázar, Virginia Woolf, Vallejo, Shakespeare, Sor Juana, entre tantos otros (de cualquier época y con cualquier antecedente), se levantaran de sus tumbas y vivieran este presente, no podrían soportarlo: la reencarnación es un arte como cualquier otro, y, por ende, no es para todos.
Incluso a nosotros mismos nos cuesta aceptar este presente literario y de la escritura, nos cuesta aceptar ese terrible ego que es tan obvio como el Big Ben: los seguidores de Instagram, los algoritmos, los lectores que quieren todo cortado como si fueran bebelectores, los hyperlinks y los links, los fondos destinados a lo mismo, las reacciones, las fotos, los trolls, la extraña presencia académica y corporativa en redes. Hay muchas cosas raras que pasan en esta mezcla contemporánea de factores. Cosas raras como sentir presión por tener seguidores en nuestras cuentas de Twitter; presión que no es personal sino social: ¿eso no es raro, casi inhumano? Sobre todo, cuando los seguidores se pueden comprar por 3 pesos devaluados en el mercado ilegal.
No sé en qué momento de esos 35 años vi toda esa mezcla como una posibilidad. La posibilidad del error: infiltrar las letras como un bug de ese sistema asfixiante. Ahora, tú lector estás leyendo esto por un error del sistema. ¿Por qué un error? Porque a mí no me pagaron para escribirlo, ni a ti por leerlo. Este sistema no quiere intercambios que no sean mercantiles. La Ninfa Eco es un hermoso error. Para mi cumpleaños me regalé emocionarme con la noticia de que este error de mi pensamiento se expandió como respuesta a un virus. Ahora tenemos tres equipos: el de Latinomérica+España, Reino Unido y Estados Unidos. Creo que muy pocas personas podrían entender la emoción de haber construido eso desde la base hace más de tres años.
Somos un equipo de escritores trabajando en una revista que no necesita followers para existir, ni necesita algoritmos, no necesita un mercado, ni sponsors. Se beneficia de ellos, como también lo agradece como una bendición extra (por favor no se vayan), pero puede continuar con o sin ellos. Al principio éramos unos pocos creando algo sin forma, con una emoción totalmente desproporcional a lo que es la crudeza del mundo literario.
Pienso que junto a mis poemas, La Ninfa Eco fue una de las mejores cosas que creé en estos treinta y cinco años, porque demostró que hay algo que escapa de las lógicas del capital: “Y la medicina, el derecho, la ingeniería, todas esas son necesarias y nobles para hacer la vida sostenible, pero la poesía, la belleza, el romance, el amor… Esas son las razones por las que nos mantenemos vivos”.
Mi segundo cumpleaños en pandemia me regaló la posibilidad de sentir alegría y felicidad por poder construir con pequeños ladrillos las cosas más ridículas, inútiles e impensadas, que son las más importantes de mi vida.
El otro día fui a comprar un café, y me quedé sentada, tomándolo, en una pequeña plaza que se mantiene casi desértica (a diario). Mientras lo tomaba, miraba a la gente caminar en sus burbujas-humanas de la pandemia. Todos estaban hablando y no había nadie viendo sus celulares. Miré cuidadosamente ese detalle. La pandemia nos recordó que también podemos vivir como en los noventa, en parte.
En una entrevista que me pasaron de Elon Musk con Joe Rogan, sobre el neurolink, Elon decía: “Ya todos somos cyborgs hasta cierto punto porque tenemos nuestros celulares como extensiones nuestras […] hoy no traer tu celular es como si tuvieras el síndrome de la extremidad fantasma, se siente como si algo estuviera faltando”. La tecnología es parte de nuestra vida y nuestro cuerpo. Los escritores ya no somos los de antes. A veces siento que esa evolución algunos la ven más clara que otros.
Vivir al filo del tiempo, en la cresta del progresismo literario es también un arte aparte. Entender la evolución tecnológica no se trata de ser un influencer, sino de ver la posibilidad. La posibilidad de crear algo bello con lo que tenemos en cualquier lugar y momento. No esperar más de estructuras y direcciones impuestas. Incluso las editoriales y las universidades más grandes y con mayores recursos se sienten perdidas. Este cambio es drástico y se profundizó con la pandemia.
Lo nuevo y lo diferente siempre es visto con ojos de estigma; el estigma de que todo tiempo pasado fue mejor. Sin embargo, no puedo pensar en un momento mejor para escribir que en este hermoso caos en el que todavía se pueden tener ideas.
A veces pienso que vivo al filo de alguna periferia de una gran y pequeña ciudad, en los márgenes de la selva actual, en unas aguas que se filtran con las nuevas lecturas. En ese escenario, en esas maderas, es en las que cumplo treinta y cinco años como escritora y gestora, como alguien que pensó en soledad y en el encierro de su comunidad. Hoy podría estar en una fiesta por Zoom, pero preferí estar en esta felicidad, en la alegría de las palabras que van y vienen, que nos forman como las piedras a la arena.
En este cumpleaños quiero celebrar la palabra porque es la única que puede gobernarnos y liberarnos como el fuego incandescente de una velita de colores que nunca se apagará. Este día me trajo la satisfacción de vivir este momento, este hoy eterno que es lo único que soy.
No sabemos cuándo nos vamos a ir de esta fiesta, no sabemos si todo lo que tenemos mañana va a desaparecer con un inesperado giro de suerte. Nada es propiedad privada en este mundo de apropiación. La vida se derrama de manera tan, pero tan salvaje frente a nuestros ojos, que no nos queda otra alternativa que vivirla con la máxima pasión.
Vivimos rodeados de muerte emocional, pero es hora de crecer y arribarse a ese precipicio que es la vida. Voy a dejar unos versos de uno de mis poemas The Good, the Bad & the Poet:
“Somos menos que polvo.
Somos una hoja que cae.
Y la belleza esta escondida
En la manera en la que caemos”
Quisiera completarlo con una cita de la novela de Ricardo Piglia, El camino de ida, “En la caída soy un halcón”. Me gustaría ser ese halcón que cae en esta vida literaria que elegí. No me refiero al aspecto agresivo del halcón, sino a la cualidad de volar siendo libre y respaldado por la propia disciplina e independencia de su edad, la edad de oro personal.
Me gustaría volar y caer con aspiraciones y anhelos; subir y bajar como solo puede hacerlo un animal. Llorar y reír por la incertidumbre y la certeza de que somos menos que polvo, conglomerados de polvo, tan mundanos como el que se acumula debajo de la cama. Somos tan terrenales como ese polvo que barremos, nunca estamos limpios, nunca perfectos. Siempre escondemos, pero hay poquísimos momentos en el que nos abrimos como un libro, y dejamos que otros vean mientras nos atrevemos a verlos: no hay nada mas celestial que eso, ni siquiera el polvo de las estrellas.
“El ser más inesperado es uno mismo:
Hasta las esfinges nos miran con ojos asombrados”
Silvina Ocampo
Voy a terminar agradeciendo a todos los lectores, sean cercanos o no, por dejarme compartir esto y pasar mi cumpleaños en esta extraña transacción que son las palabras.