Son tiempos crueles, el cielo entristecido cubre cada rincón de la tierra. Todas las noches, las criaturas acuden al solar, para ver el espectáculo que ahí se representa –es la única alegría, si cabe decirlo–. El reconocimiento para los actores es una sonrisa amarga, una estría sujetada por los labios apretados de los asistentes; el trabajo envilecido no produce otra cosa que la apatía por la función y, a pesar de todo, la gente acude.

El cuarto del fondo de la casucha se ilumina por los rayos del sol. La luz se introduce vieja, carente de brillo, moribunda, como lo es la vida; alumbra un rostro blanco pintarrajeado sin armonía. Unas líneas delgadas se escapan del rostro y se impregnan en las paredes, nadie podría decir quién las originó, sólo que atraviesan al payaso tumbado en el vértice de la galera, al lado de un cuadrado cartográfico, arriba de lo que fue un taburete, debajo de lo que parece un artilugio de locos y casi tocando la laguna que se extiende de una garrafa desmayada del otro lado de la habitación, en donde también se halla una portezuela cerrada que esconde las voces de los dueños del espectáculo.

Una puerta separa la felicidad de las criaturas. Una puerta es lo que se necesita para cerrar o abrir los cerrojos de un alma perdida. Los patrones lo saben bien, son los únicos que bailan llegando el anochecer, los que contemplan el sol, los que sonríen, aunque su sonrisa sea una mueca siniestra. Los dueños se apropiaron de todo, por eso son los dueños. Amos de la comida –nuestra sed–, los ríos –nuestro trabajo–, la tierra –nuestras decisiones– y del cielo que nos mira.

En el amanecer del payaso se dibujan las ilusiones del resto de los seres que divagan con caminar allende del páramo, por las planicies coquetas frente a sus ojos. Todas las criaturas encerradas se escudriñan de reojo y esquivan el contacto visual. Los holanes sin sentido del traje variopinto del payaso se pasean por el aire que entra vestido de hojas secas a través de la puerta de telaraña. El letargo se profundiza, nada lo rompe. El payaso está empeñado en lo que se encuentra más allá de su vista. Es un cobarde, pero un buen soñador. Le tiene miedo a correr, a salir de una vez y por todas de aquel encierro que lo llena de más garabatos. Es un maestro de la ilusión y un desdichado de sus anhelos. Observa el cuadro cartográfico, memorizando los lugares a los que podría ir si se atreviera a cruzar la puertecilla que lo separa del espectáculo tan lamentable que ofrece a la hora del ocaso. Gira la cabeza hacia el otro lado, hacia la puerta de los patrones, rechaza la idea relámpago y se concentra en la telaraña de enfrente que deja entrar otra ráfaga de aire.

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Sobre Ana Matías Rendón

Sin origen ni destino. Es una errante sin remedio. A la fecha ha tenido más de 60 empleos. Escribe, porque le gusta más que hablar. Tuvo (mucha) suerte y estudió Filosofía y Literatura. Es ensayista y narradora. Ha publicado algunos libros y textos en diferentes diarios y revistas. Le fascina la Filosofía Posmodernista y la Literatura Fantástica, pues cree fervientemente que tienen mucho en común.

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[…] *Publicado en “A4manos”, 13 de abril de 2021: https://a4manos.aquitania-xxi.com/cuentos-del-conde/2021/04/arlequin-fragmento/ […]