Desde el Este, donde se me ubica efímero
sobre pierna provisoria, avanzo al Oeste: busco
sitio donde preparar el alimento.
Y pernoctar. Cielo marchó en direcciones acostumbradas.
Jurisdicción aquella de sujetos en las esquinas. Fumar a ve-
ces: último cigarrillo se presiona hasta el cadalso. En tal
suburbio abigarrado hospedé mi persona, utilizando mi propia
presencia nunca edulcorada, y además viví allí parte
de mis ausencias, paladeando el dulzor de diccionarios.
Me inicié en poemas. Allí rescribí versos
Hasta dar con Plumas del ave, corazón del vuelo, mayor ha-
llazgo literario que se me atribuye.
Aburrí y me aburrí redactando cosas peores, en cualquier
papel. Aunque a veces fui considerado santo,
es muy saludable de vez en rato pedir y otorgar perdones.
Atravesé ciudades ajenas en dirección opuesta. Por doquier
se rogaba paciencia y adhesión. A esa altura había ofrecido
ya millardos de fidelidad y medio siglo de perseverancia.
Llevé encima pastillas que en la noche inculcan
calmas y estoicismos. Llevé pergaminos y
otras palideces. Luciérnagas para encender. Me interné,
por semanas: en presumidos pedregales vi zopilotes y
hurones. Asombros peores se agolpaban
al final del camino.
Al final, escasez y soledad
remueve incisivos: ratas en escondrijos y donde
no debía haber no había y donde debía tampoco había.
Me alojé en habitaciones y techos excluyentes,
en cunetas coexistí semanas, hasta que el inquilino regresa-
ba. Ofrecí cigarro al último de anoche, porque la guarida daba
para dos.
Fue soplo mío de hombre nuevo, porque egoísmo
nos torna quejumbrosos y anticuados, avaros o timoratos.
Hombrecito ladino desenfundó brioso matarife,
ignorando que quien otorga, administra o dirige o gobierna,
peca mucho si se aferra a cualquier poder.
Si alguien afirma que volvería a
hacer todo igual si volviera nacer, hay que gritarle
Tonto. Que aproveche oportunidades de redención.
Caminé sobre piedras guarnecidas sobre otras piedras des-
conocidas. Neurálgicas equinas, esguinces fiscales. Recuerdos
de tabaco llenó de escozor la memoria. Desgano ayudó
a pasar el día.
Durante la noche se sumó un perro, parecía
buen perro, algo de raza, y durmió pegado a mis costillas.
Al amanecer cogió trillo con pasión inusitada.
Había destino en esa prisa. Le pasaba a él conmigo
lo que si y no a mí con ellos. No rogué adhesión porque el can
portaba sus propias adhesiones.
Quien pasa con su paso, saluda a pasodoble.
Efectos son breves pero desoladores. Dejó herencia: pulgas.
Rasqué simultáneo a izquierda y derecha,
cegaba la luz. Y dentro del bostezo tomé una decisión canina.
Caminé torciendo al Sur
efectivamente pisando huellas atroces y recuerdos
imprescindibles: surqué en diagonal el basural y más tarde
las atestadas callejuelas de mi ciudad.