De la serie Dramaturgia de las piedras
Furia analéptica en la confección pero el producto
lo que desea es tocar el diente del lector con una
frescura suave de tamarindo y la vida erguida en la canción.
El narrador traga una espada sin cuento, un caldo
pero
borboteante, pero su querencia es hilvanar
filigranas, delicados encajes de tropos y sinalefas y olvidar
los trabajos mugrientos de su sangre. Pasión,
como un fardo de mármol o arena, losa sobre losa,
pero
sacos de trincheras amontonados uno a uno, y sacarse
la laringe con la diestra, pero con el fin conversacional y lírico
de deslizarse sin espinas por los conductos de la sangre, pisando
como paquidermos, ladrando como perros locos.
pero
Si cocina en el pantano rodeado
de hormigas y zopilotes y crustáceos, sin embargo el narrador tiene
la añoranza de entregar nutritivos mazapanes y
divertidos muñecones que cantan a coro: Juan amaba
pero
a Teresa que amaba a Raimundo que amaba a. El alacrán
es la única compañía segura, pero nunca por ningún motivo
llena la estrofa de aguijones, desdeñando al niño diablo
que cierra el portalón. Aun
pero
en el fondo del pozo, entre pocos o muchos líquidos, húmedo hasta
el cuello, el narrador se afana en remembranzas y le dicta al papel sus
últimos olvidos, como por ejemplo: fuimos a ver a la señora
en su ataúd. Al narrador,
pero
a menudo, se le soslaya, se le relega ,
se le ignora también en los discursos, y no obstante su tolerancia
irrefrenable y sus múltiples
reservas de ternura lo inducen a poner atención al trino triunfal
pero
de los oradores, al tiempo que calcula que
el correo llega solo dos veces por aquí donde
las cartas serían bien recibidas. El narrador desea dejar
establecido, virilmente dilucidado, que no colocará próximas meji–
pero
llas, sino que redactará nuevos afilados textos. Y para refrescarse
a continuación de ese buche suyo, de ese ardor y no sabe si
noble regurgitar del ánimo, recuerda risueño
que a fin de cuentas la tierra
pero
es una naranja azul. El narrador jadea asmático
en las penumbras y cuando amanece olvida y reparte sábanas
con indudable olor a esperma y se confirma en la idea
de que solo los suyos y nadie más vendrá a defender
pero
esta sed de mendrugos. Al final de la noche,
la lámpara le devora el ojo con un alfiler
de azufre y el narrador no sale a claudicar ni
a cojear ni a mostrar muñones tuertos: despliega
una bandera irreversible
pero
en su balcón y sonríe a esa hora en que el traje
que vestí mañana no lo ha lavado mi lavandera.
pero