la Oda a la Ignorancia ya Félix la había compartido, de hablada, con algunos amigos. Ahora se las comparto a todos: amigos, enemigos, ignorantes y menos ignorantes.

Sobre el tiempo volvemos. A reaprender lo aprendido.
Lo acumulado son sedimentos que ineludibles libros y acontecimientos, futuras temporadas y licores, torpes errores y erróneas torpezas,  cansancios y rebeliones, recientes paradigmas y cosmovisiones, removerán profundo y constantemente.
Sedimentos son inabarcables continentes a la deriva.
Las convicciones necesitan sin tregua sedimentos frescos, insolentes, atrevidos, negados, descreídos, interrogantes, confrontacionales.
El grosor de antiguos sedimentos produce sin falta esclerosis, dogmas, virus, parálisis, fanatismos, falsos altares.
Antiguos sedimentos esconden innumerables pesquisas y contratiempos, decadentes inventarios, pasmosas revelaciones, insospechables desechos e inevitables decepciones.
No queda más que volver sobre la historia, sobre cada uno de los botones y el ojal de los sucesos.
Reaprender y reaprender es el itinerario con la Historia.
Es lavar los ojos y afinar las visiones en las aguas del camino
Siempre no era lo que creí, sino lo que creo ahora. Y más que nada y sobre todo lo que creeré mañana.
Cuando nada se ofrece ni nada demandamos, nos extraviamos en falsas bonanzas y alborozadas confusiones.
Mirar sin ver hacia adelante, nos detiene en un camino de espectros y ofuscamientos.
El instinto vivo cotidiano mantiene lozanas y frescas las verdades.
E inocula energías para presentir, indagar, revelar, dar aliento a recientes ignorancias.
Aprender a saber y saber aprender.
Aprender a destapar sótanos y abrir postigos de ignorancia.
Creer que se sabe es quedar sin fulgor para aprender.
Al abrir una puerta, detrás aguardan otras dos y otras dos puertas ocultas y recónditas.
Confiar en la ignorancia de este modo: saber que ignoramos aguza la sed. Convierte en fascinaciones cualquier sombra y obstáculo.
Leemos sobre semejantes libros y la misma vida, corrientes
que arrastran líquidos bien distintos y curiosamente semejantes.
Pero mis ojos cambian como el río. Al río lo cambian mis ojos.
Los sedimentos amplían hasta límites radiantes la ignorancia.
La buena ignorancia es la mayor plenitud suspirada o soñada.
Ignorar consiste en volver a ser pez y pájaro, larva y niño, desnudarse
al amanecer y concurrir al río renovado.
Ignoro, luego existo.
Dadme una ignorancia: moveré mis perezas humanas.
La sabiduría tranquila nos torna condescendientes y observadores.
La sabiduría en reposo contrae dogmas y bacterias.
De la diminuta nuez del conocimiento, venimos creciendo.
De la colosal e interminable masa de ignorancia, creceremos sin límites.
En fin. Transitamos por el buen camino.
La ignorancia nos convierte en sediciosos buscadores
de tesoros, en aprendices para siempre. En carne sin fatiga que ladra
a los misterios.

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