Oxígeno quedó libre, dando tumbo
entre las hojas y comenzó a tantear territorios
y extensiones.
Buscaba víscera oportuna. Y su barranco
de sangre funcional.
Ni oxígeno ni saliva ni deseo primario
de existir quedaban al margen del proyecto,
pero todavía sin apodo ni puerta de salida.
Otras cosas, por ejemplo, fueron más tarde
una manera de tocar, oler, rozar
que una mujer y un hombre descifraron
desde el inicio a las mil maravillas. Pero que aún
no alcanzaban a pronunciar con brevedad.
Se consumían en meditaciones. Otras veces
marchaban a galope por el valle,
como bestias salvajes de corral. Conseguían
gemir sobre la roca, descascarar bosques
y tantear en el propio rostro la voz del misterio.
Dulce impotencia balbuceaba sonidos
cercanos al ideal. Semejante al roce de abismos
entre instancias protuberantes y carnosas.
Interrogaban, dentro, fuera, encima, debajo.
Por si alguien intuía fama, procedencia y edad
de tal frecuencia invertebrada y tenue,
que designaba la reciente y blanda tradición?
Vueltos al segundo de partir, el golpe encerraba
en un orden de instintos a su caos. Verbo
suaviza sin silbar, se aprieta a más ruidos y
espera para luego. Aunque ya inmediato al aire
que iba a estremecer.