Da vergüenza morir: suprema humillación infligida

al cuerpo.

 

Ya antes daba vergüenza estornudar y luego

no tener pañuelo a mano, sino la  simple mano.

 

Que el tonto agite su dedo autócrata en el aire, reprimiendo cualquier ruido de libertad.

 

Da pena no tener pan ni duro ni bíblico nunca

o ningún día. O tener solo pan  duro como púa

que atora dientes y luego la garganta.

 

Humillación insufla el pene exduro, también

denticiones con pasado perfecto.

Dientes se ablandan con el susto de vivir,

el expene se aterra y pega a los huevos.

 

Humilla el sol que amanece gris en la grisura

de tus sábana. Y el chorro de sombras de las bombillas fundidas o apagadas.

 

Alguien afirma que si sombras pisan tus talones

al menos quedan pies con que huir. Pero si huyes a menudo es que ya casi nunca logras perseguir.

 

Da vergüenza sucumbir entre amigos a la luz

del día. Vergüenza morir y dejar tanta gente viva alrededor. Vergüenza el amor que nos tenían y llevarse

a ninguna parte el amor que uno profesaba.

 

Humilla vivir a la sombra, detrás del telón de penumbras y de cara a la pared.

 

Vergüenza languidecer en presencia de la afligida multitud familiar. Y que la pena de todos la consuma

en un rato  tu cadáver.

 

Vergüenza mirar de frente a contemporáneos

y familiares durante la agonía. Vergüenza que te obliguen a ungüentos o pastillas que prolongan la vida apenas otros segundos.

 

Vergüenza desfallecer en brazos de la amada.

Pena ver lágrimas derramadas por ti.

Vergüenza morir y no poder cargar con quienes amas.

Vergüenza que quien te ama no te logre retener.

 

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