“¡Tierra!, grita en la proa el navegante
y confusa y distante,
una línea indecisa
entre brumas y ondas se divisa”.
Juan Antonio Pérez Bonalde
Que arda el río,
que arda el río…
que delire vibrante,
con frases meditadas;
con regocijo de la frase.
…
Que los fulgores vívidos comiencen,
del fuego al hielo,
con fricciones de piedras,
en el aire, en el barro, en el agua encabalgada.
…
Que el río crepite,
con su canto de sapos y serpientes;
que eternizan el ritmo de los astros,
que guían la pluma del soñador;
…
que arda el río;
que no descanse como ala herida,
como discurso que se vende,
como grito mezquino;
como diatriba que envenena,
entre la saliva y la negra desdicha.
…
Que arda el río,
y sea el escudo, la espada, el lance,
sin soberbias ni humildad,
que pula el estilo con esmero,
como una madre con su hijo.
…
Ya el tiempo llevó a otros rumbos al río,
los frutos verdes lo navegan,
no llega a la tierra abierta,
no mata las sequías de flores y espigas.
…
Las historias lo han olvidado,
el río ya no nutre las fábulas,
ya no corre entre las calles;
ha quedado sin canal, sin relevo, sin viaje prodigioso…
…
Que arda el río,
que no solo derrumbe el árbol viejo,
que quiebre y talle la roca,
que incendie las ramas y las raíces,
que funda el hierro, la plata y el oro.
…
Que el río dé señales y ennegrezca el cielo,
que el río provoque miedo con su llamarada,
despertando a las aves con otros ardores,
que las bestias huyan de la prisión y los manicomios,
que devoren la verdad civil sin entrega.
…
Que el río arrastre las cenizas,
los esqueletos de los papeles viejos,
que se llenen los pozos yermos,
del río palpitante para nuevas fraguas.
…
Que el río arda y corte las sombras,
que las parta, que dibuje así nuevas siluetas;
que el río venga girando de los abismos,
con otro fuego, uno prometido y misterioso.
…
Que el río arda,
hirviendo de peces y sirenas;
de Niágaras, de Iguazús,
entre caídas… y alientos,
de ángeles en vorágine herida.
…
Que el río arda en rugidos,
que el río despierte a los muertos olvidados,
que suelte los cuerpos de ahogados y a las brujas;
que el río en centellas de luciérnaga,
dicte sentencias a los verdugos insomnes.
…
Ya, que arda el río,
que sus remolinos suban en columnas azules,
que sostengan otras nubes piroclásticas…
y que solo exista el rojo de los atardeceres.
…
Torrente inmenso,
río que arde que en mares despeñados,
cauda y revancha contra los dioses;
río, corazón y sangre de los que se esconden,
en lo que no muere,
en el poema, en la voz y en la palabra.
Rodrigo H. Sandoval, 29 de marzo de 2022
Intenso este poema donde las metaforas hacen sus causes
Rodrigo. Tu poesía es muy intensa, crea imágenes excepcionales y de gran fuerza. Felicidades. Javier Mastache.