porque no preguntan. Ni llegan aunque pregunten: empa-

can voces carcomidas de temor. Rumban sin norte, va-

gan sin sur. Caminan en diagonal varados

a la sombra de edificios contiguos. Al abrir paraguas, pa-

raguas sigue en casa, bostezando estrecho. Y lluvia

permanece atorada en las nubes.

Paladean cervezas que no tragan

ni toleran nunca. Oscilan con acotaciones

del sabor del lúpulo, del carrusel de cabeza que da vuel-

tas y otra vuelta antes de caer dentro del sombrero.

Traquetean vociferando cruces

y viendo bosque decrecer. No encuentran bolsillos

por más que rebuscan la piel rugosas de las murallas.

Menudo no alcanza para algo, ni para

una primera cerveza maquinal en el bar de la esquina:

bar que no abrirá puertas esa mañana. Y es que no

es mañana ni hay reloj que los deje en esa dirección.

Impotencia de la palabrería. Día antepuesto

que la postración zarandea. Banda de preguntas sin

acrobacia ni riesgos. No van

a llegar a Roma. Peor, nebuloso serpentear sin interro-

gantes los apacigua y desvanece en el umbral.

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