¿Nunca les dije cómo me llegan los poemas de mi padre? Él los selecciona, los mete a una USB, se los da a mi mamá, que dentro de su jornada laboral, más loca que trabajar en las calderas del Titanic, encuentra un espacito, algún día, para enviármelos por correo. Todo esto porque mi padre no tiene internet en casa, porque…, bueno, esa ya es otra historia. Digamos que de pronto me llega un mail con 20 poemas. Hay que bajarlos uno a uno a la carpeta donde guardo los materiales del sitio. Luego veo que el mail trae un mensaje de Ma que dice: poemas de Pa, de su último libro. Si le pregunto cuál es su último libro, ella tiene que llevarse la pregunta a casa o llamarlo por teléfono, esperar que esté despierto (le gusta tomarse sus siestas, que dice son para pensar, aunque con los ojos cerrados) o disponible, para que él le responda, y entonces ella me responda a mí, vía mail o chat. Como esta ha sido una semana excepcionalmente complicada para mi padre, que anda escribiendo mucho, para mi madre (siempre lo es) y para mí (porque me fui a las Barrancas del Cobre, necesito presumirlo, además de otras razones), hoy no podré saber cuál es su último libro. Espero para la semana próxima enterarme y enterarlos… fíjense que no es que yo no quiera…
Un viernes diferente, y Encima de la muerte, de su último libro, ahí les va:
(Gabi)
Imposible agonizar la totalidad,
siete decenas y algunos más todavía,
sin que alguien quede torcido y quebrado debajo
del avión y la muerte.
Sin acumular pólipos en la nariz
que la corriente empuja y el coral insondable in-
tenta disuadir.
A mil quinientos escalones
bajo el nivel
del cuello, zargazos y hongos crecen alrededor
de aretes y zapatos.
De las muchachas prefiero sortijas y floretes,
de los muchachos sus sables incorruptibles.
Enorme sal navega debajo y encima
de la muerte: Otro lote de holosaprófitos acude
a las bocas y desinfecta dentaduras. Pulen
el cuenco intacto de ver otros paisajes. La me-
moria no se licua,
preserva indemne su liquidez, pero detenida a man-
salva, pero entre antiguos guiños y congojas. De
esos rostros jóvenes
se esfuman saltos y temblores
y gesto de entornar párpados queda literalmen-
te sin ojos.
Se alteran miradas, nutrida multitud cierra
para contemplar el crepúsculo que precede a
sus noches. Imposible obtener fotos, instantá-
neas delicadas o mirando al frente, naturales y ri-
sueñas, o llorosas, la mar de alegre, lozanas
en sus profundidades, o grupos
ondulando el brazo de las canciones.
Intervalos, escorzos, primeros planos
que serán últimos, resultan recíprocamente es-
pantosos, hermosura aterradora y constante:
borrosa y movediza. Ojo y ojo, mejilla y mejilla,
amputadas al número de víctimas.
Tripulantes y pasajeros, horda mañosa. Sinuo-
sa en su fijeza.
No serán olvidados ni en mil años.
Ni podrán ser más desdichados ni hacernos
más desdichados.
Espadas y floretes sin regreso. Dichas y pru-
dencias, victorias y fracasos, dejaron al paso,
en lo adelante,
en la autopistas profundas de los cenocitos.
Nostalgias marinas,
novísimos cautivos, encadenados
a anémonas y hongos, irán envejeciendo
a desnivel bajo el mar. Atletas sumergidos,
a punto de devorar arena y cadáveres de pe-
ces. Miembros de tripulación y pasajeros,
sin voz, o gagueando el abismo de un mundo
más calamitoso y contrito.
Vean, perciben, se asombran, adivinan
la enfática y palpable inmensidad que alcanza
y zarandea por los hombros disponibles,
sin lograr admirar y comprender
el naufragio ni el crimen terrible que los mata.
La lírica del microcosmos ( a mansalva) que nos afecta inexorablemente es poesía de la vida en sí misma!
Vida y muerte; también morir para vivir, como juego natural o divino, es parte de esa esencia que marca el terreno hermoso y útil de la humanidad. Felo desguaza aquí ese mundo ciertamente plural y muchas veces invisible que nos toca desandar inexorablemente!