“No había gran sabiduría, ni palabra ni enseñanza de los señores. No servían los dioses que llegaron aquí. Los dzules (extranjeros, conquistadores) sólo habían venido a castrar el sol. Y los hijos de sus hijos quedaron entre nosotros que sólo recibimos su amargura.”
El párrafo, entresacado de alguna página de los libros del Chilam Balam, es testimonio a la vez de la inmensa y atroz frustración cultural que resultó de la conquista de América por Europa, así como de la colosal musicalidad que derrocharon los escribas en las páginas de sus libros sagrados, aun cuando relataban los sucesos de las propias desdichas.
Se afirma del Popol Vuh y del Chilam Balam, escrituras elaboradas en dos tiempos, el precolombino y el posterior al encuentro de culturas en este continente, que son las biblias americanas.
Agregaría, sin dudar, para que reinen las equidades cultural y espiritual, que la idea no se completa hasta que en otras latitudes, antípodas o contiguas, el mundo globalizado medite: la Biblia o el Corán o el Talmud , etcétera, que leemos a diario son también nuestro Popol Vuh y nuestro Chilam Balam.
En realidad, por fortuna, los libros llamados sagrados, innumerables, son expresiones de disímiles orígenes y versiones de existir. A condición, creo yo, de que la poesía de cuantiosas generaciones y autores casi siempre anónimos entrecrucen historias, leyendas y mitos.
Textos de estirpe enhebran intuición y conocimiento. Además, comprensión abierta e inagotable de las criaturas inmemoriales y contemporáneas enfrascadas en la cósmica tarea de erigir identidades y civilizaciones.
CON LA FLAUTA DEL POETA
Dice el Chilam Balam de Tizimin:
“Come, come para que tengas pan; bebe, bebe para que tengas agua. Ese día, polvo cubrirá la Tierra; ese día, una plaga cubrirá la faz de la Tierra; ese día, una nube se alzará; ese día, un hombre fuerte se apoderará de la Tierra; ese día, las casas caerán en ruinas; ese día, el tierno follaje será destruido; ese día, habrá tres signos en el árbol; ese día, tres generaciones penderán de él; ese día, será izado el estandarte de la batalla y (los hombres) se dispersarán por el bosque.”
Y en otro pasaje de este libro breve y sin límites:
“Entonces habló el Chilam Balam, Brujo-Intérprete: “Desde ahora, Oh Halach, Uiniques, Jefes, llega el día en que dice su nombre el duodécimo Katún. Vedlo, de Jaguar es su cabeza, rotos tiene los dientes; de Conejo su cuerpo, de Perro su cuerpo. Atravesada tiene la lanza en su cuerpo y en su corazón.”
Esta literatura reconstruida, recordada, restaurada por mayas alfabetizados y entremezclada con temas cristianos y contingencias de la Conquista, tiene antiquísimos orígenes orales y simbólicos. Se le percibe también como narración por donde fluyen corrientes emotivas y fantásticas, fatalistas y místicas, abstractas y sumamente musicales. Es pífano, caramillo, flauta o quena de una sensibilidad artística que intenta descifrar el lenguaje de los dioses.
Una gran cultura, como la maya, se da inevitablemente a la tarea terrenal de indagar sus posibles raíces y destinos divinos o cósmicos. Las culturas antiguas elevan a las criaturas hacia las regiones donde moran sus dioses, eternos o recién creados, como el hombre contemporáneo se desliza hacia los confines del universo, en el afán de encontrar lo que quizás no puede ser hallado.
Chilam Balam fue redactado en el siglo XVI, a instancia de sacerdotes españoles, como otros libros de esa civilización, pero constituyó también, en entresijos, una conspiración de la sabiduría maya para resguardar ancestrales tesoros religiosos, literarios e históricos. Antes, ellos mismos practicaron tales escrituras esculpiendo en la piedra y el estuco, en los bordados de sus vestiduras, en el amate de los códices, en cerámicas de barro, en la madera de las artesanías.
Siglos después, en el XVIII, estos textos comenzaron a salir a la luz. Hoy, época de globalizaciones informáticas, todavía son libros considerados raros, de escasa profusión y lectura, como consecuencia y residuo del colonialismo europeo, la inercia de los tiempos y el escaso conocimiento mundial de culturas imprescindibles para descifrar las trascendentales dimensiones y derivaciones de la presencia humana en el planeta Tierra.
Esas literaturas, más en sus versiones originales y arcaicas, pero también en las redactadas al cuido de conquistadores, tenían un carácter sacro, en el sentido de que su significado era conocido apenas por los sacerdotes, quienes son apreciados como depositarios de los arcanos.
Desde edades vetustas, tales textos, acumulados y preservados por unos y otros pueblos de la gran civilización, se revelan a la comunidad en ceremonias litúrgicas por sacerdotes-intérpretes, quienes nunca fueron considerados autores, sino albaceas iluminados de la espiritualidad maya y de los designios, un tanto inescrutables, de los múltiples dioses.
Los mayas dominaban una pictografía-alfabeto, estimada la más compleja y desarrollada de América, previo al desembarco caribeño de Cristóbal Colón y al posterior pero inminente e inevitable asalto y destrucción de las grandes y pequeñas culturas del continente.
Las autoridades y dignatarios de la Conquista intentaron desde los inicios poner coto a lo que consideraron herejías y cultos paganos de los aborígenes. De tal manera impusieron su propio Dios cristiano y sus santos católicos. Pero los mayas, como el resto de los pueblos americanos, revistieron a los impuestos y venerables santos con el carisma y poder de sus dioses.
Es decir, se produjo el sincretismo, que tiene dimensión continental, y mediante la cual se inicia la resistencia americana a la abrumadora invasión cultural y espiritual de Europa. Así, Jesucristo y el dios Sol se funden en una estampa, tanto como la diosa Ixchel y la virgen María se amalgaman en un mismo ícono de cualquier materia terrenal, barro, madera o piedra.
EL LIBRO DE LOS LIBROS
El Chilam Balam encuentra sustancia sobre todo en sucesos e interpretaciones religiosas y místicas, además de astrológicas, médicas, cronológicas e históricas, de las comunidades mayas de Yucatán. Algunos de los textos religiosos son de carácter estrictamente indígena y en otros se evidencia la presencia cristiana de la Conquista.
En los históricos se cuentan desde acontecimientos en apariencia intrascendentes, fosforescencias mágicas, hasta la cronología significativa de los katunes. En los astrológicos y cronológicos, un paralelo entre sucesos cristianos y mayas.
Chilam es el nombre de los sacerdotes que interpretan los diferentes textos que se aúnan en el Libro de los libros de Chilam Balam. Balam significa jaguar, aunque también quiere decir brujo.
De los manuscritos de los distintos libros, solo algunos resultan conocidos. Los más significativos son las crónicas principales de la historia maya, la de Maní, la de Tizimin y las tres de Chumayel. Algunos originales de la imponente y melódica obra todavía quizás sean encontrados, pero otros se extraviaron en el peliagudo laberinto de los siglos.