El pasado 6 de junio, a la edad de 91 años, murió el escritor de Crónicas Marcianas, en su casa de Los Ángeles. Hace varios años el periodista y escritor Félix Guerra nos regaló un texto sobre este mago de la ciencia ficción que hoy reproducimos como homenaje póstumo: A Ray Bradbury
El oficio de Guy Montang, que llevaba casi una década en la noble y esforzada profesión de bombero, consistía, cada día, en prender fuego a los libros de Whitman, eso, los miércoles sin falta y durante agotadora jornada, los lunes, a ver, los de Millay, el viernes, puntual como un reloj, las páginas de Folner o Faulkner o como se diga.
Algo bello, incomparable, elaboraba un bombero que invertía su tiempo con las llamas: provocarlas y no sofocarlas. Convertir esos tomos, ¿sabe?, en preciosas lenguas enrojecidas y luego en cenizas ilegibles, en graciosos cementerios de palabras.
Tal sinopsis de Fahrenheit 451, temperatura a la que arde el papel, es un canto incomparable, escrito por la mano milagrosa de Ray Bradbury, a la aventura de la sabiduría humana, además de denuncia sin concesiones, feroz, de las fuerzas malignas que pugnan por evitarlo, porque intuyen, o saben con precisión, que la cultura es su propia extinción.
La ignorancia es el infierno. El libro la inmortalidad del conocimiento y la garantía de mundo futuro. Bradbury se vale de metáforas donde mezcla candor, ternura, autoritarismos y úcases impensados del poder, para mostrar cómo la cultura roza un borde del cual escapa mediante la libertad de leer y aprender o sucumbe con disciplina y sujeción a un orden ciego, que pugna por la muerte en vida del progenitor de la inteligencia: la creación humana.
PADRE DEL COSMOS
El Cosmos que hoy la criatura humana registra con sus dedos, en elegantes caminatas espaciales, tiene quizás más de un padre. Pero uno de ellos, sin dudas, es Ray Douglas Bradbury.
Con 83 años y algo olvidado en su propio país, Bradbury es, sin embargo, extraordinariamente reconocido por una obra que tiene cimientos en Giordano Bruno, quien ardió en la hoguera sin retractarse de sus convicciones, ¡hay vida en otros mundos¡, y en Julio Verne, que intentó el primer desmañado viaje a las estrellas.
Jorge Luis Borges, el gran argentino, al leer su obra, exclamó: “Recomiendo a todo el mundo la turbadora y majestuosa novela de Ray Bradbury Las crónicas marcianas. Una obra repleta de poesía y misterio que emociona tanto por su belleza como por el terror helado que suscita.”
Luego Borges, meditando en dramas espaciales, él, tan dado al drama humano terrenal, se interroga: “¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y soledad?”
Lezama Lima, hombre instruido hasta la saciedad, pensaba que El hombre Ilustrado de Bradbury era algún tipo de anticipación. Cuando la criatura humana, opinaba, agote todo el papel donde inscribir sus anécdotas, algunos castigarán su propia piel para mantener viva la historia.
La contingencia de leer un libro, antes o ahora, cuando el reloj toque la novena campanada del día, es la confirmación de que vivimos en un universo transparente hasta la luz y misterioso hasta la incomprensión. Las mejores horas, exceptuando la exactitud, están escritas para siempre en las páginas de los libros. Si en Fahrenheit achicharran libros, evitando el desorden de la sabiduría, el hombre expondrá su propia piel para que no desaparezca la historia.
MAS BIOGRAFIA
Bradbury, como se evidencia en tantos otoños marcianos de sus cuentos, nació en agosto. Es decir, en el otoño de l920. En l931 se entregó a su vocación: escribir historias, comenzando por la suya propia.
Por el día vendía periódicos, la prensa diurna, y en la madrugada escribía. Luego optó por pasar la noche en las bibliotecas y escribir durante la jornada diurna.
En l938, aparece su primer texto publicado. Al año siguiente edita su propia revista, Futuria Fantasia. En l941, bajo el estruendo de la guerra mundial, publica Pendulum. Y en el 42, con The Lake, aparece el estilo, de gran sencillez y notable poesía, que utiliza en cuentos y novelas que lo hacen definitivamente famoso entre los famosos, así como sin dudas, para mí, en el más grande narrador de ciencia-ficción.
En l943, abandona al fin su jornada de vendedor de periódicos y se dedica por entero a escribir. En el año de l945, todavía bajo los estruendos de la guerra que demolería al fascismo en Europa, publica su relato The Big Black and White Game, seleccionada ese año como la mejor narración breve publicada en Estados Unidos.
Este escritor, como otros, fue un autodidacta empedernido, un lector voraz, sin límites, con más ojos para leer y escribir que vida para disfrutar de placeres mundanos. Cuando se casó y tuvo hijo, se dedicó a contarles historias fantásticas. La experiencia concluyó, por supuesto, en que también redactó historias para niños, donde los dinosaurios alternaban con viajeros humanos llegados del futuro: en tanto, los visitantes preveían que alterar cualquier detalle del presente mesozoico deformaría el devenir donde residirían al siguiente día.
Bradbury, y ahí radica su mayor encanto, no utiliza la presencia de extravagantes y futuristas tecnologías, no habla de ciencia incomprensible y capaz de milagros solares. Bradbury, en cuentos y novelas, continúa con el eterno drama humano, aunque esta vez colocados los personajes en paisajes desconocidos y verdaderamente alucinantes, como las ruinas de civilizaciones marcianas destruidas a su vez por la tecnología, la incomprensión y el odio.
Su alegato contra el racismo, incomparable en la literatura de Norteamérica, tiene páginas asombrosas y sobrecogedoras: en particular, porque se repiten en los desiertos de un planeta distante, entre rojas arenas, silentes océanos púrpuras y radiantes crepúsculos siderales. Allí, un señor blanco, quizás de apellido Smith, luego de viajar millones de kilómetros, retando gravedades, meteoritos y expansiones, vuelve a llenar de improperios a otro hombre, por solo el delito de que su piel negra difiere de la suya.
Sus criaturas, diáfanas de presencia, sin embargo son portadoras siempre de una misteriosa reticencia. La precognición de esos personajes puede querer decir que una hoja del otoño, la primera, está por derrumbarse al suelo postrero, o que una nave desconocida y extraña, surca el espacio desde distancias ignotas y viaja en esta dirección, a posarse a escasos metros del porche de una vieja casona extraviada en el valle. La mujer canta para anunciar lo que ocurrirá, y lo que acaecerá en breve ya sucede en su extraña melodía.
POR FIN, EL HOMBRE ILUSTRADO
Aunque sus tomos de cuentos y novelas famosas, Crónicas marcianas, El hombre ilustrado, Fahrenheit 451, Vino del estío, acaparan celebridad y editoriales, más de veinte obras, donde convergen erudición e imaginación, llevan su firma al pie y constituyen uno de los testimonios más lúcidos, conmovedores y humanos del siglo XX.
Desde Dark Carnivale, primer libro escrito a los 27 años, hasta Conduciendo a ciegas y Más rápido que la vista, ya a finales de la década del 90, Ray Bradbury conquistó cerebro y corazón de millones de lectores del planeta casi en cualquier idioma.
Con el cerebro recrecido por sus lecturas, aprendimos a amar la libertad de un mundo y un espacio sideral libres, con el corazón ratificamos ese amor por la libertad, tal cual la definió el francés Paul Eluard en verso eterno, y sin la cual el hombre retrocedería a los albañales de la Historia.