EL —De tanto escuchar se creen sabias.
ELLA —¿Quiénes?
EL —Las paredes. Presta atención a sus susurros.
ELLA —Sólo crujen
EL —No crujen. Se han llenado. Las fisuras escurren recuerdos de otros tiempos.
ELLA —Tal vez sean los niños.
EL —¿Qué niños?
ELLA —Se sabe que en estos claustros sepultaban a los recién nacidos entre el adobe.
EL —No. Son las paredes. Ahora que lo dices podrían estar pidiendo más sacrificios. Para mí que se cansaron de escuchar lamentos. Hasta yo suelo venir a desahogarme.
ELLA —¿Por qué aquí?
EL —Creía que era Dios quien me escuchaba. Ahora lo sé. Son las paredes.
ELLA —Pensé que venías a hablar conmigo.
EL —¿Por qué habría de querer tu consejo?
ELLA —¿Por qué no?
EL —¡Shh! Ahora entiendo. Están hartas de mirarse en paralelo. Quieren tocarse.
El viejo retrato de su madre cae al piso.
EL —¡¿Qué te han hecho? ¿Cómo es que no las escuchas? ¿Qué te pasa? ¡Háblame!
La imagen de la foto abre los ojos asustada.
ELLA —Tenías razón. ¡Quieren besarse! El techo está furioso. ¡Corre!