Mi primo Edgar, un mago incipiente que optó por tomar los hábitos y mudarse a los Estados Unidos, me dejó como herencia antes de irse, una caja llena de los artículos con los que hacía sus trucos de magia: cartas marcadas, sombreros con doble fondo, tubos con flores de plástico de los que salían mascadas de lino, etcétera.

Nunca tuve la curiosidad de revisar el contenido porque muchas veces lo acompañé a fiestas infantiles y exhibiciones donde hacía las veces de su ayudante, y por tanto, conocía de sobra —eso creía yo—, su contenido.

Una tarde de sábado en la que estaba haciendo limpieza encontré la caja junto a otras que tenía apiladas en la habitación que uso como bodega. Me detuve a revisarla.

El tiempo se pasó volando entre las memorias de nuestra adolescencia. 

Recordé aquél viaje a Acapulco en el que intentamos colarnos a la Convención de Magos. No pudimos entrar, pero tuvimos nuestra recompensa cuando nos topamos con el mago Chen Kai, al que habíamos visto en la tele, pero nunca en persona.

En la caja me llamó la atención un objeto que no había notado, y del cual mi primo tampoco me había hablado: una moneda antigua de 5 centavos acuñada en 1945, que tenía como característica una doble cara, la misma imagen por los dos lados: la de la Corregidora. Es decir, no tenía el escudo nacional por ninguna parte. La guardé en el bolsillo de mi pantalón. 

Al mirar la hora me di cuenta que había estado tantas horas entre cajas y recuerdos, que se me había pasado la hora de la comida y ya era tarde como para ir a un restaurante.  Tengo ganas de unos tacos al pastor —me dije a mi mismo. 

La orden incluía cinco con todo y un refresco. Los devoré en menos de cinco minutos. Al momento de pagar me di cuenta de que había olvidado la cartera. Pensé en dejar mi reloj en prenda, pero al revisar mis bolsillos, además de la moneda, encontré un billete de 500 pesos que por suerte había olvidado la última vez que usé esos jeans.

Al día siguiente de regreso del trabajo tuve un golpe de buena suerte que sólo en sueños hubiera imaginado.

Iba montado en el asiento del copiloto del “vochito” que manejaba mi mejor amigo, vi a lo lejos a un muchacho que pasó corriendo para cruzar la calle, y cómo a su paso se levantaban lo que parecían simples papeles.

No sé qué fue, si mi instinto, mi avaricia o mi buena visión, pero de inmediato le pedí a mi amigo acelerar y dar la vuelta en esa calle.

—Detente aquí, detente ya —le ordené.

Abrí la puerta y comencé a recoger billete tras billete, de cien, de dos cientos, de cincuenta, de veinte. En total había tres mil quinientos pesos.

—Ahora arráncate, no sea que regrese el dueño —añadí, mientras contaba y recontaba los billetes.

Le di la mitad del dinero y me embolsé la otra mitad. Casualmente llevaba el mismo pantalón de la noche anterior con la moneda de 5 centavos en el bolsillo. ¿Sería mera casualidad? Por si acaso, la metí a mi cartera.

Mi racha de buena suerte se extendió por varios días. Compré un billete de lotería que salió premiado, aunque como era un “cachito”, apenas cobré mil pesos. En el Melate me gané mil dos cientos. Caminando encontré un billete de cinco dólares y otro de cien pesos.

Otro día, de camino al banco, pateé lo que parecía un simple papel doblado, pero al levantarlo resultó ser un cheque al portador por tres mil 750 pesos, con los cuales pagué mi tarjeta de crédito.

La increíble racha sólo podía tener un motivo, así que revisé la cartera, y sí, ahí seguía la moneda.

Luego de eso pasaron semanas sin que volviera a ocurrir otro golpe de buena suerte. De cuando en cuando revisaba la cartera para saber si aún seguía ahí la moneda. Y sí, pero parecía haber perdido la magia.

Meses después sufrí un asalto en un taxi, lo que se conoce como un secuestro express, en el cual me despojaron del celular, de la cartera, del reloj, y de la chamarra. Vaciaron mi tarjetas, aunque apenas tenía siete mil pesos. 

Cuando le conté a mi primo lo que había pasado. Me dijo que la moneda la usaba cuando quería ganar una apuesta o cuando quería engañar a quien no creía en la magia, pero que nunca le había generado una racha de buena suerte como la mía.

Me preguntó si los ladrones me habían lastimado, golpeado, o si habían abusado de mí de alguna forma. Le respondí que no, que ni siquiera me habían tocado.

—¿Ya ves?, ¡qué mejor suerte que esa! Estás vivo y sin lesiones. ¿Cuánto te robaron?, ¿ya hiciste la cuenta?

No había pensado en ello. Lo que me quitaron equivalía a lo que había ganado en mi misteriosa racha de buena suerte. 

Hoy todos los días busco en mis bolsillos en espera de encontrar la moneda, o por lo menos otro billete de 500 pesos.

Semblanza del autor

Reportero de Deportes e Información General en radio, televisión y prensa escrita. Inició su carrera en los medios de comunicación en 1988 en Televisa. También trabajó en el antiguo diario El Heraldo de México, en la Crónica de Hoy y en el noticiero deportivo CableDeporte Noticias. Desde 1992 es reportero de Notisistema y Radio Metrópoli. Ha sido locutor, cronista y comentarista de futbol en Publieventos Deportivos, y durante muchos años la Voz Oficial de la Nauticopa.

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Guest
Silvia C
August 17, 2019 4:53 pm

Me he quedado con la boca abierta, la manera como relatas me encanto son de esas cosas que lees y conforme vas leyendo vas caminando y haciendo lo que el escritor describe, me encanto y ojala esa buena racha vuelva contigo, tqm.