ZUNZUNCITO Y EL VUELO APRESURADO

La ciencia, al fin, dedica su tecnología de punta a estudiar la fauna y en particular a las criaturas más pequeñas e ignoradas. Con el uso de cámaras ultraveloces, sabemos ahora que un colibrí, zunzún o zunzuncito, alcanza en el aire hasta una velocidad de 114 kilómetros por hora.

También la rapidez del ojo mecánico logró descifrar la resolución del aleteo y las maniobras complejas del ala para fijar la posición de comensal en aire: un espectáculo único.

Videos de alta velocidad y la velocimetría digital de imágenes de partículas, vieron gráficamente cómo los colibríes se mantienen suspendidos en los abismos por donde se desplazan, y de qué manera detienen el vuelo ante el alimento encontrado: una flor y otra flor, pertrechada de polen, pero atiborradas además de suculentas y atractivas mieles.

Los estudios actuales refutan los anteriores. Era de esperar a causa del desplazamiento por estaciones de los descubrimientos científicos. Se afirmaba antes que las aves, a pesar de las enormes discrepancias musculares y esqueléticas, aleteaban a la manera más primitiva de los insectos.

Los insectos reparten, al cincuenta por ciento, las fuerzas para ascender y descender. Los colibríes utilizan el 75 por ciento del peso en el golpe de ala descendente y 25 para ascender, que complica el asunto y da lugar a nuevas estrategias de vuelo. Es decir, como si se desplazaran de arriba a abajo, aplicando tácticas y lógicas de vuelo practicadas durante milenios. El ahorro de energía es uno de los fundamentos de semejantes vuelos.

La flotación sostenida del ave es suficientemente diferenciada de la de los insectos, y esclarece ahora detalles de la evolución de su vuelo. Para detener el impulso en la proximidad de una campanilla que guarda el botín del néctar, el zunzún, e igual el zunzuncito, así como el resto de las 300 especies de colibríes del Nuevo Mundo, logran mover la alas a una velocidad de hasta 80 veces por segundo. Es un record ornitológico mundial e inmemorial.

El colibrí maniobra con un ala que se encorva, tuerce, arquea, a velocidades que no capta el ojo humano y de una manera imposible para las rígidas alas de los insectos. Y la mueven así, repito, 75-25, que difiere a su vez de otras aves, que utilizan estrategias heterogéneas para un vuelo más corto o largo o una flotación fija menor en el punto espacial donde radica el alimento: flor, campanilla, insectos o larvas, frutos, etcétera.

Los colibríes, familia de gran diversidad, con especies que llegan a medir hasta 21 centímetros de longitud, o solo seis como el zunzuncito de Cuba, es con mucho el ave más diminuta del planeta. Los colibríes cumplen una irremplazable función ecológica, pues sus aleteos incansables de miel en miel, los convierte en polinizadores fulminantes e infalibles.

Es una estrategia doble: la flor cede el néctar a cambio de que transporten su polen germinal. El pájaro se alimenta y ayuda una y otra vez a la reproducción de las plantas y flores que lo alimentan.

El néctar lo extrae de la floración con el uso especializado de una lengua tubular habilitada por el tiempo, miles de miles de años, dentro de un pico que coevolucionó de formar paralela con las campanillas antediluvianas de que se nutre.

El zunzuncito, Mellisuga helenae, pájaro endémico del archipiélago cubano, mide algunos milímetros menos que el Mellisuga mínima, de Santo Domingo y Jamaica, al parecer la segunda ave más pequeña del mundo. El zunzuncito macho alcanza la estatura tope de 63 milímetros, mientras la hembra es una pizca mayor.

No obstante, el zunzuncito macho, tocado con más colores, brillos y coraje, se encarga de la protección a tiempo completo del nido, huevos o polluelos, que defiende contra criaturas que multiplican su tamaño. En tanto, la madre es la encargada de fabricar el nido, empollar los huevos y alimentar a la cría.

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