Cien mil años Antes de Cristo (AC), aproximadamente un millón de criaturas humanas merodeaban nuestro mundo. Entonces existían serpientes, pero no sabemos si habría ya tentadoras manzanas al alcance de las manos, a fin de acelerar la natalidad. Luego, mil años AC, la población saltó a la cifra de 50 millones.

En 1900, comenzando el siglo XX y muy lejos del hacinamiento, mil 650 millones transitaban por los cinco continentes. Poco más de una centuria después, la cifra de hombres y mujeres se eleva a unos siete mil millones y continúa en expansión a ritmos cada vez más acelerados. En 2027, según cálculos, estaremos llegando a los ocho mil millones.

La fantástica progresión se debe esencialmente a que:

  1. El planeta Tierra es el único verdadero paraíso prometido, y estaba y está ahí cuando llega cualquiera de nosotros a conocer la luz.
  2. La Tierra es el tercer planeta del Sistema Solar. Es decir, se ubica a una distancia justa del Sol, en equilibrio óptimo y permanente para que las temperaturas medias oscilen alrededor de 17 grados centígrados. Consecuencia: en cualquier rincón y latitud nos podamos echar a reposar, vivir y procrear. Y nadie se achicharra ni congela, salvo accidentes o negligencias.
  3. Solo el planeta Tierra tiene biosfera, con oxígeno disponible. La más extravagante nariz y el más enmarañado pulmón, vegetal o animal, saca de donde respirar sin demasiado apuro. De esa misma fuente, con Sol y agua trabajando a favor, nos sostenemos a diario. Alimentos y cadenas alimentarias fluyen de esa prodigiosa fuente que ampara sin excluir.

Hace unos cuatro mil 500 millones de años se formó la Tierra dentro del Sistema Solar. Esta es un millón de veces más pequeña que el Sol, aún cuando el Sol nuestro es un enanito comparado a otras estrellas de la Vía Láctea, galaxia que nos acoge.

De los planetas que conforman el Sistema Solar, Mercurio, Venus, Martes, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón, solo La Tierra tiene agua en su superficie.

Beber y disponer de agua es decisivo para permanecer vivos. El 71 por ciento de la superficie terrestre es líquida, aunque solo el tres por ciento es dulce. El resto, el 19 por ciento, constituye tierra firme.

En otros planetas del Sistema, la radiación solar secó cualquier humedad que hubiera podido existir.

Entre los componentes de la atmósfera terrestre se cuentan: nitrógeno, oxígeno, ozono, neón, helio, dióxido y monóxido de carbono, vapor de agua, etcétera. Sin cada uno ellos, es imposible la vida. El ozono, por ejemplo, crea una capa bastante delgada para impedir la radiación feroz de rayos ultravioleta, que pueden fulminarnos en poco tiempo si carecieran de esta contención.

Para mudarse fuera, dentro o más allá del Sistema Solar, habría que marchar con gran cantidad de andariveles imprescindibles para la vida, a un costo incalculable y hacia un destino impredecible e inseguro. El ser humano, su ciencia y tecnología, no estarían preparados para esa aventura hasta dentro de siglos o milenios.

No tiene ni pizca de ingenuidad, y sí mucho de práctico, entrañable, científico y verídico, afirmar que ahora y hoy, habitamos un planeta muy único.

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