La caza ilícita y el comercio ilegal de animales, así como los incendios intencionales, son un peligro mayor que otros. Otros que son también mortales: la deforestación mundial, la contaminación de aire, agua y suelos, la introducción de especies exóticas, que ocurre a menudo en cualquier latitud, son daños que causa el hombre, atropellando lo original del paisaje, lo vivo, lo que debiera, por naturaleza, ser perecedero.

No solo se pierden las especies, sino la variabilidad y la biodiversidad. Los estimados afirman que como promedio diario desaparecen unas cien especies de seres vivos, donde se cuentan también las vegetales. Esto sucede sobre todo entre criaturas diminutas e invertebrados.

El hombre persigue y mata a millones de animales anualmente, por razones económicas y comerciales: valor de pieles, colmillos, huesos, carnes, o cualquier otra parte del animal que casualmente va muy bien con decoraciones u otros artículos de lujo u ornamentación.

En nombre de la ciencia y con regularidad, un grupo de especialistas, guiándose por rigurosos reportes mundiales, confecciona la tristemente  sensacional lista de las  diez especies más amenazadas de extinción. Los diez ya vienen a ser 20, 30 y más que se suman cada año para formar una interminable lista de calamidades.

Inventariados ya, están el gorila de montaña,  especie casi mítica que subsiste en apartados rincones del continente africano, adonde llega ahora el hombre blanco en busca de preciados minerales, en particular el colcán. La eliminación de esta especie parece la barrera crítica cuya ruptura equivaldría a cortar los últimos lazos con la ética de la preservación de las criaturas vivas, que acompañan al ser humano en la misión y el privilegio de existir.

Solo unos 600 de estos grandes antropoides, aseguran los cálculos más optimistas, perviven en el sur de África.

Del tigre de Siberia se dice que apenas unos 200 ejemplares, tal vez muchos menos, afirman otros,  merodean en estepas y tundras. Los grandes felinos sucumben casi sin tregua ante las balas furtivas. Aunque su uso comercial está prohibido hace años, el valor de la piel del tigre se encuentra por encima de la ley.

La nutria gigante del sur continente americano, también muere a causa de su piel. La peletería mundial se enriquece cada año a su costa. Los últimos ejemplares se han reportado en Argentina y en Uruguay, es oficial ya su desaparición definitiva.

Otro que al parecer tiene sus minutos bien contados es el cocodrilo del Nilo. Otra vez aquí el omnipresente pecado de una piel hermosa, que luce bien tanto en el cinturón, el portafolios o en un par de zapatos. Luego de 250 millones de años de existencia, usted podrá asistir seguramente a su defunción, aunque sin sepelios ni flores mortuorias.

Del águila imperial ibérica podemos adelantar lo siguiente: un centenar y medio de parejas en libertad resisten en sus refugios, además de las que subsisten en el cautiverio de los zoológicos.  Es un ave de difícil reproducción por un lado, y por otro,  necesita mucho bosque para alimentarse a sí misma y a la prole.

El rinoceronte negro africano padece también. Se afirma que todavía unos 2 mil conservan la vida. Treinta años atrás, su población rozaba los 70 mil ejemplares.

Lo mismo ocurre con la tortuga marina, manjar de lujo y trofeo preciado de coleccionistas.

El guacamayo escarlata es mascota para adolescentes y joya de los aficionados a la recolección, en particular en  Estados Unidos.

El panda gigante es buscado por la piel y atracción de algunos zoológicos, al punto que se considera que los individuos vivos de la especie no alcanzan actualmente el millar.

El lobo marsupial, cuyo último ejemplar fue reportado por los años ochenta, hace más de 20 años nadie lo ve, pero algunos todavía sueñan  con encontrarlo detrás de cualquier remoto matorral o devolverle la vida, ojalá: eso sería justicia mediante métodos de clonación genética.

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