¿CUÁNTO VALE UN PÁJARO HERIDO?

Por todas partes, hoy día, se habla de economía, incluidos rentabilidad, costos, finanzas, dinero. Sin embargo, según una antigua costumbre, las aves no fueron aún incorporadas a los cómputos, dejando fuera del cálculo de los recursos disponibles a las miles de criaturas de los entornos.

¿No vale nada el servicio ecológico que prestan en general los insectívoros? ¿Y si vale, cuánto valen en oro, pesos, dólares, los millones de millones de alimañas dañinas a la agricultura, los bosques y la vida familiar que tragan a diario, por ejemplo, los vencejos?

El vencejo es una máquina de tragar insectos y  para esa tarea recurrente la evolución lo dotó de un sonar mejor que cualquiera inventado por la biología o la tecnología.

El vencejo es una maravilla biotécnica en la que la sociedad humana no invirtió ni un dinar ni una corona ni un penique. Ese aparato inteligente, siempre de última generación, lo recibimos de forma gratuita y permanente al final de largos procesos de modificaciones que duraron millones de años.

El gasto corrió a cargo del tiempo y las leyes y demás fuerzas y potencias naturales que gobiernan la vida en el planeta, sin descontar los posibles milagros y arduas evoluciones  y mutaciones de una historia que carece de páginas escritas.

Los vencejos, digo yo, por tales razones, y por su aerodinámico diseño, no superado aún, debieran pertenecer solo  al futuro. Debieran ser biordenadores bien priorizados para su conservación:   las leyes, las jurídicas,  debieran informar, con signos de admiración, que cazar uno solo de estos pájaros costaría mil pesos al bolsillo del verdugo.

¿Es poco? Bueno, dos mil entonces. Sin embargo, lo cierto es que la deforestación, la ignorancia, la expansión indiscriminada y extensiva de la agricultura y la ganadería, la falta de leyes protectoras, los convierten en otros candidatos a las ausencias  durante el presente siglo XXI.

Los vencejos, ¿no los ha visto usted en magistrales piruetas de desplazamiento en los cielos del atardecer?, son rutilantes aves cuya envergadura alar es el doble de su largo del pico a la cola. ¿Imaginan cuánta futuridad en ese aparato de vuelo?

Y casi todo músculos y plumas para sostenerse raudo en el aire. Es la razón principal de por qué los ornitólogos le concedieron el título unánime de ave más aérea del mundo. El vencejo, oiga usted, caza y digiere en pleno vuelo. Bebe y copula en el aire. Y hasta duerme probablemente mientras cumple algunos de sus geométricos itinerarios en el espacio.

El caso es el siguiente. Tanto tiempo se mantiene arriba que sus patas sin uso se acortaron y perdieron capacidad. Como el albatros, es otra criatura alada a la cual sus pequeñas patas no le dejan remontar el vuelo: si está raso en el suelo, por supuesto. Ahora resulta que solo posa el vuelo en farallones, edificios y árboles muy altos, porque para reemprender los regresos debe dejarse caer largo al vacío y salvarse del abismo con un poderoso batir de alas.

Cuando se logre traducir en guarismos, cifras, números redondos, el precio del servicio ecológico que prestan los vencejos, quizás resulte menos quimérico el sueño de preservar tan insólitas criaturas. ¿Con leyes tan generosas donde podar o talar furtivamente se multa solo con algunas decenas de pesos se lograría alguna vez?

¿Abonando tan poco, los transgresores y nosotros como mayoría llegaríamos un día a comprender cuánto vale el planeta con lo que lleva dentro?

¿Cuánto vale un pájaro vivo y cuánto se pierde cuando lo matamos? ¿No debieran ir esos costos a los Debe y Haber de los libros de contabilidad, a los cálculos financieros?

Aún son muy rústicos nuestros sistemas de valores.  Lo que gastamos o derrochamos debiera ir a las cuentas de alguien en términos de dinero y por su verdadero costo.

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