¿ÁNGELES O DEMONIOS? II PARTE

Un quiropterólogo norteamericano calculó que la biomasa de los murciélagos en el trópico “es probablemente superior” a la de los demás mamíferos silvestres juntos. Luego agrega: “Es posible también que, en masa y número, los murciélagos se aproximen al total de las aves.”

Con respecto a Cuba, los murciélagos constituyen el 75 por ciento de los mamíferos autóctonos terrestres. Es decir, de cada cuatro especies vivas o fósiles que tropezamos en tierra firme, tres son murciélagos.

Al atardecer, cuando las aves retornan a sus refugios, su sitio es ocupado por murciélagos. Con un vuelo más errático y quizás menos hermoso, ellos devienen sólidos escudos nocturnos contra el deambular y reproducción de millones de insectos dañinos.

Cada hueco en la capa de ozono, resulta amenaza a la vida. Cada hueco en los escudos que tejen las alas membranosas, las vespertinas, las crepusculares y las nocturnas, significa otro flagelo azotando la civilización humana.

Nosotros, los del trópico, repletos de prejuicios, debíamos reconsiderar criterios respecto a murciélagos, porque la deuda es inmensa y data de siglos. Los quirópteros son una riqueza no cuantificada y un aliado muy pocas veces tomado en consideración, tanto para proyectos de salud como económicos.

CUANTAS ESPECIES

Ascienden a 27 las especies de murciélagos cubanos. Veinte son insectívoras, dos comen frutas, cuatro se alimentan de polen o néctar.

Otra singular criatura, con una expansión alar de hasta 71 centímetros, atrapa peces no mayores de siete u ocho centímetros, que saca de agua dulce o costera. El Noctilio leporinus es el más grande murciélago cubano y el segundo mayor del continente.

El macho adulto alcanza una mayor dimensión que la hembra. Captura las golosinas con las garras de sus patas posteriores y el eficiente sistema de ecolocalización de la especie. El peculiar largo de sus orejas puntiagudas, son pantallas donde rebotan los chillidos y se dibuja algo muy similar a contorno del pez que se desliza sobre la superficie de las aguas.

El Natalus lepidus, con una expansión alar de entre 18 y 21 cm. y un peso de tres gramos, es el segundo más pequeño del mundo. Dentro de la pequeña boca acumulan 38 piezas dentales a las cuales no escapa nunca el insecto atrapado en el aire. Su coloración varía entre el gris pardo y el pardo amarillento. Hace eficiente uso, jugando al rebote de sonidos, de orejas casi tan anchas como largas. Rehuye las zonas montañosas, donde seguro no resiste la presión de las alturas ni el bravo embate de los aires.

El Mormopterus minutus, especie endémica cubana, exhibe un hocico alargado y el labio superior sobresaliente. Su expansión alar oscila entre los 20 y 30 centímetros. Es decir, se trata de un murciélago de pequeñísima complexión. El pelaje es gris pardo y muy denso. Resulta de hábitos gregarios, cohabitando en colonia de varios miles. Sus domicilios preferidos parecen ser las palmas jatas, bajo las cuales acumulan excrecencias consideradas como un abono de notable calidad. Se alimenta al atardecer y al amanecer. Se le ha visto en sus vuelos zigzagueantes y más bien pausados, para individuos de su extirpe, sobre las provincias centrales y orientales del país.

Entre las seis especies extinguidas, según testimonios fósiles hasta ahora compilados, centurias atrás y en estos lares, sobrevoló el Desmodus rotundus, temido chupador de sangre. Pero tal criatura se extravió aquí definitivamente en algún recodo del tiempo, aún cuando se reportan todavía para regiones del centro y el sur del continente americano.

VER CON LAS OREJAS

Los murciélagos “ven” en la oscuridad con las orejas, que recogen de rebote los hasta 200 chillidos por segundo que emiten, en frecuencia ultrasónica, para no molestar. El sonido lo produce con la laringe y varía constantemente. El ritmo de repetición se acelera cuando persigue presas. Disponen así de un mapa acústico del entorno, más preciso del que se logra con dos ojos.

En la inminente cercanía de la presa, los murciélagos desconectan el sonar, que de otra manera sería percibido por su víctima, y el último trecho lo salva a puro ojo, con una visión muy aguda para cortas distancias.

Sacando cuenta, con 240 mil chillidos por hora de vuelo, un murciélago tal vez saca a flote el alimento para una de sus ingestas. Al amanecer, repite la cacería y se va a dormir el largo día con el estómago repleto.

Las “imágenes sonoras” que el murciélago elabora para perseguir y capturar sus presas, sirvieron de antecedentes y modelo al explorador sónico que ya usan personas débiles visuales para orientarse.

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