Esporas visuales seguían fecundando imaginarios. Pululaban incesantes en su cabeza llena de alas.

¿Pero es verdad la memoria? ¿Sublima cuando en sueños la ama adolescente, absorto, estremecido ?¿Es una recurrencia enajenante?

La habitaré, sin miedo a que se acabe en una orilla. A que sus costas nieguen horizontes posibles. ¡Es tan vasta!

Hombre, maduro ya, emprendió viaje convencido del disparate. Si voy a verla me va a pasar lo mismo que con la iglesia del barrio. Era una catedral y cuando volví resultó capillita.

Pero no se decepcionó entonces. No lo haría ahora. Solo amasaría remembranzas con más ternura que pasión. Sanaría nostalgias de una buena vez. De cuajo. La vería con la claridad de lo tangible.

En efecto, no era perfecta. Era mejor.

La Ciudad de México lo recibió dejándole ver luces debajo de las nubes, anchas avenidas vivas, mendigos guarecidos del frío en los recovecos de un aeropuerto convulso, la amabilidad inconmensurable de sus hijos. Le abrió labios, versos, cofradías. Regaló promesas. Abrazó, como novia de infancia.

Él no se curó. Murió de amor otra vez, para su suerte.

Sabe que jamás se la va a sacar de la cabeza.

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